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Misiones Juveniles Católicas: Cuánto cuesta salvar a los pobres

Incontables e impresionantes son los testimonios de cada misionero; familias enteras que se bautizan, hermanos que vuelven a la fe verdadera.
Misiones Juveniles Católicas

Así es la vida de un misionero juvenil. Conoce más de una forma de hacer misión que hace presente a Cristo de modo real, por los sacramentos.

Uniglesia-en-las-periferias_MJC000 pequeño templo en un barrio apartado de la ciudad de Katueté es el lugar donde se yergue, majestuosa y bella, una cruz de madera con la sugestiva inscripción “Salva tu alma”. Difícil no ponerse a pensar en tan fuerte invitación. Es la capilla Santa Librada de esa ciudad. Y es, además, la quinta de las cruces que, en distintos lugares, valerosos y dispuestos jóvenes han plantado, después de haber anunciado a Cristo, llamando a todos a la conversión y a la salvación de sus almas.

Esas cruces, son el signo visible de lo que los misioneros han traído en ese lugar. Lo que han traído es al mismo Dios, un Dios que nos adopta como hijos a través del bautismo, un Dios que nos envía el Espíritu Santo con sus siete dones en la confirmación, un Dios que nos amó hasta la entrega de su propio Hijo, para alimentarnos con su Cuerpo y su Sangre, un Dios que nos perdona nuestras faltas cuando nos arrepentimos por los méritos de la Cruz, un Dios que bendice la unión de un varón con una mujer, para que “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. Es a ese Dios a quien llevan los integrantes de las Misiones Juveniles Católicas.

Lo que han traído es al mismo Dios, un Dios que nos adopta como hijos a través del bautismo.

 

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Muchos son los hermanos nuestros que se privan de las gracias de los sacramentos de la Iglesia; ya sea porque no encuentran cerca un templo católico donde acudir o porque no se disponen decididamente a buscar a Dios. A ellos, pobres e indigentes espirituales, los misioneros dedican sus esfuerzos, sus cansancios, sus palabras, sus pasos, y su joven vida. Porque han sido conscientes que el Evangelio de Cristo debe llegar a todos los rincones, a todos los pueblos, a todas las almas.

En los oídos de cada uno de los misioneros, resuena aquellas divinas palabras: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre de Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Porque ninguna misión se ha realizado sin la bendición del Obispo diocesano, quien como sucesor de los apóstoles, y depositario por excelencia de este sublime mandato, envía a misioneros a llevar en nombre suyo la labor misionera, enviando en cada misión, sacerdotes para que administren los sacramentos a todos los que necesitan, consciente de que la gracia sacramental es la que más santifica a las almas y las prepara para su encuentro con Dios al fin de sus días.

Incontables e impresionantes son los testimonios de cada misionero; familias enteras que se bautizan, hermanos que vuelven a la fe verdadera tras haber sido llevados por los protestantes, varones y mujeres que se confiesan después de largos años y que por fin encuentran la paz, ancianos que ya no pueden ir a la Iglesia por su estado de salud y que son visitados por Jesús en el sacerdote. Estos hechos colman las conversaciones de los que colaboraron con Cristo en su obra salvadora. Nadie habla de las pocas horas de sueño, del calor de enero, del sol de verano, del sudor, del dolor de piernas por el caminar, de la sed, de los sacrificios, de los desprecios, de las burlas que todos sufrieron en pos de la Misión. En los corazones solo late la “alegría del Evangelio”, como nos dice el Papa Francisco.

Nadie habla de las pocas horas de sueño, del calor de enero, del sol de verano, del sudor, del dolor de piernas por el caminar, de la sed, de los sacrificios, de los desprecios, de las burlas que todos sufrieron en pos de la Misión.

 

iglesia-en-las-periferias_MJC012 Fueron varias fueron las misiones realizadas, entre ellas, Katueté, Curuguaty, Puente Kyha y Maracaná, una en Argentina, localidad de Lima, provincia de Buenos Aires; cada una de ellas muestra que el ardor misionero no tiene fronteras. Recemos para que el número de cruces siga creciendo, porque cada cruz equivale a varios cientos de personas que han recibido los sacramentos y que muy probablemente si no se hubieran realizado alguna misión, no los hubieran recibido. La misiones son la salida de Jesús a las calles, el golpear de nuestras puertas llamándonos a la conversión, la llegada de Cristo a las “periferias existenciales”, el amor de Dios que  nos obliga a convertirnos.

Podés acceder a la Fan Page de la Misiones Juveniles Católicas  en facebook.com/MisionesJuvenilesCatolicas.

 

 

 

 

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