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Beatificación de «Chiquitunga»: Un examen de conciencia

Los preparativos, el anuncio del lugar donde se celebrará la misa de beatificación, los esfuerzos y programas, y la misma vida de María Felicia de Jesús Sacramentado, me inspiran una reflexión acerca de la oportunidad que tenemos delante de nuestros ojos y que, muy probablemente, la mayoría de los cristianos la dejaremos pasar, por ignorancia culpable o inculpable.

En Paraguay comienza un tiempo de efervescencia religiosa con la próxima y ya anunciada beatificación de Chiquitunga. Los preparativos, el anuncio del lugar donde se celebrará la misa de beatificación, los esfuerzos y programas, y la misma vida de María Felicia de Jesús Sacramentado, me inspiran una reflexión acerca de la oportunidad que tenemos delante de nuestros ojos y que, muy probablemente, la mayoría de los cristianos la dejaremos pasar, por ignorancia culpable o inculpable.

Chiquitunga
«Chiquitunga» Guggiari

María Felicia Guggiari era en cierto sentido una joven como cualquier joven de su época, y en cierto sentido no. Tenía novio como las demás, estudiaba como las demás, y hacía apostolado como muchas de su tiempo. Estaba en la Acción Católica y realizaba muchas obras de caridad con los más necesitados. En los tiempos de la pos Guerra del Chacho, caridad era lo que más se necesitaba considerando la escasez y pobreza que se sucedieron a las contiendas bélicas. María Felicia, luego de varios años de apostolado intenso, decide entrar con las Carmelitas Descalzas de Asunción a sus 30 años. Fallece a los 34.

Será recordada como santa religiosa carmelita, pero la mayor parte de su vida católica activa la desarrolló como seglar. No vaya pues uno a creer que «Chiquitunga» eligió finalmente la vida contemplativa porque vio una de esas propagandas vocacionales a las que estamos acostumbrados, sino por su profunda vida de oración, que por otra parte no es –lo atestigua Chiquitunga— una exclusividad de religiosos contemplativos, sino una exigencia de la propia vida cristiana. Gracias a su apostolado y a su vida de oración ella elige lo que elige y llega a la gloria de los altares.

La fiesta de la beatificación de Chiquitunga no puede ser simplemente un evento de masas donde el único objetivo sea llenar el estadio del club Cerro Porteño para la ceremonia principal. ¡Y ojalá lo llenemos! Pero será una lástima de lo más profunda que desperdiciemos la oportunidad de mirar el camino de vida de Chiquitunga y lo comparemos con el nuestro. ¿Qué encontraremos? Muy probablemente la causa de nuestras pocas vocaciones a la vida consagrada: la pobre vida de oración y verdadera caridad que hay en nuestros jóvenes. Y esto cualquiera lo puede ver. Basta con visitar el grupo juvenil local. ¡Pero no para acusarlos! sino para decirles a esos jóvenes: —¡Hey! Van a beatificar a una compatriota nuestra; ¡llegará a los altares! Y nosotros no estamos haciendo nada para imitarla en su camino de perfección.

De muestra, un botón. Unas líneas de las muchas que tenemos de ella y en la cual se transluce la pureza de su alma y el profundo deseo que tiene de que Cristo reine en los corazones:

«En todos los trabajos que estoy realizando trato de poner el sello de nuestro espíritu cristiano, porque quiero que todo se sature de Cristo y donde quiera que sea pueda dejar un rayito de luz»

Digámoslo francamente. Hasta que este ideal no brote naturalmente de nuestro corazón, estaremos lejos aún de parecernos en algo a María Felicia de Jesús Sacramentado.

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