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La Teología de la Liberación

Delante del sufrimiento de los pobres, surge la tentación de radicalizarse con las "izquierdas" y adoptar aquella ideología que promete un cambio de estructuras sociales de una vez para siempre.

Delante del sufrimiento de los pobres, surge la tentación de radicalizarse con las “izquierdas” y adoptar aquella ideología que promete un cambio de estructuras sociales de una vez para siempre: el marxismo. Obispos, teólogos, sacerdotes y laicos católicos, han tratado de lograr el anhelado cambio en la llamada TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN, que analizaremos en el presente estudio.

Introducción

¿Quién de nosotros no se ha conmovido al contemplar en nuestras ciudades los cinturones de miseria en los que viven multitudes en condiciones infrahumanas?, ¿quién no ha sentido pena al ver deambular por las calles a indígenas desarraigados tratando de sobrevivir vendiendo lo que sea y llevando tras de sí, invariablemente, dos o tres chiquillos famélicos…?

En nuestra patria, tan rica en posibilidades viven millones en extrema pobreza, en caseríos diseminados a lo largo y ancho de nuestro territorio sin la menor esperanza de un futuro mejor. Cuántos deben abandonar sus lugares de origen para tratar de ir “al otro lado” en ese vergonzoso espectáculo de los indocumentados expuestos a toda clase de peligros por parte de los “polleros” y otros explotadores, porque en México no tienen oportunidades de progresar.

¿Por qué tienen que organizar “marchas” extenuantes y plantarse sea en el zócalo de la capital o ante Los Pinos para ser escuchados?, ¿Por qué existe el triste espectáculo del ambulantaje que invade incontrolablemente las ciudades dañando al comercio establecido, favoreciendo la piratería, la venta de artículos robados en los asaltos a mano armada a los trailers, comerciantes ambulantes, ellos mismos explotados por corruptos líderes y hasta por las autoridades coludidas con un sistema podrido hasta sus raíces…?

Es entonces que cualquier corazón bien puesto se rebela en contra de la injusticia integral, de la corrupción total, de la explotación del hombre por el hombre, de sistemas políticos y económicos factores de insultantes y terribles desigualdades. ¿Cómo remediar tanta injusticia?, ¿cómo proporcionar a los pobres las oportunidades de sobrevivencia honesta?, ¿cómo corregir el rumbo social desviado desde hace decenios o siglos?

Surge la tentación de radicalizarse con las “izquierdas” y adoptar aquella ideología que promete un cambio de estructuras sociales de una vez para siempre: el marxismo. Obispos, teólogos, sacerdotes y laicos católicos, han tratado de lograr el anhelado cambio en la llamada TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN, que analizaremos en el presente estudio.

 

Origen de la Teología de la liberación

Siendo la TEOLOGIA la ciencia que estudia “las cosas de Dios” y la palabra LIBERACIÓN significando lo más preciado para el hombre: la libertad, parecería que las dos palabras juntas significarían algo bello, sumamente bueno y deseable, pero veremos cómo la realidad de esta expresión es muy diferente.

La Teología de la Liberación tuvo su origen en Europa. Desde 1917 Walter Rauschembusch, teólogo alemán con fuerte influencia marxista, lanzó las ideas iniciales en su libro “Una Teología para el Evangelio Social”. Después otros teólogos principalmente protestantes, alemanes y holandeses, desarrollaron la “Teología de la Esperanza”.

Al final de la II Guerra Mundial, la iglesia Católica Holandesa era tan conservadora como cualquiera otra de Europa, pero empezó a hacer experimentos con la “democracia eclesiástica” llegando al concilio Vaticano II con proposiciones reformistas muchas de las cuales fueron inaceptables y rechazadas.

Después del concilio apareció el controvertido “Catecismo Holandés” que ponía como discutibles asuntos el celibato sacerdotal o la infalibilidad del Papa, entre otras cosas. La ola del liberalismo en la década de los sesentas trajo como consecuencia una dolorosa deserción de sacerdotes y religiosos y una dramática reducción de vocaciones de la que apenas parece se están reponiendo algunas Diócesis fuera de Europa.

En el mes de mayo de 1985 S.S. Juan Pablo II visitó por 5 días a Holanda y pocos viajes de su Santidad han provocado tantos problemas, poniendo de manifiesto no solo la intolerancia protestante sino las dificultades internas de una Iglesia Católica profundamente dividida en dos bandos: conservadores y progresistas.

 

En América Latina

Pero es realmente en América Latina en donde la teología de la liberación adquirió verdadera fuerza, debido principalmente a misioneros holandeses y españoles y de una manera muy especial al sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez y a sus seguidores Clodovis y Leonardo Boff, sacerdotes brasileños. Las principales obras de los hermanos Boff son “Eclesionesis, las comunidades de base reinventan la Iglesia” y “Teología de lo Político”. Leonardo fue condenado al silencio en mayo de 1985 por el Vaticano, prohibiéndole toda enseñanza sea oral o escrita.

Otro sacerdote radicalizado fue Hugo Assman, que no solamente abandonó el sacerdocio sino que se hizo protestante y en la república de San Salvador el sacerdote jesuita español Jon Sobrino.

Hija legítima de la teología de la liberación, es la llamada “Iglesia Popular” muy activa en Nicaragua y condenada extensamente por la conferencia episcopal de América Central en el libro titulado “Juan Pablo II en América Central; balance de una visita”.

Es indudable que las conclusiones a las que llegaron las conferencias episcopales de Medellín, Colombia, en 1968 y de Puebla, México, en 1979, fueron fuertemente influenciadas por los teólogos de la liberación acerca de la “opción por los pobres y jóvenes”, dando así un fuerte impulso a sus seguidores.

Algunos califican a Medellín como la “matriz” de este movimiento (Vicente Mariano en su libro “Continuidad y Evolución del Magisterio en torno al comunismo, socialismo y marxismo).

Algunos esperaban que la conferencia de Puebla fuera más allá de Medellín, pero Juan Pablo II, bien conocedor y víctima del marxismo, se encargó de poner las cosas en su sitio cuando en su discurso en la Basílica de Guadalupe dijo con muy fuerte voz a obispos y sacerdotes que abarrotaban el Santuario: “sois sacerdotes y religiosos, no sois dirigentes sociales, líderes políticos o funcionarios del poder temporal”, arrancando una impresionante ovación entusiasta de los asistentes.

La opción de la Iglesia por los pobres fue matizada con la palabra “preferencial”, cosa que decepcionó a los teólogos de la liberación ya que la “opción preferencial” ya no es exclusiva ni excluyente. A los radicales, por definición, no les gustan los matices.

 

El lenguaje ambiguo

Al estudiar la teología de la liberación, hay que tener mucho cuidado con el significado que se quiere dar a las palabras, ya que usando términos cristianos, se expresan conceptos enteramente distintos y hasta contradictorios. Es toda una estrategia que hay que discernir para no verse envuelto cándidamente en ideologías equivocadas.

Ejemplo de esto es precisamente la palabra “liberación” que usan como sinónimo de “salvación” al mismo tiempo que distorsionan el concepto. La salvación del hombre ya no es como la Iglesia nos ha enseñado, el triunfo final del hombre al entrar al cielo, sino la liberación de la clase oprimida al vencer a los opresores, o sea, los ricos.

Al hablar de “Cristo Liberador” ya no están hablando de nada trascendente, sino de Jesús como un caudillo temporal, algo así como un Simón Bolívar con pelo largo. Consecuentemente la palabra tan importante “Redención”, pierde su significado espiritual para ser un hecho sociopolítico; un proceso político al que la filosofía marxista proporciona las líneas esenciales. La fe se transforma en “práxis” (práctica), acción “redentora” en el proceso de la liberación.

 

Una “re-lectura” de la Biblia

Aquel dicho de que “Nada es verdad ni mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”, es una de las fallas de la teología de la liberación, porque presionados emocionalmente por la pobreza y las injusticias y animados por las teorías marxistas, se recurre a la Sagrada Escritura pero oyéndola “desde los pobres”.

Así entresacan e interpretan todos los pasajes bíblicos relacionados con el binomio “opresión-liberación” para darle a su ideología tintes cristianos. Del Antiguo Testamento hacen mucho hincapié en la liberación del pueblo elegido de la opresión faraónica en el libro del Exodo. Es cierto que Dios liberó a Israel de una servidumbre política, pero no para un fin político, sino para que libres y sin impedimento político alguno, se unieran más a Dios por una alianza sellada en el Sinaí para servir a Yahvé y merecer la tierra prometida.

Cuando más tarde, en castigo por sus pecados principalmente de idolatría fueron llevados cautivos a Siria y Babilonia, Dios los liberó en tiempos de Ciro el Persa con fines religiosos: reconstruir el templo y ser adorado en él.

La palabra liberación aparece en muchos Salmos, pero ya se trate de enfermedades, de males materiales, espirituales o de enemigos físicos, siempre el trasfondo es espiritual.

Por lo que se refiere a los profetas, es cierto que en muchos lugares de la Biblia, los pobres claman justicia en contra de los ricos, los opresores y explotadores, pero siempre en relación con Dios. La justicia humana es inseparable de la justicia Divina. Dios, tanto en los Salmos como en los profetas, es quien se muestra defensor y liberador de los pobres. “Ni de la izquierda, ni de la derecha me vendrá la salvación, sino de lo alto”.

Del Nuevo Testamento traen como prueba para sus fines principalmente tres versículos del Cántico de la Virgen María, el “Magnificat”:

“Desplegó (Dios) el poderío de su brazo
dispersó a los soberbios de corazón,
derribó del trono a los poderosos,
enalteció a los humildes.
A los hambrientos los colmó de bienes
y a los ricos los despidió vacíos” (Lc.1,51-53)

Tales versículos son paralelos con otros lugares de los Salmos y de los Profetas y expresan lo mismo que Jesucristo predicó varias veces en el Evangelio: que humillaría a los soberbios y levantaría a los humildes, pero de ningún modo se refiere a un enfrentamiento entre ricos y pobres.

Las Bienaventuranzas no tienen ningún sabor político. No contraponen a pobres y ricos; por el contrario, suponen un cambio, una renovación interior, una conversión del corazón. La dicha es proclamada para los pobres con tal de que la pobreza brote del espíritu. La liberación más profunda, más urgente, aquella del mal mayor que es el pecado, no exige ningún cambio político.

El campo del pecado no se limita a estrecheces económicas o a estructuras sociales. Sus raíces están en el corazón del hombre que libremente debe cambiar no por medios violentos sino por una transformación interior por medio de la gracia.

Con esa “re-lectura” de la palabra de Dios, con un atrevimiento insólito, se replantea una nueva religión: la “religión del pueblo”, profesada por otra nueva iglesia, la “Iglesia Popular”. Aquí nada más recordaremos dos puntos consecuencia de esa interpretación; otros más radicales los mencionaremos cuando expliquemos y demostremos su conexión con el marxismo.

1. La Redención obrada por Jesucristo pierde su fin principal que es la salvación de las almas y pasa a ser una salvación meramente terrenal: la liberación de los pobres de las opresiones políticas y económicas.

2. El Evangelio pierde su carácter espiritual y sobrenatural para convertirse en algo puramente mundano. Con razón la Santa Sede en su documento “instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación” concluye drásticamente diciendo:

“La teología de la liberación propone una interpretación nueva del contenido de la fe y del verdadero cristianismo. Se aparta gravemente de la fe y de la Iglesia; aún más, constituye la negación práctica de la misma”.

 

Las bases del marxismo

1. En el materialismo histórico como un dogma, Carlos Marx decide que Dios no existe, niega la inmortalidad del alma y en consecuencia todas las religiones deben ser abolidas. La historia de la humanidad se desarrolla ciegamente por causas económicas y estructuras opresivas.

2. La propiedad privada de los medios de producción es un robo, por lo que se impone el “comunismo” o sea la propiedad comunitaria de tierras y fábricas.

3. Lucha de Clases: la única manera de cambiar las estructuras injustas es la lucha de clases: proletariado contra capitalistas.

 

El rotundo fracaso del marxismo

Con los eventos políticos de 1989 (derrumbe del muro de Berlín, desmembramiento de la Unión Soviética), cambió igualmente el escenario teológico. Hasta entonces el marxismo había sido considerado como una fórmula aparentemente válida para la correcta configuración de la acción histórica. Presuntamente poseían el método estrictamente científico que sustituía la fe con la ciencia y la praxis. Todas las promesas de la religión podían llegar a ser una realidad con una praxis política científica.

Pero la aplicación de estos métodos no había conducido a la Unión Soviética y países sino a una pérdida radical de libertad y al empobrecimiento dramático de aquellos que se intentaba “redimir”. Apareció ante el mundo el fracaso científico, político, económico y social del marxismo.

 

Teología de la liberación y marxismo

Evidentemente, el ateísmo de Marx no es compatible con ninguna teología, pero habiendo aceptado como un hecho científico el análisis histórico de Carlos Marx, los teólogos de la liberación, adoptan la lucha de clases para obtener sus fines.

Para ellos la doctrina social de la Iglesia es tan solo “reformista y no revolucionaria” y por lo tanto la desprecian por inadecuada e ineficaz. La única solución viable es la lucha de clases.

 

Ya dentro del pensamiento marxista, la teología de la liberación se ve forzada a aceptar posiciones y situaciones incompatibles con la visión cristiana del hombre, porque el que admite una parte del sistema, tiene que admitir la base en que este sistema se funda y el marxismo se apoya en los siguientes principios o normas:

1. Su doctrina es inseparable de la práctica, de la acción y de la historia, que está unida a la práctica. La doctrina y la práctica son un instrumento de combate revolucionario. Este combate es cabalmente la lucha del proletariado contra los capitalistas. Sólo así cumplirán su misión histórica.

2. Unicamente el que participa en esta lucha “toma partido por la liberación del oprimido y cumple su misión histórica”. La lucha es una “necesidad objetiva”. Negarse a participar o permanecer neutral, es ser cómplice de la opresión. En este punto su pensamiento es clarísimo: “Forjar una sociedad justa, pasa necesariamente por la participación constante y activa en la lucha de clases que se opera ante nuestros ojos” (Gustavo Gutiérrez, “teología de la liberación” pág.355). “La neutralidad es imposible” (pág.355). Clovis Boff, por su parte en “Teología de lo político”, pág.410, afirma: “La teología es objetivamente parcial y clasista.”

3. Como la ley fundamental de la historia es la lucha de clases, es una ley universal y aplicable a todos los campos: político, social, religioso, cultural, ético, etc.

 

Consecuencias Inadmisibles en la Sociedad y en la Iglesia

1. La teología de la liberación pervierte, anula, el mensaje y la misión que Dios ha confiado a la Iglesia: la salvación para la vida eterna de la humanidad.

2. La Liturgia de la Misa se convierte en una celebración de un pueblo en lucha, fomentando el odio y la desunión.

3. Toma como base no el hecho de las diversas clases sociales, con sus desigualdades e injusticias, sino la teoría de la lucha de clases como ley fundamental.

4. Introduce en la Iglesia la lucha de clases: laicos contra sacerdotes; sacerdotes contra superiores y obispos; confrontación y desobediencia contra el Papa.

5. La historia de la salvación operada por Dios en la humanidad, se reduce a la liberación de toda opresión, aún a costa de la supresión del opresor. De ahí el apoyo a las guerrillas y al terrorismo.

6. El Reino de Dios consistiría en la liberación humana que se realiza dentro de la historia y produciría la redención del hombre por la lucha de clases; Juan Pablo I nos advirtió que el Reino de Dios no puede ser confundido con “el reino del hombre”.

7. Se llega a identificar a Dios con la historia.

8. Las virtudes teologales toman otros significados: La fe sería “fidelidad a la historia”; la esperanza vendría a ser “la confianza en el futuro” y la caridad es la “opción por los pobres”. De esta manera, se priva a estas virtudes de su carácter teologal (su relación directa con Dios) y se convierten en supuestas virtudes meramente humanas. Es la herejía del “horizontalismo”.

9. Si la caridad se identifica con una radical “opción por los pobres”, exige automáticamente la lucha de clases y por tanto ya no se puede amar a todo hombre sin importar su clase social ni se puede uno acercar a un rico por el camino del diálogo, de la persuasión en la paz. Los ricos son enemigos de clase a los cuales hay que destruir. El precepto universal del amor, solo existirá al fin en la “nueva humanidad”, la que surgirá de la “revolución triunfante”.

10. Consecuencia lógica de esta manera de pensar es la puesta en acción de la lucha de clases por medio de guerrillas y terrorismo, azote de muchos países latinoamericanos, que han costado tantas vidas inútilmente.

11. A la Iglesia se le considera simplemente como una realidad histórica, resultado de fuerzas socio-económicas, sin carácter sobrenatural.

12. La verdadera iglesia, según ellos, es la “Iglesia de los Pobres”, en un sentido nota solo preferente sino excluyente. Es una Iglesia de clase, en oposición con la institución que conocemos.

13. La Eucaristía, por lo tanto, deja de tener sentido y de hecho la relegan a un segundo plano y la pervierten ideologizándola. ¿Cómo pueden participar en la Misa clases opuestas y enemigas? Ya no es la actualización del sacrificio redentor de Cristo, presencia real y donación, sino la celebración de un pueblo en lucha.

14. La bella definición del concilio Vaticano II de la Iglesia como “pueblo de Dios”, se convierte en “Iglesia del pueblo” a secas, considerando al pueblo, obviamente, como la clase oprimida a la cual hay que concientizar e instruir para lanzarlos a la lucha libertadora.

15. De acuerdo con esta concepción de “Iglesia del pueblo”, se critica y ataca a la verdadera Iglesia no para corregir posibles abusos, sino atacando su misma estructura sacramentaly jerárquica, tal como la fundó Nuestro Señor Jesucristo.

Tanto la jerarquía como el magisterio son colocados con la clase opresora y dominante a la que hay que combatir. Llegan a decir que es el pueblo la fuente de los ministerios sagrados y que puede nombrar a sus ministros por elección popular, según las necesidades de la misión revolucionaria. ¡Nada menos que un sindicato más!

16. Dan a la muerte de Jesucristo una interpretación exclusivamente política, viéndola como el resultado de la lucha liberadora de Jesús contra la clase opresora. Pierde así la redención, su valor salvífico sobrenatural.

17. Los símbolos se interpretan de una manera diferente. Por ejemplo, mientras San Pablo ve en el Exodo la figura del bautismo que libera del pecado, los teólogos liberacionistas lo interpretan como un símbolo de la liberación política.

18. Los Sacramentos son “celebraciones del pueblo que lucha por su liberación”. Se indoctrina al pueblo en este sentido por medio de homilías, cambios en la liturgia, etc… para que tomen conciencia de clase y se les anima a la lucha contra la “clase dominante”. Curiosamente, así la Iglesia viene a ser, según ellos, respecto a los pobres, lo que el partido comunista pretendió ser para los proletarios.

19. La escatología, el fin de los tiempos, es sustituida por el futuro de una sociedad sin “clases” como meta de la liberación en la que se habrá hecho verdad el amor cristiano, la fraternidad universal.

 

Síntesis de los errores

Todo este cúmulo de errores, puede sintetizarse de la siguiente manera:

a. El error radical está en la interpretación de la Biblia “releyéndola desde los pobres” para sacar de ahí una praxis inspirada en el materialismo histórico debido a Marx, que niega la prioridad del ser sobre el hacer y por tanto de la verdad y del bien de la acción humana. Este principio es totalmente falso y no es demostrado ni demostrable.

b. La lucha de clases no solo es un error porque es contraria a la caridad, sino que está equivocada porque se le concibe como el motor ineludible y necesario de la historia, negando la libertad de la persona y su capacidad para dirigir dicha historia contando con la providencia Divina.

c. Además de negar o distorsionar verdades fundamentales como son Cristo, la Iglesia, los Sacramentos, etc. en la práctica conduce a someter a la Iglesia a una dirección política determinada, no solo ajena a su misión sobrenatural, sino comprometiéndola en una situación humana deplorable, ya que en el socialismo la persona no cuenta ni se le reconoce su dignidad de hijo de Dios y su destino eterno.

 

La verdadera solución al problema social

La Iglesia verdadera, la única, la fundada por Jesucristo, Madre y Maestra, nos ha iluminado en este estudio. En un célebre documento del 6 de agosto de 1984, “Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación”, se hace notar que llamar la atención sobre los errores contenidos en dicha teología, no quiere decir que la Iglesia se mantenga insensible y mucho menos apruebe la miseria y la injusticia de los pueblos. Muy al contrario, la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, iluminada por el Evangelio y por amor al hombre, oye el clamor de los pobres y acude en su ayuda con todas sus fuerzas.

La Iglesia tiene presente el compromiso de Medellín y Puebla de trabajar preferentemente, no exclusiva ni excluyentemente, por los pobres. Por eso, como tarea principal, obispos, sacerdotes y laicos, acudirán al llamado a trabajar ardientemente por la justicia. Los teólogos deberán colaborar con el magisterio al que reconocerán como un don de Cristo a su Iglesia y acogerán sus enseñanzas con filial respeto y obediencia.

La verdadera liberación, como lo afirmó el Papa en su discurso inaugural de Puebla, debe tener como fundamento una triple verdad: la verdad sobre Jesucristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre, imagen de Dios, elevado a la vida Divina por la gracia Santificante, hijo de Dios y con un destino eterno.

El fundamento de la justicia radica en reconocer las relaciones del hombre con Dios, las que regulan las relaciones de los hombres entre sí. La lucha por la justicia y los derechos humanos, tienen como base la dignidad de cada hombre como hijo de Dios y por tanto los medios empleados deben respetar esa excelsa dignidad.

La iglesia rechazará siempre la violencia ciega y sistemática, venga de donde viniere. Es una ilusión creer (en contra de lo que la historia misma demuestra) que de la violencia surgirá la paz y la justicia.

El cambio anhelado de la sociedad no se ha producido ni se producirá por la violencia exterior, sino por el cambio del corazón del hombre, por una conversión interior. El cambio de estructuras, sin el cambio de los corazones, no producirá el “hombre nuevo”, como lo hemos experimentado en nuestra patria con la independencia o con la revolución. Ninguna revolución violenta ha conducido a la justicia y al bienestar.

Los hechos contemporáneos (y contra los hechos no hay argumentos) nos muestran la verdad de la inutilidad de la violencia para lograr la libertad y la justicia social. En los Balcanes, en Africa negra, en Sudamérica, en nuestra propia patria, la violencia ha generado un estado peor que el que se quería remediar.

La lucha de clases como camino a la justicia es simplemente una tremenda falsedad, un mito que de aplicarse lo que hace es impedir la verdadera solución al problema de la miseria e injusticia.

¿Cuál es entonces el verdadero camino hacia la justicia? El que se ha descuidado o despreciado hasta ahora: la enseñanza social de la Iglesia. No solamente los teólogos y los católicos, sino todo el mundo, todos los que tienen que ver con asuntos laborales, económicos, políticos y sociales, deben estudiar a fondo esta doctrina, que tiene sus fundamentos en el pensamiento ya antiguo del pueblo de Israel, en las enseñanzas de Jesucristo y del magisterio de la Iglesia desde los primeros siglos de su existencia.

Se sabe, por ejemplo que un año antes de que Marx publicara su famoso “manifiesto del partido comunista” en 1847, el Papa Pío IX por medio de la encíclica “Qui Pluribus” (1846), condenaba ya, entre otros errores al comunismo.

En 1891 León XIII expuso la doctrina social de la Iglesia en la Encíclica “Rerum Novarum”. En ella no encontramos solamente ciencia humana, conocimiento de las realidades sociales sino también y sobre todo, la luz del Espíritu Santo que conduce a la Iglesia y quiere iluminar por medio de ella a la humanidad entera.

Juan Pablo II rescata para los tiempos actuales esta Doctrina editando en 1981 la formidable “Laborem exercens” y en el centésimo aniversario de la carta de León XIII, la “Centésimus Annus” e invita al mundo entero a estudiar y aplicar los principios sociales que Dios nos inspira. Abandonar, sin haberla estudiado, esta enseñanza para inspirarse en ideologías falaces desde el principio, es absurdo.

La literatura en esta área es abundantísima y sobre todo recomendamos el contacto con el IMDOSOC, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, que imparte cursos completísimos y edita libros, videos, revistas y boletines magníficos. Su dirección es la siguiente: Pedro Luis Ogazón 56, Col. Guadalupe lnn. CP 01020 Tels.: 5661 3796 y 5661 4169.

 

LA JUSTICIA SOCIAL

– La sociedad asegura la justicia social procurando las condiciones que permitan a las asociaciones y a los individuos obtener lo que les es debido.

– El respeto de la persona humana considera al prójimo como “otro yo”. Supone el respeto de los derechos fundamentales que se derivan de la dignidad intrínseca de la persona.

– La igualdad entre los hombres se vincula con la dignidad de la persona y a los derechos que de ésta se derivan.

– Las diferencias entre las personas obedecen al plan de Dios que quiere que nos necesitemos los unos a los otros. Esas diferencias deben alentar la caridad.

– La igual dignidad de las personas humanas exige el esfuerzo para reducir las excesivas desigualdades sociales y económicas. Impulsa a la desaparición de las desigualdades inicuas.

– La solidaridad es una virtud eminentemente cristiana. Es ejercicio de comunicación de los bienes espirituales aún más que comunicación de bienes materiales.

 

FOLLETO EVC No. 618
R.P. PEDRO HERRASTI, S.M.
Y Catecismo de la Iglesia Católica

Publicado el: 16 Abr de 2016

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