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Existencia de Dios: Por la existencia del hombre, inteligente y libre

Un ser que piensa, reflexiona, raciocina y quiere, no puede provenir sino de una causa inteligente y creadora, esa causa inteligente y creadora es Dios.


¿Podemos demostrar particularmente la existencia de Dios, por la existencia del hombre?

Sí, Por la existencia del hombre, inteligente y libre, llegamos a deducir la existencia de Dios, pues no hay efecto sin una causa capaz de producirlo. Un ser que piensa, reflexiona, raciocina y quiere, no puede provenir sino de una causa inteligente y creadora; y como esa causa inteligente y creadora es Dios, se sigue que la existencia del hombre demuestra la existencia de Dios.  Podemos decir por  consiguiente: Yo pienso, luego existo, luego existe Dios.

Es un hecho indubitable que no he existido siempre, que los años y días de mi vida pueden contarse; si, pues, he comenzado a existir en un momento dado, ¿quién me ha dado la vida?

¿Acaso he sido yo mismo? ¿Fueron mis padres? ¿Algún ser visible de la creación? ¿Fue un espíritu creador?

1° No he sido yo mismo. Antes de existir, yo nada era, no tenía ser; y lo que no existe no produce nada.
Ni fueron sólo mis padres los que me dieron la vida. El verdadero autor de una obra puede repararla cuando se deteriora, o rehacerla cuando se destruye. Ahora bien, mis padres no pueden sanarme cuando estoy enfermo, ni resucitarme después de muerto. Si solamente mis padres fuesen los autores de mi vida, ¡qué perfecciones no
tendría yo! ¿Qué padre no trataría de hacer a sus hijos en todo perfectos?…

Hay además otra razón. Mi alma, que es una sustancia simple y espiritual, no puede proceder de mis padres: no de su cuerpo, pues entonces sería material; no de su alma, porque el alma es indivisible; ni, por último, de su poder creador, pues ningún ser creado puede crear.

No debo mi existencia a ningún ser visible de la creación. El ser humano tiene entendimiento y voluntad, es decir, es inteligente y libre. Por consiguiente, es superior a todos los seres irracionales. Un mineral no puede producir un vegetal; un vegetal no puede producir un animal, ni un animal, un hombre.

Debo, por consiguiente, mi ser a un Espíritu creador. ¿De dónde ha sacado mi alma? No la sacó de la materia, pues entonces sería material. Tampoco la sacó de otro espíritu, porque el espíritu, que es simple, no puede dividirse. Luego, necesariamente la sacó de la nada, es decir, la creó. Y como el único que puede crear es Dios, es decir, el único que puede dar la existencia con un simple acto de su voluntad, se sigue que por la existencia del hombre, queda demostrada la existencia de Dios.

Otra Prueba: La Existencia de la Ley Moral

¿Prueba la existencia de Dios el hecho de la ley moral?

Sí, la existencia de la ley moral prueba irrefragablemente que Dios existe. Existe, en efecto, una ley moral, absoluta, universal, inmutable, que manda hacer el bien, prohíbe el mal y domina en la conciencia de todos los hombres. El que obedece esta ley, siente la satisfacción del deber cumplido; el que la desobedece, es víctima del remordimiento.

Ahora bien, como no hay efecto sin causa, ni ley sin legislador, esa ley moral tiene un autor, el cual es Dios. Luego, por la existencia de la ley moral llegamos a deducir la existencia de Dios. Él es el Legislador supremo que nos impone el deber ineludible de practicar el bien y evitar el mal; el testigo de todas nuestras acciones; el juez inapelable que premia o castiga, con la tranquilidad o remordimientos de conciencia.

Nuestra conciencia nos dicta:
que entre el bien y el mal existe una diferencia esencial; que debemos practicar el bien y evitar el mal; que todo acto malo merece castigo como toda obra buena es digna de premio; esa misma conciencia se alegra y aprueba a sí misma cuando procede bien, y se reprueba y condena cuando obra mal. Luego existe en nosotros una ley moral, naturalmente impresa y grabada en nuestra conciencia.

¿Cuál es el origen de esa Ley? Evidentemente debe haber un legislador que la haya promulgado, así como no hay efecto sin causa. Esa ley moral es inmutable en sus principios, independiente de nuestra voluntad, obligatoria para todo hombre, y no puede tener otro autor que un ser soberano y supremo, que no es otro que Dios.

Además de lo dicho, se ha de tener presente que si no existe legislador, la ley moral no puede tener sanción alguna; puede ser quebrantada impunemente. Luego, una de dos: o es Dios el autor de esa ley, y entonces existe; o la ley moral es una quimera, y en ese caso no existe diferencia entre el bien y el mal, entre la virtud y el vicio, la injusticia y la iniquidad, y la sociedad es imposible.

El sentimiento íntimo manifiesta a todo hombre la existencia de Dios. Por natural instinto, principalmente en los momentos de ansiedad o de peligro, se nos escapa este grito: ¡Dios mío!..

Es el grito de la naturaleza. «El más popular de todos  los seres es Dios – dijo Lacordaire – El pobre lo llama, el moribundo lo invoca, el pecador le teme, el hombre bueno le bendice. No hay lugar, momento, circunstancia, sentimiento, en que Dios no se halle y sea nombrado. La cólera no cree haber alcanzado su expresión suprema, sino después de haber maldecido este Nombre adorable; y la blasfemia es asimismo el homenaje de una fe que se rebela al
olvidarse de sí misma». Nadie blasfema de lo que no existe. La rabia del os impíos como las bendiciones de los buenos, dan testimonio de la existencia de Dios.

 

 

P. Hillaire, Religión Demostrada.

 

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