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John Henry Newman: De las sombras e imágenes hasta la verdad

John Newman fue el Cardenal y teólogo inglés más famoso de los conversos al catolicismo en la Inglaterra victoriana. Al hacerse católico, no sintió ningún cambio en su espíritu, salvo la paz y la felicidad que lo acompañaron desde entonces. Lo que llevó a la fe fue su incansable búsqueda de la verdad; su corazón era quebrantado por la incertidumbre de hacer la voluntad de Dios; pero un corazón quebrantado y humillado, el Señor, jamás, lo rechaza.
John Henry Newman: De las sombras e imágenes hasta la verdad

Benedicto XVI había dispuesto que las ceremonias de beatificación, fueran celebradas en la diócesis de cada beato; además ordenó que dicha ceremonia debía ser celebrada por el Prefecto para la Causa de los Santos en representación suya. Pero un Domingo, 19 de setiembre de 2010, el mismísimo Papa Benedicto celebraba, por primera vez en su pontificado, una ceremonia de beatificación. Ante unas decenas de miles de personas, declaraba beato en el Cofton Park de Rednal en Birmingham, Inglaterra, al Cardenal John Henry Newman, un converso del anglicanismo, cuya autobiografía «Apologia pro Vita Sua» había tenido enormes influencias intelectuales para la teología católica. Benedicto XVI, siendo cardenal había escrito la presentación del mencionado libro con ocasión del Centenario de la muerte del Cardenal Newman.

El 19 de setiembre de 2010 Benedicto XVI beatificó al cardenal John Henry Newman, quien, según el Papa Emérito, «enseñó que la luz amable de la fe nos lleva a comprender la verdad sobre nosotros mismos, nuestra dignidad de hijos de Dios y el destino sublime que nos espera en el cielo».

Nueve años después, el 13 de octubre del 2019, el Papa Francisco lo canonizó, en una solemne ceremonia, donde propuso a los fieles la santidad de lo cotidiano a la que se refiere el Cardenal John Henry Newman cuando dice: «El cristiano tiene una paz profunda, silenciosa y escondida que el mundo no ve. […] El cristiano es alegre, sencillo, amable, dulce, cortés, sincero, sin pretensiones, […] con tan pocas cosas inusuales o llamativas en su porte que a primera vista fácilmente se diría que es un hombre corriente» (Sermones parroquiales y sencillos, V, 5).

Newman es relevante para nuestro siglo XXI entre otras razones por dos motivos expresados en su lema y en su epitafio. De su lema “El corazón habla al corazón” destacó el Papa Benedicto XVI que con el mostraba “el deseo profundo del corazón humano de entrar en comunión íntima con el Corazón de Dios”. Un deseo que fue expresado hace más de 1500 años por San Agustín en sus Confesiones, “Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que reposa en ti”, y que está en la base de un camino de santidad que a través del conocimiento sensible contribuye a la salvación de la humanidad desde la Encarnación.

Su epitafio es también un resumen de su vida y la expresión sintética de un trayecto espiritual al que invita a recorrer a todo aquel que atraviese también “tiempos de oscuridad”: “De las sombras y los fantasmas a la verdad”.

Desde entonces, la Iglesia lo recuerda en su calendario cada 9 de octubre.

Ofrecemos aquí una pequeña biografía de este importante Santo de los tiempos modernos.

Los primeros años

John Henry Newman nació el 21 de febrero de 1801 en el centro de Londres, en el seno de una familia anglicana acomodada. Fue el mayor de seis hermanos. Su padre era un banquero, bastante liberal en materia religiosa. Su madre, de antepasados calvinistas, lo educó desde niño en el gusto por la lectura de la Biblia. Desde 1808 hasta 1816 asistió al colegio privado de Ealing, donde se destacó como alumno brillante. Hacia 1815 pensaba que le gustaría ser virtuoso, pero no religioso, y no veía el sentido de amar a Dios. Alrededor del año 1816 llegó a discernir que era la voluntad de Dios que se mantuviera célibe de por vida.

En 1817 ingresó en el Trinity College de Oxford. En ese entonces sólo los anglicanos podían estudiar o enseñar en la Universidad de Oxford. Celebró ese año su primera comunión en la capilla del colegio. En 1820 se graduó como Bachelor of Arts.

El 13 de junio de 1824 Newman fue ordenado diácono. Entonces asumió la responsabilidad pastoral sobre las almas, a la que fueron dirigidas todas sus empresas. Poco después fue nombrado coadjutor de una parroquia pobre de Oxford, San Clemente.

El 29 de mayo de 1825, es ordenado sacerdote anglicano en la catedral de Oxford y al año siguiente es promovido al puesto de tutor oficial en el colegio Oriel.

Allí se hizo amigo de Richard Hurrell Froude, por medio del cual entró en contacto con las creencias de «la High Church» (la alta Iglesia), es decir, la tendencia anglicana más tradicional y menos influenciada por el protestantismo, era muy minoritaria en ese entonces.

Gracias a la influencia de Froude, Newman poco a poco se alejó de la reforma protestante. Froude también enseñó a Newman a creer en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, a tener devoción a la Santísima Virgen y a aceptar la doctrina de la sucesión apostólica. Newman había estudiado a fondo la sagrada Escritura y sabía de memoria gran parte de la misma. En 1828 empezó a leer las obras de los Padres de la Iglesia, por orden cronológico. Entonces se le abrió el otro gran receptáculo del tesoro de la revelación.

En enero de 1828 Newman fue nombrado párroco de la iglesia universitaria de Santa María.

Líder del Movimiento de Oxford

En 1833, Newman propuso a Keble, otro sacerdote anglicano, y a Froude asociarse para trabajar con el objetivo de iniciar un movimiento que impulsara una verdadera reforma en el anglicanismo. Keble y Froude lo apoyaron. Su primer objetivo era defender la libertad de la Iglesia respecto al Estado, basándola en el origen apostólico de la autoridad eclesiástica. Decidieron publicar los «folletos de actualidad» (Tracts for the Times), los «Tracts» eran breves artículos en defensa de la independencia de la Iglesia.

Newman mantuvo durante toda su vida una firme adhesión a sus dos primeros principios (el dogma y el sistema sacramental).

Por el contrario, su tercer principio (la oposición a la Iglesia de Roma) se fue diluyendo gradualmente, hasta que renunció a él completamente en 1845.

Al ir adentrándose en las verdades cristianas, Newman dio la impresión de estar difundiendo la doctrina de la Iglesia de Roma. Por eso fue acusado de «papismo», la acusación más nociva que podía formularse en la Inglaterra de esa época.

En 1839, Newman presintió por primera vez que después de todo la Iglesia de Roma podía tener razón en su controversia con la Iglesia anglicana.

Entretanto muchos anglicanos comenzaron a inclinarse hacia Roma. Para mantenerlos dentro de la Iglesia anglicana, mostrándoles que era genuinamente católica, Newman escribió el Tract 90. Éste, el último y más famoso de los Tracts, fue publicado el 27 de febrero de 1841. Su objetivo era demostrar que los «Treinta y nueve artículos» anglicanos podían ser interpretados de modo que fuesen compatibles con la doctrina católica. La reacción protestante fue muy fuerte. En Oxford la junta de directores de colegios condenó a Newman por desleal.

La conversión al catolicismo

A fines de 1841 Newman decidió vivir retirado en Littlemore. Así evitaría actuar como líder de un sector opuesto a los obispos, y en una atmósfera de oración y penitencia podría reflexionar sobre los problemas que lo preocupaban. En febrero de 1843 Newman se retractó de todo lo escrito contra la Iglesia de Roma. En septiembre de ese año predicó su último sermón como anglicano y presentó renuncia a su puesto eclesiástico.

Newman fue recibido en la Iglesia católica por el Padre Domingo Barberi, pasionista italiano, en Littlemore, el 9 de octubre de 1845. Dos amigos de Newman entraron en la Iglesia Católica junto con él, un número considerable lo había precedido, y en los años siguientes varios centenares de hombres instruidos y relacionados con la Universidad siguieron su ejemplo.

Al hacerse católico, Newman no sintió ningún cambio en su espíritu, salvo la paz y la felicidad que lo acompañaron desde entonces.

 

La Congregación del Oratorio de San Felipe Neri

Reflexionó sobre su entrada en diversas órdenes religiosas, pero finalmente se decidió por el oratorio de San Felipe Neri. En la Roma del siglo XVI San Felipe no fundó una nueva orden religiosa, sino un grupo de sacerdotes seculares que vivían en común sin emitir votos y con el único vínculo de la caridad fraterna. El Papa Pío IX dio a Newman autoridad para establecer oratorios en Inglaterra y para ello le permitió adaptar la regla de San Felipe. Newman, después de estudiar intensivamente la historia de San Felipe y su instituto, se dedicó a realizar fielmente la idea de San Felipe en circunstancias muy distintas. El Oratorio fue el marco en que se desarrolló el resto de la larga vida de Newman. Aunque esperaba fundar muchos oratorios, Newman sólo consiguió fundar dos: El primero en Birmingham (en 1848) y el segundo en Londres (en 1849).

En 1852 pronunció diez discursos en Dublín sobre la naturaleza y objetivo de la educación universitaria, los cuales fueron publicados como primera parte de su obra «Idea de una universidad». En ellos, sostenía que apartar la teología de las universidades era menoscabar la plenitud e invalidar el crédito de todo aquello que se enseñaba en ellas. Sin embargo la nueva universidad debía tener autonomía. Su objetivo (la educación liberal) no quedaba modificado por ser católica.

Últimos años

En diciembre de 1877 el Trinity College de Oxford lo nombró su primer miembro honorario. Volvió al colegio en febrero de 1878, su primera visita a Oxford desde 1846. En el mismo mes murió el Papa Pío IX y fue elegido Papa León XIII. Un año después Newman fue nombrado cardenal, pese a la oposición de quienes lo consideraban demasiado liberal. Este nombramiento fue una reivindicación providencial de su persona. Los últimos once años de vida de Newman transcurrieron relativamente en paz, con su comunidad en auge, su escuela, sus numerosas visitas y su correspondencia. Murió el 11 de agosto de 1890. Newman pidió que en su lápida esculpieran las siguientes palabras: Ex umbris et imaginibus in veritatem («De las sombras e imágenes hasta la verdad»).

Para la beatificación del Cardenal Newman, la Iglesia reconoció la curación milagrosa del Diácono Jack Sullivan, sin embargo a Newman se le atribuyen además innumerables milagros espirituales; milagros de conversión. Un gran número de anglicanos se convirtieron al catolicismo cuando él decidió abrazar la fe católica, y aún hoy esos «milagros» de conversión se multiplican, gracias a sus escritos, sus sermones, y principalmente su obra maestra: «Apologia pro Vita Sua».

El milagro que permitió su canonización fue la curación de una mujer embarazada estadounidense que rezó pidiendo la intercesión del cardenal tras recibir un diagnóstico muy grave. Los médicos aún no se explican cómo la mujer, de la Arquidiócesis de Chicago, pudo recuperarse.

Lo que llevó a Newman a la fe fue su incansable búsqueda de la verdad; su corazón era quebrantado por la incertidumbre de hacer la voluntad de Dios; pero un corazón quebrantado y humillado, el Señor, jamás, lo rechaza.

Los santos nos mueven a ser discípulos de Cristo y cada uno nos ofrece lecciones particulares para esa misión evangelizadora. La vida cristiana, para Newman, era la respuesta que el hombre daba a la llamada de Dios. La llamada a la santidad se entiende como un camino de amor y de lucha. Los medios para recorrer el camino son la oración, la práctica de las virtudes en la vida ordinaria y el trabajo y una vida sacramental. Se sirve mejor a Nuestro Señor Jesucristo y con mayor fervor cuando los hombres no son perezosos en su trabajo y, en cambio, cumplen su deber en el estado de vida en el que Dios se ha complacido llamarlos. Dios nos llama a todos a la santidad, es decir, a participar de quien es solo santo, de Dios mismo. Esta es la clave de la vida del cristiano. No se trata de ver la religión católica como una cuestión de cumplir leyes y preceptos. Es ante todo la vida de hijos que por la gracia son divinizados. Una buena parte de las homilías de Newman están enfocadas por un lado en reprobar los pecados y vicios, empezando por el orgullo, la insinceridad y la falta de fe, y por el otro en animar a sus oyentes en el ejercicio de las virtudes, como son la humildad, la caridad, la fe, la piedad, la sinceridad y el celo por las cosas de Dios.

“Se les dice a los cristianos, no solamente que no se depriman ante sus sufrimientos sino que se alegren. Más aún, que se alegren no sólo porque la aflicción sea una disciplina que conduce a un bien futuro, sino porque es un privilegio presente, el privilegio de ser hechos semejantes a Cristo”, decía John Henry Newman

Oración del cardenal Newman escrita en 1833 en una nave que lo llevaba de Sicilia hasta el Reino Unido.

Guíame, Luz Amable, entre tanta tiniebla espesa,
¡llévame Tú!

Estoy lejos de casa, es noche prieta y densa,
¡llévame Tú!

Guarda mis pasos; no pido ver
Confines ni horizontes, sólo un paso más me basta.

Yo antes no era así, jamás pensé en que
Tú me llevaras.

Decidía, escogía, agitado; pero ahora,
¡llévame Tú!

Yo amaba el lustre fascinante de la vida y, aun temiendo,
Sedujo mi alma el amor propio: no guardes cuentas del pasado.

Si me has librado ahora con tu amor, es que tu Luz
Me seguirá guiando

Entre páramos barrizos, cárcavas y breñales, hasta que
La noche huya

Y con el alba, estalle la sonrisa de los ángeles,
La que perdí, la que anhelo desde siempre.

En el mar, 16 de junio de 1833

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1 comentario en “John Henry Newman: De las sombras e imágenes hasta la verdad”

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