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La templanza, una virtud de capital importancia

Para entender la Virtud de la Templanza debemos leer a San Juan Pablo II, quien dice: «Un hombre templado es uno que es dueño de sí mismo. Aquel en quien las pasiones no prevalecen sobre la razón, la voluntad e incluso el "corazón". ¡Un hombre que puede controlarse!
La templanza, una virtud de capital importancia

Para entender la Virtud de la Templanza debemos leer a San Juan Pablo II, quien dice: «Un hombre templado es uno que es dueño de sí mismo. Aquel en quien las pasiones no prevalecen sobre la razón, la voluntad e incluso el «corazón». ¡Un hombre que puede controlarse!

¿Has escuchado el anuncio que dice: «Nada con exceso, todo con medida»? Estas palabras deberían hacernos reflexionar en muy diferentes aspectos de nuestras vidas. Cuántas veces nos excedemos en muchas cosas. Por ello, la virtud de la templanza, una de las cuatro virtudes esenciales para el desarrollo de una personalidad madura, nos es necesaria para adquirir el balance en nuestra vida espiritual, pues ella nos permite gozar de los placeres sensibles de una manera ordenada y adecuada, sin desviarnos, por tanto, de nuestro fin, la verdadera felicidad.

La templanza es la virtud que regula en el hombre, la búsqueda del placer y el uso de los bienes creados. Dios ama mucho al hombre y ha creado todas las cosas para que las utilice para su bien. Por ejemplo ha creado las plantas para que el hombre pueda comer, sacar medicinas y otros productos; ha creado los animales para que le ayuden al hombre en su trabajo y le den alimento. Pero todo esto hay que utilizarlo equilibradamente, nada en exceso ni en defecto, pues en el medio se encuentra la virtud.

La templanza se traduce también como el dominio de nosotros mismos

La templanza se traduce también como el dominio de nosotros mismos, en ser señores de nuestras propias pasiones y aprender a controlarlas y encauzarlas bien. Porque, por ejemplo, una persona que tiene un carácter fuerte y determinado, si lima las aristas, puede ser una característica clave para ejercer un liderazgo.

San Josemaría Escrivá de Balaguer escribe: «No todo lo que experimentamos en el cuerpo y en el alma ha de resolverse a rienda suelta. No todo lo que se puede, se debe hacer». Porque vivimos imbuidos en una sociedad de consumo, y tanto la publicidad, como el cine, las series de televisión, los anuncios de los medios de comunicación y los aparadores de las tiendas comerciales, nos empujan a consumir en forma compulsiva, como si la felicidad estuviese fincada en la adquisición desenfrenada de bienes materiales.

Una persona madura sabe que -si tiene buen criterio para juzgar y decidir sobre esos cientos de invitaciones para comprar y consumir- puede controlar sus impulsos. Esa actitud no supone una limitación, sino grandeza de ánimo y firmeza de carácter.

La virtud en la educación de los hijos

En la labor de educación, cuando los padres niegan a sus hijos algún deseo, es fácil que éstos pregunten por qué no pueden seguir la moda, o comer algo que no les gusta, o qué les impide pasar horas navegando por internet, o jugando en el ordenador. La respuesta que viene espontánea puede ser, simplemente, «porque no nos podemos permitir ese gasto» o «porque debes terminar tus tareas» o, en el mejor de los casos, «porque acabarás siendo un caprichoso».

Son respuestas hasta cierto punto válidas, al menos para salir de un momentáneo aprieto, pero que sin pretenderlo pueden ocultar la belleza de la virtud de la templanza, haciendo que aparezca ante los hijos como una simple negación de lo que atrae.

La templanza encauza las energías humanas para mover el molino de todas las virtudes.

Por el contrario, como cualquier virtud, la templanza es fundamentalmente afirmativa. Capacita a la persona para hacerse dueña de sí misma, pone orden en la sensibilidad y la afectividad, en los gustos y deseos, en las tendencias más íntimas del yo. En definitiva, nos procura el equilibrio en el uso de los bienes materiales, y nos ayuda a aspirar al bien mejor. De modo que, de acuerdo con Santo Tomás, la templanza podría situarse en la raíz misma de la vida sensible y espiritual. No en balde, si se leen con atención las bienaventuranzas se observa que, de un modo u otro, casi todas están relacionadas con esta virtud. Sin ella no se puede ver a Dios, ni ser consolados, ni heredar la tierra y el cielo, ni soportar con paciencia la injusticia: la templanza encauza las energías humanas para mover el molino de todas las virtudes. «Tened valor para educar en la austeridad -decía san Josemaría a un grupo de familias-; si no, no haréis nada».

Práctica de la Virtud

Hay numerosos aspectos cotidianos donde podemos poner en práctica esta virtud de la templanza. Por ejemplo, en el beber con moderación. Algunos tienen el concepto equivocado de que, al asistir a una fiesta, para estar alegre y de buen humor, necesariamente requieren estar «pasado de copas» o en franca borrachera. Lo cierto es que se disfrutan mejor los convivios familiares o sociales si se toma con medida.

Otro ejemplo erróneo, es considerar que, para gozar más de los aperitivos y alimentos de un restaurante, hay que pedir lo que aparece como más caro en la carta. Cuando resulta que, si se pide con inteligencia -sin caer en los caprichos- se pueden consumir unos sabrosos platillos sin necesidad de hacer un desembolso extraordinario.

En este mismo sentido, en la actualidad, prácticamente cada mes nos muestran «el último grito de la moda» en materia de celulares, computadoras, ipads, tablets, relojes, etc. Y la verdad de las cosas es que -en muchas ocasiones- esa última novedad presenta mínimas mejorías o avances tecnológicos o cibernéticos en comparación con la computadora que tenemos, por ejemplo. Allí interviene la virtud de la templanza para reflexionar y preguntarnos: ¿Realmente necesito comprar este nuevo celular que anuncian; o por el contrario, el que ahora uso me brinda un servicio satisfactorio y no necesito adquirir otro?

Templanza, también, para luchar internamente contra tendencias personales, como: el mal carácter, la irritabilidad excesiva, la fatua vanidad, la pereza de ir siempre por el camino más fácil, buscando «la ley del menor esfuerzo». Alguien podría argumentar a su favor: «Es que yo siempre he sido así, ni modo». La respuesta es que con empeño y constancia se puede mejorar paulatinamente en alguno de estos defectos dominantes.

Virtudes asociadas a la templanza:

1. Pudor (cuidado de la intimidad).
2. Abstinencia (moderación en la comida).
3. Sobriedad (moderación en la bebida).
4. Castidad (moderación en el sexo).
5. Pureza (moderación en besos, abrazos y caricias).

Otras veces consistirá la templanza en comer con moderación, en comprar sólo la ropa necesaria o hacer un uso prudente y mesurado de la lengua, y así en tantos ejemplos más.

«Un hombre templado es uno que es dueño de sí mismo. Aquel en quien las pasiones no prevalecen sobre la razón, la voluntad e incluso el “corazón”. ¡Un hombre que puede controlarse! … Qué valor fundamental y radical tiene la virtud de la templanza. Incluso es indispensable, para que el hombre sea completamente hombre. Es suficiente mirar a alguien que, arrastrado por sus pasiones, se convierte en una “víctima” de ellos» SAN JUAN PABLO II.

En definitiva, ¿a qué nos conduce esta importante virtud? A considerar los bienes materiales, no como fines en sí mismos, sino como medios que tenemos que utilizar para nuestro desarrollo profesional, personal o familiar, y para ponerlos en servicio de los demás. Y, sobre todo, esta virtud contribuye de modo decisivo a forjarnos una personalidad madura, cimentada sobre bases firmes y perdurables.☐

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1 comentario en “La templanza, una virtud de capital importancia”

  1. William Capella Triana

    Excelente artículo. Infinitas gracias e infinitas bendiciones. Paz y bien. Cristo nos ama y cuenta con nosotros. Todo por amor a Dios. Todo para mayor gloria de Dios.

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