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El animalismo, de origen marxista, otorga «derechos a los animales» y se los niega a ciertos humanos

Los animales no tienen derechos porque no pueden tener obligaciones.

El mensaje de que los animales tienen derechos y que deben ser tratados como si fueran seres humanos va calando en la sociedad tras años de bombardeo ideológico. Unos por sentimentalismo, pues ya no es infrecuente que las mascotas estén empezando a sustituir a los hijos y sean tratado como tales, y otros por ideología. Pero el objetivo final es «socavar los cimientos de esta civilización» a través del marxismo cultural que se esconde detrás.

Por J. Lozano
Tomado de ReL

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Quien hace esta denuncia es el naturalista Álex N. Lachhein, que lleva toda su vida con animales y dedicándose a la divulgación de la naturaleza, siguiendo los pasos del pionero en España, Félix Rodríguez de la Fuente. Pero su amor por los animales es tan firme como su lucha contra la politización de esta causa y por ello denuncia lo que él denomina lo «políticamente correcto» que impide decir ciertas cosas.

Empeñado en despolitizar la defensa de la naturaleza

Y para ello denuncia en una interesante entrevista con «La Contra TV» la profunda carga ideológica y el objetivo de controlar el presupuesto público que intenta conseguir el ecologismo político y el animalismo. Y para esta causa titánica tiene como altavoz el programa Cuarto Milenio, dirigido por Iker Jiménez, otro enemigo de la corrección política.

Como colaborador del programa ha ido desmontando los principios de estas ideologías, lo que le ha granjeado grandes enemigos, motivo por el cual ha recibido numerosas amenazas.

El eugenista Peter Singer, referente del animalismo

Explicando la creciente influencia, al menos en los medios, del animalismo, Álex Lachhein explica en esta entrevista que el principio básico es que «los animales tienen derechos». Y puso como ejemplo a Peter Singer, filósofo utilitarista y referente del movimiento animalista, al que «tienen en un altar» pese a que «hace apología de hasta la eugenesia». De hecho, una de sus citas más conocidas es que «no parece muy sensato aumentar el consumo futuro de recursos limitados permitiendo que aumente el número de niños con deficiencias».

Viendo cuál es el referente del animalismo se puede entender mejor un vídeo que se hizo viral en el que una simpatizante del partido animalista PACMA criticaba que nadie le hubiera dado el pésame por la muerte de su mascota mientras sí se lo daban a la familia de Víctor Barrio, torero que murió corneado.

«Los animales no tienen derechos porque no pueden tener obligaciones»

Aclarando esta cuestión, este naturalista explica que «los animales no tienen derechos porque no pueden tener obligaciones». Para que esto pueda ser entendido por todos afirma que «los derechos son una cosa de la sociedad humana y creada por humanos. Tú no puedes decir a un león que no puede comerse a una cebra ni que vaya a decirle esto a sus leoncitos».

Para seguir mostrando la incoherencia de esta ideología, Lachhein cuenta que el animalismo dice «que el animal sufre pero ellos hacen distinciones entre animales» pues «cuando el hijo de un animalista llega a casa con piojos, estos se matan».

El marxismo cultural, base de este movimiento

Como consecuencia, considera que «el discurso es anómalo y descerebrado» y avisa de que «el caballo de batalla en España para socavar los cimientos es el “toro de lidia”. Y poco a poco van ganando terreno».

Para Lachhein, la base de todo el problema viene en cómo el «marxismo cultural» ha ido poco a poco calando en los distintos estratos de la sociedad. De hecho, relata que el ecologismo político llegó a España proveniente de la entonces República Democrática Alemana (RDA) a través de la Stasi, que «empieza a socavar los cimientos de nuestra civilización».

La estrategia para este naturalista está clara. Los ideólogos marxistas al ver que el comunismo económico estaba fracasando en muchos países, apostó entonces por «derruir los cimientos», y desde abajo «ir imponiendo el marxismo cultural, que es sinónimo de lo políticamente correcto».

El ecologista, un político

Y así es como surge el ecologista activista, que según Lachhein «es un político. Me refiero al ecologista profesional, activista, al que organiza manifestaciones». Éste es, en su opinión, «un político que no tiene nada que ver con el ecólogo», que es un personaje que «aplica la ciencia y está al margen de todo elemento político».

«El ecologista quiere llegar al asiento político y así legislar a su favor, controlando el presupuesto», sentencia el colaborador de Cuarto Milenio.

La influencia del universo Disney

Durante la entrevista habló también, entre otras muchas cosas, de la influencia de que ha tenido Walt Disney en este ámbito. Para Lachhein, «el mundo Disney es la humanización total de los animales y la naturaleza y las personas se forman creyendo que es la vida real y cuando crecen, creen que los sentimientos de la naturaleza son así. Y la realidad es que aquí impera la ley del más fuerte, comer y no ser comido».

«La muerte está presente en la transmisión de la energía y Disney jamás enseñó esto. La gente tiene una mala formación de lo que es el medio ambiente y sigue viviendo en el universo Disney», afirma convencido.

La era de los «perrhijos»: así se afianza el modelo de familia multiespecie en un país (España) con más perros que niños, por Jessica Martín

«No sé lo que es salir corriendo al pediatra, pero sí sé lo que es salir corriendo al veterinario rogando que todo salga bien. No sé lo que es llevar a un hijo al colegio, pero sí sé lo que es sacarlos a pasear y verlos felices. No sé qué es que te digan mamá, pero sí sé qué significan esos ladridos y esos saltos de emoción cada vez que llego a casa. No importa que tengan cuatro patitas, son mis hijos y daría cualquier cosa por ellos». Raquel se expresa así, en una publicación de Instagram que acompaña del hastagh #mamaperruna. Sabe que sus palabras «ofenden» a algunas personas, pero a ella no le importa lo que piensen los demás. Tiene claro que «madre e hijo no son siempre de la misma especie». 

«Hay gente que no entiende ese vínculo que hay entre un perro y una persona, y que se queja cuando los comparas con los niños. Para mí es un sentimiento tan grande y tan fuerte que me resulta imposible explicarlo. Verlos felices a ellos es mi felicidad», cuenta esta mujer de 40 años en una conversación con RTVE.es, de donde hemos tomado este artículo, para explicar cómo se encuentra la sociedad, la sociedad de los que no quieren tener hijos. 

Keyra y Enzo son, para ella, lo que muchos denominan cariñosamente como «perrhijos», un concepto ligado a un nuevo modelo de familia multiespecie cada vez más asentado en España, país en el que ya hay más perros que niños: son más de 9,3 millones de canes, según datos de ANFAAC, y algo menos de 6,7 millones los niños menores de 15 años, según el padrón de 2021. En la capital, el número de canes ya triplica el de menores de tres años, según el censo de animales del Ayuntamiento de Madrid y el INE.

«Lo que ese dato nos dice primero es la dificultad que existe en España para tener niños. Somos uno de los países del mundo —ya no digo de Europa, que también— sino que somos uno de los principales países del mundo en los que se tienen menos niños (…) pero detrás de ese dato también está un cambio social muy profundo», avanza el sociólogo Luis Ayuso, catedrático de Sociología de la Universidad de Málaga.

No poder o no querer tener hijos, pero sí perros

Antes de entrar en los detalles de la «transformación», el investigador explica cuál es el contexto demográfico. «La Encuesta de Fecundidad nos dice que de 18 a 29 años no se tienen hijos porque se considera que somos muy jóvenes para tenerlos; de 30 a 34 no tenemos hijos porque no tenemos un nivel económico para poder tenerlos; de 35 a 39 no se tienen porque no se encuentra la pareja con la que tenerlos, y de 40 en adelante no se tienen hijos porque no podemos tenerlos. Queremos, pero a esa edad ya no podemos».

El índice de hijos que se tienen en España, subraya, es «bajísimo», y se debe a una multiplicidad de factores más amplia de la que menciona en su resumen. Lo que ocurre es que, mientras los nacimientos siguen en caída libre, más personas optan por conformar una familia interespecie, integrando al can como un miembro más. Entre ellas, esas que no pueden o no quieren tener hijos.

Alejandro (40 años) no tiene hijos porque no se han dado las circunstancias para planteárselo. Actualmente está soltero y convive con sus dos perros, a los que, admite, trata como si fueran hijos, pero sin olvidarse de que son animales. “No son sustitutos de hijos como tal pero es lo más parecido (a la paternidad) que he sentido hasta ahora, a nivel de sentimientos, por cómo ellos te devuelven ese cariño que a lo mejor se recibe de un hijo. Como no tengo niños, no puedo comparar, y entiendo que sí son mis ‘perrhijos’, dice.

En el caso de Esther, fueron las dificultades para conciliar y la precariedad laboral lo que motivó la decisión de no tener descendencia: «Me han criticado mil veces que tenga perros y no tenga niños, y siempre digo lo mismo: tal y como está la vida, yo he tenido que trabajar a veces 12 horas, de lunes a domingos, y coger todo lo que pille. ¿Qué hago con un bebé? (…) Llevamos todos una vida tan rápida, de tener que trabajar muchas horas para sobrevivir, que no tenemos tiempo para tener hijos. Y a mí eso de tenerlos para que los críe otro siempre me ha parecido muy egoísta», cuenta Esther (49 años), que trabaja como dependienta en una tienda y que «comparte piso» con tres perros adoptados: Andrés, Sora y Horus. Cada mañana, explica, antes de irse a trabajar se deja «a los niños apañados» (paseados y alimentados) y se va tranquila de casa, sabiendo que estarán bien hasta que ella regrese. Sus jornadas serían muy diferentes, en cambio, si hubiera decidido tener hijos.

Tener un animal de compañía te da una gratificación muy importante y tiene menos coste.

«Tener un animal de compañía te da una gratificación muy importante y tiene menos coste. En términos racionales, tienen menos coste de tiempo, menos coste económico, menos coste de todo, y, a la vez, menos coste emocional, porque el coste emocional de un hijo es de por vida», apunta Ayuso. A eso le suma el hecho, dice, de que, a diferencia de lo que sucede con los niños, los animales no te vinculan a otra persona (al padre o a la madre) «de por vida».

Lucía (28 años) está acostumbrada a escuchar comparaciones entre perros y niños, y, aunque entiende por qué ocurre, ella no se siente «identificada»: «Si quisiera hijos, tendría hijos, no perros, o ambos, pero no los equiparo, no creo que sea algo mejor ni peor, simplemente diferente».

¿Excesiva «humanización» de los animales?

Una crítica común que reciben quienes hablan de sus perros como un miembro más de la familia es que «humanizan» al animal, un término que, según Sofi Martens, etóloga y psicóloga canina, no es del todo preciso. «El término humanizar está mal dicho porque nosotros hemos humanizado a los perros hace miles de años, lo que sí hacemos a veces es tratarlos como niños y eso, en algunos casos, puede ser antinatural para el propio animal. La falta de límites, permitirles demasiado y no darles la vida que necesiten también puede provocar el efecto contrario y que los perros tengan muchos problemas. Evidentemente tienes que tratar a tu perro bien, pero siempre y cuando él todavía se pueda sentir perro», subraya.

«humanizar» en exceso hasta el punto de darle numerosos atributos humanos al animal puede ser perjudicial

A esta experta en comportamiento animal no le parece mal que se utilice la palabra «perrhijo» de forma cariñosa y se alegra del avance que se ha producido respecto a la forma de tratar a los animales, pero sí insiste en que «humanizar» en exceso hasta el punto de darle numerosos atributos humanos al animal puede ser perjudicial: «Un perro al que estamos todo el rato peinando, vistiendo o llevándolo en el bolso a todas las tiendas puede desarrollar en un futuro problemas de conducta porque ellos tienen instintos animales y unas necesidades que deben ser cubiertas (…) Un perro necesita salir, olfatear, socializar…».

Existe un comportamiento anormal que afecta al hombre y la sociedad, y todo ello es fruto de las Ideologías que buscan destruir al hombre y sus principios, humanizando a los animales y rebajando al hombre a guiarse por sus bajos instintos.

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