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La curación del leproso ¿Una sanación verdadera o una mera inclusión social?

No es difícil escuchar en ambientes católicos o incluso en los mismos púlpitos, reflexiones sobre la curación del leproso narrada por San Marcos, en la que se afirma que la curación como tal, no ocurrió sino que el verdadero milagro fue la inclusión social de este hombre marginado por su condición de leproso. ¿Jesús solo rompió el tabú de una sociedad judía que despreciaba a los leprosos o realmente lo curó?

La lepra en Israel

Los leprosos son a menudo mencionados en las Sagradas Escrituras como víctimas de una enfermedad que se puede considerar endémica en aquellos tiempos y lugares bíblicos debido a las condiciones climatológicas, la escasa higiene y la falta de medios.

Pero a veces aparecen también en las Sagradas Escrituras como portadores de este mal para manifestación del poder de Dios o en castigo por algún pecado: así, Moisés, si bien momentáneamente y como una señal del poder milagroso que Dios le daba (Ex. 4,6-7); su hermana María (Num. 12,9 ss.); el sirio Naamán, curado por Eliseo (2 Re. 5); el criado de Eliseo, Guejazi (2 Re. 5,27); el rey Ozías (2 Re. 15,5); probablemente Job durante la prueba (Iob. 2,7-8), etc. Junto a éstos no escaseaban los leprosos entre la gente del pueblo: los cuatro que estaban a las puertas de Samaria (2 Re. 7,3), los «muchos leprosos que había en Israel en tiempos de Eliseo» (Lev. 4,27).

Los casos mencionados testifican la gravedad de la enfermedad, cuya curación generalmente sólo se podía esperar de un milagro.

En el Nuevo Testamento, encontramos a Simón (Mc. 14,3) y los curados por Jesús, uno en Galilea (Mc. 1, 40-45) y diez en una aldea samaritana (Lc. 17,11-18), de los cuales uno sólo volvió para darle las gracias. Los casos mencionados testifican la gravedad de la enfermedad, cuya curación generalmente sólo se podía esperar de un milagro. El Levítico se ocupa expresamente de la enfermedad, caracterizando su condición de impureza legal y las medidas a adoptar: aislamiento del afectado y su reingreso en la comunidad en caso de eventual curación (Lev. 13-14). El diagnóstico lo hacía el sacerdote, y tenía, por tanto, un valor religioso más que médico.

El haber hecho a la lepra objeto de un dictamen religioso se explica por la naturaleza del pueblo de Israel, un pueblo sacerdotal (Ex. 19,5-6), que concebía toda la vida, hasta en los más pequeños detalles, como un culto a Dios. Por eso, los que no podían convivir dentro de la sociedad eran también impuros para el culto. Por eso mismo, los leprosos son también objeto de las promesas mesiánicas. Isaías pinta, en su famoso oráculo, al Siervo doliente, rehuido de todos como un leproso, el cual se halla en tal estado porque carga con los pecados del pueblo (Is. 53,3-12). La enfermedad es, en efecto, consecuencia del pecado, que Jesús ha venido a quitar con su sacrificio redentor (cfr. Mt. 8,17). Por eso, la curación de los leprosos está entre las señales que da Jesús de que el Reino de Dios está ya entre los hombres (Mt. 10,8; 11,5).

Por qué este milagro de Cristo no es solo una inclusión social

Esta interpretación surge de un modo de hacer teología que excluye los «auditus fidei» (los que oyen con fe), es decir, la revelación centrada en Dios; que se revela y nos muestra sus misterios, y pone al hombre como centro teológico; es la más atroz inversión de la teología; es el hombre que deja de mirar a Dios y lo que tiene para mostrarnos, para mirarse a sí mismo y constituirse un lugar teológico. Si bien es cierto, el hombre es el culmen de la creación, y la humanidad ha sido redimida por el sacrificio de Cristo, un dios-hombre; razonar partiendo desde la humanidad, crea diversos problemas, entre ellos y el más letal; la pérdida de la trascendencia, es decir, la pérdida del sentido de lo sobrenatural, por eso al teólogo que se basa en el hombre le cuesta ver el milagro de Jesús como hecho de orígenes extraordinarios y busca una explicación no trascendente o terrenal para explicar pasajes de la Escritura como éste. Pero esta manera de hacer teología no solo se centra en el hombre, sino que va más allá; posee una preferencia por el pobre; o como suele decirse más comúnmente: «opción preferencial por el pobre».

Se compadeció de aquello cuyas llagas representaban: sus pecados y su incapacidad de pagar por el más mínimo de ellos

Es cierto que Nuestro Señor dijo «cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis». Pero también dijo a Judas, el que lo traicionaría justamente por treinta monedas, que «a los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis». Es decir, el mandamiento se cumple amando a Dios y al prójimo, por Dios; pues la caridad es una virtud teologal, es decir, referida a Dios. Dando a Jesús, el perfume más caro, o derramando un perfume de nardo puro por los pies callosos de un mendigo, por amor a Dios. A los pobres siempre los tendremos entre nosotros, porque siempre seremos pobres ante Dios, y lo más importante que salir de la pobreza, la marginación o la desidia de un estado que se declara laico, es decir, intrascendente, es salir de la desgracia del pecado, salir del camino a la condenación eterna.

Jesús sabe mejor que nadie los sufrimientos del hombre, pues nadie sufrió como Él, y por eso se compadece de los necesitados como se compadeció de este leproso; pero no se compadeció solo de su condición de excluido de la comunidad cultual de Israel, ya que su condición le impedía participar del culto de Israel, se compadeció de aquello cuyas llagas representaban: sus pecados y su incapacidad de pagar por el más mínimo de ellos, su imposibilidad de llegar al cielo.

Sin milagros no hay fuentes de credibilidad, sin fuentes de credibilidad no hay revelación, y nosotros estamos seguros que Dios se nos reveló

Jesús, efectivamente, sanó al leproso; su lepra cesó, porque Jesús es Dios y puede hacerlo; lo hizo porque quería, pues, dijo: «Quiero, queda limpio»; lo hizo, porque nos lo narran los Evangelios y la Iglesia a lo largo de los siglos, con el auxilio del Espíritu Santo, ha creído en todas las partes donde habitaban cristianos que estos milagros fueron reales.

Sin milagros no hay fuentes de credibilidad, sin fuentes de credibilidad no hay revelación, y nosotros estamos seguros que Dios se nos reveló, nos mostró el cielo, nos mostró el infierno, nos mostró el misterio inalcanzable de la Santísima Trinidad, nos reveló su amor extremo, un amor que da la vida. El cristiano verdadero sabe que Cristo es su centro, que el primer mandamiento es el Amor a Dios, y el amor al prójimo (marginado o no) y a uno mismo, por Dios.☐

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