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Signos de la vuelta de Cristo

Aunque la fecha de la vuelta de Cristo es indefinida, se nos han hecho saber los signos que la precederán. A ellos pertenecen: la predicación del Evangelio en todo el mundo, la conversión del pueblo judío, penalidades y tribulaciones de la Iglesia, la aparición del anticristo y el caos de la creación.

Por Michael Schmaus

¿Cuándo ocurrirá el regreso de Cristo? Solo sabemos que «nadie conoce ni el día ni hora sino el Padre» (Mt 24.36). Sin embargo, Jesús nos ha hecho saber un conjunto de signos que le precederán aunque no cuánto tiempo pasará entre la manifestación de estos sucesos y la segunda venida.

Cristo volverá y los auténticos cristianos no se asustarán pues en ese día se cumplirán todas sus esperanzas. La vuelta del Señor implicará la plenitud definitiva de la creación, una restauración total y renovación física y moral del mundo. Pero, ¿Cuál es nuestra actitud ante la Parusía? Este conocimiento que Dios nos ha adelantado sobre las «últimas cosas» nos invita a hacer un examen de conciencia respecto a nuestra relación con el mundo y nuestra relación con Cristo. Si dejamos de vivir nuestro cristianismo en clave escatológica, podemos olvidar que es esencial estar preparado. Jesús vendrá como el ladrón en la noche.

Cristo obra un nuevo estado en el mundo; vuelve a instaurar el reinado de Dios; pero no da al mundo su figura definitiva. Es verdad que cumplió la misión que el Padre le confió, pero su obra no está todavía acabada. Volverá a terminar lo que empezó. La fe de los cristianos en su Señor celestial implica la esperanza en su segunda venida.

La segunda venida de Cristo es una verdad que la repetimos constantemente en el Credo. ¿Cuáles serán sus señales?

1. Presagios de la vuelta de Cristo

Aunque la fecha de la vuelta de Cristo es indefinida, se nos han hecho saber los signos que la precederán. A ellos pertenecen: la predicación del Evangelio en todo el mundo, la conversión del pueblo judío, penalidades y tribulaciones de la Iglesia, la aparición del anticristo y el caos de la creación.

PRIMERO: PREDICACIÓN DEL EVANGELIO EN TODO EL MUNDO

Cristo no vendrá hasta que la Buena Nueva haya sido predicada en todo el mundo (Mc 10,13; Mt 24,14). Así ha sido determinado por Dios. Antes de que Cristo venga por segunda vez al mundo, los pueblos serán puestos ante la decisión del por o contra El. A su vuelta sólo podrá haber amigos o enemigos de Cristo. Los unos verán en Él el rey largo tiempo deseado que por fin viene de la ciudad celestial y los otros verán el gran enemigo que dará bruscamente fin a su poderío erigido con todos los medios de la fuerza y la mentira.

No está profetizado que cada hombre en particular vaya a oír la predicación de Cristo antes del fin del mundo, ni que todos vayan a aceptarla; la predicación del Evangelio será hecha antes del fin a todos los grupos de hombres, a todos los pueblos. El individuo recibe a Cristo en cuanto miembro de su pueblo (cfr. Mt. 26, 28). Cristo ha sido preparado por Dios como salvación ante los ojos de los pueblos, luz para iluminación de los pueblos extraños (Lc. 2, 30-31). Es difícil determinar cuándo se cumplirá esta condición dicha por Cristo. No puede decirse si ya está cumplida. No podemos determinar con seguridad lo grande y configurado que debe ser un grupo humano para que se le pueda aplicar el nombre de pueblo que Cristo usa. ¿Se refiere la profecía sólo a los grandes pueblos conductores que han decidido los destinos de la historia o también a todas las castas y tribus distintas dentro de un gran grupo? No puede darse respuesta segura. Podría decirse que según la profecía de Cristo se tendrá noticia de El en todo el mundo antes de que venga por segunda vez. Por tanto, a su vuelta no habrá ningún grupo humano grande, ningún pueblo que pueda decir que no conoce a Cristo.

Tampoco se puede decir si el fin ocurrirá inmediatamente después que el Evangelio haya sido predicado a todo el mundo. Sólo está profetizado que el fin del mundo no ocurrirá antes de que el Evangelio haya sido predicado a todos los pueblos. Pero con esa profecía es compatible que pase un largo período de tiempo entre la predicación del Evangelio a todos los pueblos y el fin del mundo.

Era el pueblo elegido por Dios y tenía la filiación, la magnificencia, la alianza con Dios, la ley, las promesas. De El descendió Cristo según su carne (Rom. 9, 1-5).

SEGUNDO: CONVERSIÓN DEL PUEBLO ELEGIDO

Del pueblo judío existe una profecía especial. La existencia del pueblo judío, cuyos miembros viven dispersos entre los demás pueblos sin asimilarse a ellos, y conservando sus características, es un enigma mientras se la mida con las medidas usadas para la historia de otros pueblos. Ese enigma sólo puede ser resuelto si en su historia se admite una especial intervención de Dios. Sus destinos no pueden explicarse por razones políticas, sino por su situación teológica (Peterson). El sentido de la pervivencia del pueblo judío en los designios de Dios es aclarado en la epístola a los Romanos. San Pablo ha sufrido lo indecible bajo el destino de su pueblo. Era el pueblo elegido por Dios y tenía la filiación, la magnificencia, la alianza con Dios, la ley, las promesas. De El descendió Cristo según su carne (Rom. 9, 1-5). Pero sus políticos y teólogos desconocieron las promesas y entregaron a la muerte a quien iba a cumplirlas por mandato del Padre. La última palabra pública que Cristo dirigió al pueblo judío, según San Marcos, fue palabra de justicia (Mc. 12, 30).

La masa del pueblo siguió a Cristo, aunque no entendía el sentido más profundo de su obra y frente a la enemistad contra El que desde el principio manifestaron las clases dirigentes. La opinión pública estaba de parte de Cristo en tal mayoría que los Sumos Sacerdotes no se atrevieron a detener y juzgar a Cristo en público. Debieron temer una revuelta del pueblo (Mc. 11, 18. 32- 14, 1-2- 22, 1; Mt. 26, 5). Vieron el peligro de que bajo el influjo de sus milagros creyeran todos en El, se sometieran a sus exigencias mesiánicas y se desligaran de los que hasta entonces habían sido sus jefes. Por eso tenía que morir (Jn 2, 11, 46-50). Pero antes de que pudiera ser juzgado hubo que hacer cambiar la opinión pública. Después de muchos intentos fracasados de sorprender a Cristo públicamente, lograron los jefes excitar la pasión del pueblo contra Cristo, cuando Pilato, débil y deseoso de poner a Cristo en libertad dio a elegir al pueblo entre Cristo y Barrabás, que sin duda era una figura popular. Todo el pueblo participó así en la culpa de sus jefes. Todos se incorporaron a su responsabilidad. En la hora decisiva cargaron la culpa sobre sí, conscientes y con todas las consecuencias (Mc. 27 25). Al juzgar y condenar a Cristo todo el pueblo selló la repulsa al mensajero de Dios que debía cumplir las promesas hechas al pueblo. Cayó así bajo la misma justicia que todos los que rechazan a Cristo incrédulamente (lo. 13, 18-19). Jerusalén desaprovechó su hora (Lc. 13, 25-30; 14, 24; 39, 48; Io. 12, 37, Mt. 12, 9-14- I Thess. 2 14-16;11Cor.11,24).

La justicia empezó con la destrucción de Jerusalén y se continúa a través de la historia. Ese pueblo que está bajo la justicia de Dios no puede vivir ni puede morir. Así ve San Pablo la situación de su pueblo, del pueblo que ama y cuyo destino le duele. «Los primeros ocho capítulos de la epístola a los Romanos culminan en el himno de victoria de los elegidos (8, 37-38). Le sigue un silencio, el gran hiato de la epístola. San Pablo escucha alrededor de sí como un náufrago que se ha salvado con otros pocos en un pequeño bote, mientras que en torno la noche está llena de gritos de los que se ahogan. Después del largo silencio, el Apóstol sigue navegando con la triste concesión de fidelidad a Israel; llevo en el corazón una gran tristeza y una lamentación inacabable» (Rm 09, 02; Ez. 9, 4; Mt. 5, 4) (Stauffer).

Pero después surge una esperanza segura de que seguirá siempre siendo igual. «Las actas de Dios sobre la historia de Israel no están cerradas todavía». La palabra divina de promesa no se ha hecho ineficaz porque el pueblo elegido se haya rebelado (Rom. 9, 6). Pues por una parte no todo el pueblo está endurecido y condenado. Una parte «un resto», se ha convertido al Señor, y no ha sido repudiado. Y así puede decirse que Dios no ha repudiado al pueblo que ha elegido (Rom. 11, 2. 29; 11, 16-19). En los pocos que creyeron en Cristo se cumplieron las promesas. Ellos fueron el punto de partida de la comunidad de los que se convirtieron a la fe desde el paganismo. Así se ha mantenido la relación histórica entre lo antiguo y lo nuevo revelado en Cristo. Es cierto que la salvación ya no está ligada exclusivamente a Israel (Mt. 3, 9; Lc. 3, 8).

El nuevo pueblo de Dios no se reúne entre los círculos del antiguo pueblo elegido, sino entre los pueblos paganos. La ciudad de Dios no es el centro del nuevo orden, pero sigue siendo su punto de partida (Rom. 11, 16-24; 11 Cor. 8, 14; lo. 4, 22). El «resto» salvado de Israel fue la raíz del árbol en que anidan las aves del cielo. Al árbol crecido de raíces viejotestamentarias le han nacido nuevas ramas, los pueblos paganos. Dios mismo sembró la raíz y no interrumpe su obra, sino que la continúa hasta el fin a través de todas las rebeldías humanas (Rom. 11, 11-24). Esta es la primera razón para la esperanza del Apóstol. La segunda es la siguiente: aunque la maldición acompaña al pueblo apartado de Dios, excepto una parte, a lo largo de la historia, y aunque esa maldición provoque justicia sobre justicia, terminará algún día; tiene su plazo, porque el endurecimiento también lo tiene. Llegará un día en que el pueblo encontrará y recorrerá el camino hacia Cristo. Si, a pesar de su dispersión entre los pueblos, ha sido conservado por Dios como signo de maldición, también es conservado como signo de la bendición divina, que al fin superará a la maldición. Entonces se cumplirán en él todas las promesas hechas desde el principio y que no pudieron cumplirse, porque se resistió y opuso a ellas. Entonces se revelará el amor de Dios en todo el pueblo convertido y no sólo en un «resto». «Que los dones y la vocación de Dios son irrevocables» (Rom. 11, 29).

Además, la oración de Cristo -«perdónales, Padre, que no saben lo que hacen»- fue más fuerte y eficaz que su grito de «su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos» (Mt. 27, 25; Lc. 23, 34).

Su aturdimiento y ceguera terminarán cuando haya entrado en el reino de Cristo el número completo de paganos (Rom. 10, 8; 11, 25). Cuando haya sido alcanzado ese número se desatarán las vendas que el pueblo tenía sobre los ojos del corazón para no reconocer a Cristo (2 Cor. 3, 15). Entonces llegarán los últimos, quienes debían haber sido los primeros (Mt. 19, 30; 20, 16; Mc. 10, 31; Lc. 13, 30). Los paganos tienen que decir que «la salvación viene de los judíos» (Io. 4, 22). Y al fin de los tiempos los judíos tendrán que decir que la salvación definitiva está ligada a la de los paganos. Y así se salvará todo Israel (Rom. 11, 26).

Así revelará Dios -que es Dios Padre- su fidelidad que perdurará a través de la historia a pesar de las infidelidades humanas. Mientras no ocurra eso, Cristo no volverá. Cuando vuelva cumplirá lo que Dios prometió por boca de Isaías: «De Sión vendrá la salvación» (ls. 59, 20).

Entonces acabarán las amenazas del Señor y se cumplirán sus promesas: «¡Jerusalén, Jerusalén! Que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados. ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, a la manera que la gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no quisiste! Vuestra casa quedará desierta, porque en verdad os digo que no me veréis más hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Mt. 23, 37-39; cfr. Lc. 13, 3335; Ps. 119 [118], 26). El hecho de que estas palabras se pronuncien en la fiesta de la Eucaristía de la Iglesia significa una anticipación de la hora en que el pueblo de Israel clamará al Señor cuando vuelva a la tierra. Ya una vez le aclamó parte del pueblo: cuando entró en Jerusalén para padecer (Mc. 11, 10; Mt. 21, 9). Cuando Cristo entre en el mundo para su triunfo último, todo el pueblo le aclamará.

La persecución de los cristianos por los mundanos no se funda en un malentendido ni en la torpeza o falta de táctica de los cristianos, sino en la esencia misma de la fe en Cristo y de la fe en el mundo.

TERCERO: LA GRAN APOSTASIA (EL ANTI-CRISTO)

Otro presagio de la vuelta de Cristo son los grandes esfuerzos que Satanás hace antes de la hora decisiva para dañar la obra de Cristo. Ya intentó apartar a Cristo de su misión, y después del fracaso de su tentación (Mt. 1, 40-41) empleó todas sus fuerzas para aniquilarle; también las emplea en la época instaurada por Cristo para aniquilar su obra y a los portadores de ella. Los ataques a la libertad y a la vida de los cristianos son los más sensibles, aunque no los más peligrosos. Cada vez serán más violentos hasta el final.

Cristo no oculta a los suyos el destino que les espera. Serán entregados a los jueces paganos y judíos (Mc 04, 17; Mc 13,13; Mt 10, 22; Lc 06, 22). El tentador, el contradictor, el calumniador pone en movimiento todas las cosas y todos sus recursos, para matar la santa palabra de Dios. «Reyes y dignidades, pseudo-místicos y pseudo-profetas están al servicio de la civitas diaboli» (Stauffer). Contra los discípulos de Cristo el diablo concita hasta a los familiares y paisanos. Aunque los contrastes sean tan grandes como entre los judíos y los paganos, entre los dominadores romanos y los sometidos israelitas, Satanás sabe reunir a los más enconados enemigos en un frente común contra los que son fieles a Cristo. A todos ellos les es común la aversión al mensaje de que el mundo no lo es todo, de que no es lo último y definitivo, ni cerrado en sí, ni autónomo, sino que la gloria y honor de Dios son la última realidad. Ante tal mensaje el mundo se revela en toda su problematicidad. Quienes sólo creen en él se intranquilizan y desasosiegan, intentan recuperar su tranquilidad y seguridad eliminando a los molestos mensajeros. Los que creen en el mundo tienen que perseguir a los que creen en Cristo, por muy unidos que estén a ellos incluso por la sangre; la oposición del espíritu es más fuerte que la unidad terrena. La persecución de los cristianos por los mundanos no se funda en un malentendido ni en la torpeza o falta de táctica de los cristianos, sino en la esencia misma de la fe en Cristo y de la fe en el mundo.

Pero llega la hora en que está llena la medida del pecado y la medida del dolor. Todo perseguidor provoca la ira de Dios. Todo perseguido provoca la salvación de Dios. Toda persecución es, por tanto, una alusión al fin, e incluso una aceleración de él (Mt 25, 10).

Los sufrimientos provocan el fin, porque todo mártir contribuye a acercar el límite de la crueldad y a conseguir, por tanto, la meta de la historia (Phil. 1, 28; ll Thess. 1, 3; I Pet. 14, 17). Cada mártir contribuye a llenar la medida divina de castigo y expiación por los pecados, a apartar la ira de Dios y a que irrumpa el día de la gracia (Col. 1, 24). Los sufrimientos de los cristianos son los dolores del parto de un mundo nuevo; son presagios del fin de este mundo y del principio del «cielo nuevo» y de la «tierra nueva». Nadie sabe quién será el último mártir. Pero la historia camina hacia el punto culminante del odio y del dolor. Cuando llegue a él, sobrevendrá el fin.

El ataque más grave de los poderes satánicos no se dirige contra la vida, sino contra la fe de los cristianos.

2. Los ataques contra la fe y el Anticristo

El ataque más grave de los poderes satánicos no se dirige contra la vida, sino contra la fe de los cristianos. Y ocurre lo increíble: tiene grandes éxitos (ll Thess. 2, 2; 1I Tim. 3, 1-9). Los hombres se establecen sobre la tierra, como que fuera su patria eterna; se olvidan de que son peregrinos y extranjeros; intentan hacer su vida sin Cristo y sin su ley (l lo. 2, 3-28). Resucitarán muchos tentadores prometiendo salvación a los hombres. Se harán pasar por salvadores y los hombres creerán que pueden prescindir de Cristo, que es la verdadera salud y salvación. Los pseudorredentores usurparán la dignidad mesiánica de Cristo. Hasta se revestirán con los vislumbres de lo religioso. Vendrán entre el oscuro brillo de lo luminoso. Se apoderarán de lo numinoso que actúa en el mundo contra su origen y parentesco divinos.

Se necesita entonces el don de la discreción de espíritus. Quien no le tenga, podrá caer en los engaños de los falsos cristos. Será grande el número de los desertores. Sólo quien tenga el don de distinguir espíritus podrá darse cuenta del tono inauténtico de la afirmación «yo soy», que harán todos los falsos cristos (Mc. 13 5-6). Los falsos mesías intentarán hacer fidedignas sus pseudopromesas con grandes signos y maravillas. Sus milagros harán la impresión de que Dios los avala, mientras que el abandono y debilidad de los cristianos darán la impresión de que Dios se aparta de ellos. Pero en realidad todos los portentos de los poderes satánicos son milagros aparentes (Mc. 13, 21-23).

a) Las artes seductoras de Satán llegarán a su punto culminante cuando irrumpa en el tiempo la abominación de la desolación. Con estas palabras tomadas de Daniel (9, 27, 11, 31) describe Cristo, según dicen los evangelistas (Mc 13, 14; Mt 24, 15), los esfuerzos satánicos que preceden al fin. La expresión «abominación de la desolación» alude en Daniel a la estatua de Júpiter puesta en el templo judío por Antíoco IV el año 168 antes de Cristo con la consiguiente profanación del templo. Según el texto de San Marcos, la expresión se refiere a un poder personal, a una persona. Probablemente son profetizadas las matanzas crueles con que profanaron el templo los judíos Celotes durante el sitio de Jerusalén. Pero también podría aludir a un poderoso enemigo de Cristo, que erige su trono en el templo mismo y se sienta en el puesto de Dios. Usurpa lo que sólo a Dios corresponde. Probablemente Cristo alude a ambos sucesos, ya que las crueldades de los celotes son el preludio de la profanación del templo por el anti-Cristo. Cuando ocurra la última profanación del templo de Dios, los discípulos deberán dirigir su mirada hacia Cristo que viene.

La gran apostasía que consiste en que los hombres ya no creerán en Dios

b) En la segunda Epístola a los Tesalonicenses se habla con más claridad de una persona que seducirá a los hombres para que interpreten el mundo y se entiendan a sí mismos desde sí mismos y no desde Dios o desde Cristo (2Ts 02, 01-13)

Antes del fin ocurrirá, pues, la gran apostasía que consiste en que los hombres ya no creerán en Dios ni se confiarán a su gobierno, sino que creerán en la tierra y en las fuerzas de la tierra. La fe en el mundo sustituirá a la fe en Dios; al hombre le bastarán la tierra y su magnificencia. Es la actitud que en la modernidad ha ocupado cada vez con más intensidad los corazones y espíritus de los hombres y se ha convertido en poder de primer rango en los movimientos de masas de signo materialista.

Según la segunda epístola a los Tesalonicenses, Dios envía a los ateos un jefe y guía que los hunda más en el ateísmo. Todos los anteriores tiranos son precursores suyos. Se hace con muchos adeptos. Es enemigo de Dios, que exige a los hombres adoración y sometimiento. El «sin ley» se hace rey e incluso Dios. Sus seguidores no estarán sin fe ni adoración. El hombre tiene una necesidad invencible de adorar. Pero los que creen en el mundo adoran al superhombre venido de la tierra y desprecian al verdadero Dios; esperan del superhombre lo que los cristianos esperan de Cristo.

En realidad, puede llenar en gran parte la esperanza de los mundanos y así se justifica. Hará obras admirables y los hombres serán cegados y seducidos por el esplendor de ellos. Así se cumple lo que Cristo profetizó (Jn 05, 43): muchos verán en sus obras maravillosas la confirmación celestial del mensaje de que él es el salvador. Intentará con éxito legitimarse como mesías y demostrar que es el cumplidor de la religión. Y así destruye la fe en Cristo y, sin embargo, satisface la indestructible necesidad humana de lo divino, de lo numinoso. Su seducción logra aquí su máximo triunfo: combate a Cristo en nombre de la religión, en nombre de Dios.

Predica lo divino como el revés misterioso del mundo. Los seducidos por él pueden así satisfacer su necesidad de adoración volviéndose a él. La adoración sólo debida al verdadero Dios se dirige en una deformación abismal a su opuesto, al anti-Dios. Cuando se hace pasar por Cristo imita simiescamente la vuelta de Cristo. La anticipa en una pseudopredicación. Sólo los que están llenos de amor a la verdad podrán descubrir sus maniobras engañosas y permanecer vigilantes para el Mesías verdadero todavía no revelado.

Según San Pablo, el «sin ley» está ya actuando; en la lucha de los fariseos y teólogos judíos contra Cristo estaba ya actuando. Todavía no ha aparecido, pero su espíritu aparece en los falsos mesías ya antes de su manifestación. Uno tras otro bajan todos al sepulcro sin lograr exterminar a los cristianos. Pero siempre surgen nuevos seductores y perseguidores. Al final vendrá uno que será la encarnación del odio a Cristo.

Según la descripción de San Pablo su llegada será dificultada por un gran poder de orden. No se puede decir con seguridad a quién se refiere San Pablo. Los Santos Padres pensaron en el imperio romano, que a pesar de todo protegió el orden jurídico y pareció conservar en toda la tierra una paz semejante a la paz de Cristo. Los medievales creyeron que tal poder era el sacro imperio romanogermánico. La teología moderna piensa en las potestades angélicas. Se atribuye en especial al arcángel San Miguel la función que en la antigüedad se atribuía al imperio romano y en la Edad Media al sacro imperio.

La palabra «contradictor» recoge la profecía del AT. En el libro de Daniel (Dn11, 36) se describe casi con las mismas palabras que usa San Pablo la profanación del templo y autodeificación de Antíoco Epifanes. Ezequiel (28, 2) condena al igualmente soberbio rey de Tiro. Pero los textos viejotestamentarios trascienden su significación históricotemporal y aluden al futuro. Se trascienden a sí mismos, porque como todo el AT son profecías. Los reyes citados hacen lo que siempre se ha hecho contra Dios en la historia. El hombre orgulloso y autónomo siempre se negará a conceder a Dios el honor que le es debido y siempre buscará su propia gloria. La historia será siempre el campo de la lucha de la «gloria Dei» y de la «gloria mundi». El caudillo de quienes propugnan la «gloria mundi» es Satanás. Actúa en todos los odiadores de Dios y en todos los idólatras, pero actúa ocultamente desde el fondo. Sobre todo, puede actuar en los poderosos de la tierra, los cuales, cuando se rebelan contra Dios, ofrecen a Satán una ocasión especialmente favorable para la corrupción del mundo.

c) Lo que San Pablo llama «contradictor» es llamado por San Juan «Anticristo», palabra que no se encuentra en San Pablo, aunque lo que él llama contradictor juega el mismo papel que el Anticristo en San Juan. El Anticristo ataca al cristianismo en su mismo centro; niega que Jesucristo sea el Mesías, el Salvador (1Jn 02, 22). San Juan lo describe como seductor del mundo, que promete a los hombres la salvación de este mundo, de sus riquezas y gloria; le ve ya actuando (I Jn. 4, 3; 11 lo. 7). Su actividad es para el vidente el signo de que se acercan los últimos tiempos. Según San Juan ha habido ya muchos Anticristos (l lo. 2, 18). El mundo está lleno del mensaje y artes seductoras de los Anticristos.

Por la descripción del Anticristo que hace San Juan se puede suponer que no piensa primariamente en un contradictor personal de Cristo, como pensaba San Pablo, sino en el espíritu anticristiano, en una atmósfera anticristiana, en un sentimiento vital anticristiano. Tiene a la vista la actitud anticristiana de quienes pecan contra el Espíritu Santo, rechazando fundamental y conscientemente a Cristo y su ley. El pecado operante en esta actitud del espíritu logra su pleno desarrollo en el contradictor profetizado por San Pablo.

Aunque la llegada del Señor se retrase no hay que dudar de ella, sino que se debe tener siempre presente. Santiago escribe: “Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. Ved cómo el labrador, por la esperanza de los preciosos frutos de la tierra, aguarda con paciencia las lluvias tempranas y las tardías. Aguardad también vosotros con paciencia, fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cercana” (St. 5, 7-8).


Teologia Dogmatica VII, Los Novisimos
Rialp. Madrid 1961.Pág. 168-178

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