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La penitencia cristiana y la «penitencia» del mundo

Durante siglos cristianos fervorosos, enamorados realmente de la pasión de Cristo, desean imitarlo y reproducir de algún modo lo que Él había sufrido.

Durante siglos cristianos fervorosos, enamorados realmente de la pasión de Cristo, desean imitarlo y reproducir de algún modo lo que Él había sufrido.

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En Argentina, en al año 2016, un fiscal mandó allanar un convento carmelita en Nagoyá, buscando pruebas de «practicas de tortura» en el lugar. Mons. Hector Aguer, ex Arzobispo de La Plata, deja esta interesante reflexión sobre la penitencia cristiana y su contrapartida mundana en el sufrimiento por mera vanidad.

Desde que el Verbo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, tomó carne humana y vivió entre los hombres, compartiendo nuestra condición, debilidades e incluso la misma muerte, el cuerpo ha sido considerado por los cristianos «templo de Dios», digno de respeto, con el cual llegaremos a la Vida Eterna. Con este cuerpo, hemos de ver un día a Dios cara a cara. Después de la inevitable disolución que producirá la muerte en el mismo, cuando se efectúe la resurrección final, nuestro cuerpo irá a gozar de la delicia y alegría inefables de ver a Dios, con nuestros propios ojos. Sabemos que nuestros cuerpos resucitarán, esa es nuestra fe, y por eso cuidamos nuestro cuerpo, lo alimentamos, lo higienizamos, es nuestro compañero de viaje hasta el último día de nuestra peregrinación terrena.

Este cuerpo humano asumido por el Verbo sufrió indecibles tormentos y dolores, una cruelísima y sangrienta flagelación, coronación de espinas,

Con su Encarnación el Hijo de Dios dio al cuerpo humano la dignidad más grande al hacerlo instrumento de salvación con su muerte en la cruz y su resurrección gloriosa. Pero leemos en los evangelios que este cuerpo humano asumido por el Verbo sufrió indecibles tormentos y dolores, una cruelísima y sangrienta flagelación, coronación de espinas, caídas, bofetones, torturas y finalmente los dolorosos clavos que perforaron sus manos y sus pies en la cruz… Durante siglos ha habido cristianos fervorosos, enamorados realmente de la pasión de Cristo, que deseaban imitarlo y reproducir de algún modo lo que Él había sufrido. De este modo, e impulsados por un ardiente amor, se entregaron a grandes penitencias, por ejemplo San Francisco, San Benito, Santa Catalina, Santa Hildegarda…, e incluso en nuestros días la Madre Teresa de Calcuta…, así como otros tantos santos de antiguas épocas que sin duda no tenían nuestros conocimientos actuales sobre enfermedades, infecciones, gérmenes que penetran a través de las heridas, etc. etc…

Nuestros conceptos son distintos en esta materia, pero sorprendentemente no pocos hombres y mujeres hoy pasan alegremente por encima de los mismos para someterse en nombre de una pretendida belleza o de simple gusto personal, a todas clase de heridas corporales con el objeto de tatuarse, desde unas flores o un paisaje completo hasta las figuras más inverosímiles…, sin contar los populares piercing tan difundidos entre los jóvenes (no importa a partir de qué edad), que agujerean brutalmente cualquier parte del cuerpo aún las más sensibles del rostro y la lengua… Y si continuamos con las agresiones que padece hoy en día el cuerpo humano «con todo derecho», podríamos agregar las aberrantes torturas que algunos sadomasoquistas se infligen mutuamente con pretensiones de placer erótico…

Los cristianos amamos nuestros cuerpos, los defendemos y cuidamos. Pero una cosa es amar el cuerpo y otra idolatrarlo. Nuestro cuerpo es un bien preciado que Dios nos ha concedido: «Dios creó al hombre y vio que era muy bueno». No podemos hacer de nuestro cuerpo un dios, pero tampoco una basura. En estos tiempos hay no pocos y tristes ejemplos de seres humanos considerados «basura»…, cuya dignidad inviolable no es respetada, cuya voluntad es avasallada, cuya libertad es descalificada, cuyo modo de vida es desacreditado… Sin contar con las innumerables muestras de desprecio infligidas al cuerpo humano de la mano de la eugenesia, el aborto, la eutanasia y toda clase de discriminaciones, incluso irrazonables como la obesidad, el color de la piel, el tamaño de la nariz o de las orejas, y un largo etcétera que muchos tratan de evitar recurriendo a todo tipo de cirugías…

Después de tantos siglos, los medios y las formas serán diferentes pero el espíritu que anima estos deseos es el mismo: imponer algún límite al cuerpo con el fin de hacer una entrega al Creador de algo lícito y bueno

Nosotros los cristianos de hoy estamos plenamente de acuerdo en manifestar que nuestro cuerpo no ha sido hecho para la tortura física, que este no es el fin para el cual fue creado este cuerpo maravillosamente constituido, y formado de manera tan admirable por el Creador con sus propias leyes y también con su belleza natural… Pero no podemos negar que pueda existir en alguien el deseo de acompañar a Cristo en sus dolores, en su pasión, en sus sufrimientos, como lo hubo en la antigüedad cristiana… Hoy, después de tantos siglos, los medios y las formas serán diferentes, sin duda, pero el espíritu que anima estos deseos es el mismo: imponer algún límite al cuerpo con el fin de hacer una entrega al Creador de algo lícito y bueno, como un modo de acercarnos a Él a través del sacrificio… Y nadie se extrañe que los cristianos hablemos de sacrificio para acercarnos a Dios cuando cualquier atleta o modelo tiene que someterse a tantos sacrificios en dietas, entrenamientos, privaciones…, aún de cosas buenas y lícitas para lograr un estado apropiado para la competición o un cuerpo que se luzca sin un kilogramo de más en la pasarela…

Cabe aclarar que la recta penitencia cristiana no consiste en lastimar el cuerpo, ni en hacerle heridas, sino simplemente en provocarle una incomodidad, ya sea a través de algún pequeño instrumento o pequeñas cosas que pueden hacer que nuestro cuerpo sea simplemente colocado en su lugar, que es el de servidor de Aquel que es el único Señor, y a través del cual nos expresamos como lo que somos: criaturas salidas de sus manos, y que por lo tanto reconocemos su soberanía y su paternidad sobre nosotros…

La Iglesia Católica nunca aprobará que en nombre de la fe se inflija una tortura física ni se flagele brutalmente a nadie, precisamente a causa de la dignidad de cada persona humana, de cada cuerpo humano, templo del Creador. Si esto es algo que sucedió en lejanas épocas, la Iglesia misma a través de sus autoridades lo ha revisado y revertido de conducta, lamentando hechos pasados y ofreciendo el correspondiente pedido de perdón. Esto debe quedar claro, y si algún miembro o comunidad de la misma Iglesia cayere aun en esto será corregido y sancionado como corresponde. Estamos asistiendo diariamente a lo que puede llevar el fundamentalismo en cualquier religión, por eso no debemos asombrarnos si ocurriera el caso…

Hoy más que nunca, hay fundamentalistas islámicos que se suicidan y asesinan a otros en nombre de Alá, pero la prensa no se dedica a raíz de eso a defenestrar a todos los demás musulmanes o al Islam en su conjunto… Puede ser, y habrá que ver en este caso concreto de las monjas de Nogoyá si se pasaron las reglas de prudencia o no se trata más que del sensacionalismo al cual los medios de comunicación nunca terminan de acostumbrarnos… Habrá que ver si existen realmente los excesos de los cuales nos da cuenta la prensa, en cuyo caso la Iglesia como madre solícita se encargará de moderar y de llevar a su recto cauce. Podemos pensar que tal vez haya habido una buena intención, se hace difícil creer en torturas físicas infligidas a alguien hoy por manos de algunas monjitas encerradas. Esperamos que una sana justicia, no viciada por prejuicios y preconceptos, nos ayude a ver la realidad. De todos modos, el daño y la confusión ya han sido sembrados entre nosotros.

En cuanto a la vida de las Carmelitas Descalzas, quien las conoce un poco de cerca puede saber que es mucho más que unas penitencias aisladas. Como decía santa Teresa: «Ya sabéis que en muchas penitencias os voy a la mano…» La Santa Fundadora prefería las virtudes sólidas de humildad, caridad fraterna, pobreza, oración, entrega generosa por la Iglesia en favor de los hombres… Lo que se diga ahora habrá que tamizarlo con los inevitables prejuicios de un mundo que no entiende de renuncias, de generosidad en su máxima expresión, de virginidad vivida alegremente por el Reino de los Cielos, de oración y amor a Dios, de fraternidad compartida sin la competitividad de nuestra sociedad, sin las ambiciones mezquinas de tantos que solo buscan su propio bien por encima o a costa de los demás.

Hace poco inundaba las redes la fotografía de una Carmelita muerta en el Hospital Austral de un doloroso cáncer de lengua que la llevó a la tumba – o mejor, a la eternidad-, a los 42 años. La sonrisa, la paz inefable, la alegría y la entrega de ese rostro, no necesitan comentarios… No parece que haya vivido torturada ni manipulada ni destrozada psicológicamente para llegar a morir así… Ojalá que los que hoy gastan palabras y razones para juzgar y condenar un estilo de vida que no conocen puedan llegar a la hora de la muerte con la misma serenidad y entereza. Pero, sobre todo, con la misma fe en otra vida mejor… Si asistimos y nos sentimos involucrados de algún modo con este doloroso caso de las Carmelitas de Nogoyá será mejor que recemos…, y esperemos para ver realmente dónde está la verdad… Pero mientras tanto no generalicemos sobre la vida de aquellas que hoy ruegan por los mismos que las descalifican.

Estos pequeños sentían la necesidad de poner una incomodidad en su propio cuerpo para ofrecerla por los pecadores.

Finalmente, si la penitencia es lo que constituye el máximo escándalo para nuestra sociedad comodona y consumista, valga como ejemplo el de los pastorcitos de Fátima, tres pequeños portugueses que en 1917 vieron a la Virgen mientras cuidaban sus ovejitas. Eran tres niños humildes e ignorantes. Nadie en la Iglesia ni en su parroquia ni en sus hogares les había enseñado este tipo de prácticas. Sin embargo, ellos sintieron que debían hacer sacrificios, y se ceñían una soguita a la cintura, buscando con ello ofrecer algo a Jesús y a María, al mismo tiempo que se privaban del postre o la comida que sus madres les habían dado para compartirla con los pobres del lugar… Repetimos: nadie les había enseñado esto, no era el fruto de la idea de algún Sacerdote o de sus madres, la Santísima Virgen era quien se los inspiraba, y por eso estos pequeños sentían la necesidad de poner una incomodidad en su propio cuerpo para ofrecerla por los pecadores. La misma Señora les indicó entonces que no durmieran con esta cuerda, puesto que podría hacerles mal.

Acá tenemos la clave de lo que la Iglesia de hoy nos pide a los cristianos, a la hora de hacer penitencia. Es cierto que a veces esta nos cuesta mucho por la vida de comodidad que llevamos, que nos duele privarnos de alguna cosa; hoy en día es fácil prescindir de alguna comida o de algún postre porque se hace por razones estéticas o de salud corporal, entonces se entiende un poco más que hagamos esto por la religión… Pero el hecho de hacer algo que nos incomode, que nos duela, que ponga un límite a nuestro cuerpo por deseo de reparar los propios pecados o los ajenos, constituye un escándalo y parece que dentro de poco hasta un delito…

Hoy asistimos al fenómeno de que hechos que en el pasado eran considerados delictivos, ya no son tales… Entonces, ¿Qué estamos haciendo? ¿Creando nuevos tipos de delitos para suplir los que faltan? Pobre sociedad la nuestra… Cualquiera puede hacer cualquier cosa en nombre de su derecho a la autodeterminación… Pero a nadie se le ocurra aspirar a santo…, porque indefectiblemente será descalificado y lo que es peor, condenado como un criminal…

En fin, «el que pueda entender, que entienda…» «…Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿creen que hallará fe sobre la tierra?».

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