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Beata Concepción Cabrera: Una laica sencilla con un testimonio impactante 

El testimonio de la beata mexicana Concepción Cabrera es el ejemplo de una laica valerosa que soportó grandes sufrimientos, contradicciones y luchas a lo largo de su vida. Fue testigo de la sangrienta persecución del gobierno de su tiempo a la Iglesia Católica, que dio innumerables mártires a México.
Beata Concepción Cabrera

El testimonio de la beata mexicana Concepción Cabrera es el ejemplo de una laica valerosa que soportó grandes sufrimientos, contradicciones y luchas a lo largo de su vida. Fue testigo de la sangrienta persecución del gobierno de su tiempo a la Iglesia Católica, que dio innumerables mártires a México.

En todo, podía notarse su entereza: «En buena hora que suframos y roguemos, pero también debemos adorar sus tardanzas, amar sus miras y esperar contra toda esperanza el triunfo y la paz que nos dará sin duda. México no perderá la fe mientras tenga a María» decía.

El P. Javier Olivera Ravasi, la describe de la siguiente manera: «Concepción Cabrera de Armida, Conchita, como la llamaban sus familiares y amigos. Fue una mujer laica, que vivió con sencillez y alegría su noviazgo y su matrimonio, fue madre de nueve hijos, viuda y cultivó sus amistades en un marco de total normalidad en su época. Pero que en las profundidades de su alma llevaba una vida apostólica increíble, imitando heroicamente e identificándose con Cristo Crucificado, Sacerdote y Víctima».

Las acciones y el testimonio de Conchita fueron plasmados en su Diario personal, no cualquier Diario, sino un «Diario espiritual que relata principalmente las relaciones íntimas de un alma con Dios, consignadas con fidelidad durante más de cuarenta años» así lo expresa la obra póstuma del gran teólogo espiritual M.M. Philipon, O.P., a la que tituló sencillamente: CONCHITA, Diario Espiritual de una Madre de Familia. Se trata de la visión de un teólogo acerca del alma y la doctrina de la Beata Concepción Cabrera de Armida.

«Mucho le pedí a mi Jesús que me ayudara a ser una buena esposa que hiciera feliz al hombre que iba a darme por compañero» relata en su diario Concepción, sobre el día de su boda. 

Su vida de oración se veía impregnada en sus acciones y siempre buscaba un tiempo para Dios: «Por las tardes, al oscurecer, me iba a la iglesia de San Juan de Dios y allí cerquita del sagrario desahogaba mi pecho cerca de Jesús; le ofrecía a mis niños, a mi marido y a mis criados, pidiéndole luz y tino para saber cumplir mis deberes». 

Les encargo que pasen su fe con enseñanzas y ejemplos a sus hijos, no escatimando sacrificios para educarlos cristianamente

En otro momento de su vida manifestó: «Muchas otras cruces me ha puesto Jesús sobre los hombros que sólo con la ayuda divina puedo soportarlas con paciencia… Vi muy de cerca la muerte y tuve que practicar de veras y de lo más íntimo del alma el abandono total en los brazos de Dios y el desprendimiento de mis hijos, madre, esposo, que siempre a la naturaleza le cuesta bastante. Tuve mucha paz esperando a cada instante verme en la presencia de Dios: a veces venía a turbarme el miedo a su juicio y una noche arrojándome en sus brazos le dije: Señor, tengo miedo. No temas, me contestó, tranquilízate, y, como estas palabras obran, desde ese momento sentí un sosiego de alma como de ilimitada confianza y la seguridad de que no me iba a morir».

Testamento de una madre

Conchita con frecuencia se enfermaba. En una ocasión en que sintió más inminente el peligro dirigió a sus hijos una carta admirable, testamento de una madre y de una santa: «Si me muero, si ya Dios quiere llevarme, les recomiendo a todos sigan siendo cristianos valerosos y de fe, sin respetos humanos y practicando fidelísimamente las enseñanzas de la Iglesia, orgullosos de pertenecerle. Cuidando cumplir sus preceptos, siendo además generosos con Jesús que tanto nos ama, a quien tanto le deben y que quiere salvarlos. Les encargo que pasen su fe con enseñanzas y ejemplos a sus hijos, no escatimando sacrificios para educarlos cristianamente teniendo especial cuidado en formar sus almas y en que se eduquen en la religión. Les recomiendo la unión, la unión, la unión…» (carta junio 28, 1928). 

México: una terrible persecución

México atravesó por una época de mutación decisiva de la que Conchita fue testigo, dejando esbozos de lo acontecido en su diario espiritual. En 1914 la revolución social toma un tinte antirreligioso que inquieta su alma de «hija de la Iglesia».

Se desata la persecución, pero Conchita no pierde la fe. Ella escribe en su diario: «Agosto 17. Las cosas están cada vez peor. Blasfemias horribles. Los atropellos, muertes, allanamiento de moradas y fusilamientos están a la orden del día. Se han arrebatado muchachas, da miedo salir. Se deja venir una hecatombe contra el clero. Se ha expulsado a los religiosos, se confiscarán los bienes de la Iglesia, préstamos forzosos y mil cosas que lamentar. Persecución contra el Clero. Mil abusos y la guerra al Clero en todo su esplendor. ¡Oh Dios mío, Dios de mi corazón! En Ti hemos puesto nuestra esperanza, no seremos confundidos. ¡Pobre México! Está recibiendo el azote de Dios y ojalá nos sepamos aprovechar».

El 26 de mayo Conchita manifiesta en carta a una amiga: «Ya tenemos muchos mártires en México que están haciendo favores. Bendito sea Dios, y Él sabe su cuento. Hay que adorar sus designios. ¿Para qué andar confiando en este o aquel medio?… Para Dios todos son medios y cuántas veces se complace en hacer las cosas contra todos los medios humanos, para que resplandezca más su gloria. En buena hora que suframos y roguemos, pero también debemos adorar sus tardanzas, amar sus miras y esperar contra toda esperanza el triunfo y la paz que nos dará sin duda. México no perderá la fe mientras tenga a María».

Conchita pasó por el mundo con sencillez y alegría entre los suyos, entregada totalmente a Dios

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Vida Penitente

La lucha contra el pecado está en el corazón de la doctrina de la Cruz como del Evangelio. Concepción, escribe en su diario esta inspiración que el Señor le ha manifestado con vigor: «Es la penitencia una gran virtud y el espíritu de penitencia es don gratuito que Dios da a quien le place. Su influencia es universal, no solamente para liberar al hombre del pecado sino para facilitarle la práctica de todas las virtudes: A ti desde muy niña te fue dado. La penitencia es la muralla que protege la castidad. La penitencia desarma la justicia de Dios y la convierte en gracias: ella purifica a las almas, apaga el fuego del Purgatorio y en el cielo tiene un premio muy subido. La penitencia redime los pecados propios y ajenos. La penitencia es hermana de la mortificación y ambas caminan siempre unidas y de la mano. La penitencia ayuda al alma a elevarse de la tierra. La penitencia es la cooperación a la redención del mundo. La penitencia humilla al hombre y le infiltra el sentimiento íntimo de su bajeza y miseria. La penitencia lo eleva de la tierra haciéndole gustar delicias desconocidas y puras. Pero esta penitencia debe ser hija de la obediencia y existir en el alma, oculta a todas las miradas humanas» (Diario T. 6, p. 201-202, septiembre 24, 1895).

«Concepción Cabrera de Armida abordó, con su vida y escritos, el gran dilema de la humanidad; es decir, las crisis, el dolor, el drama de algunos episodios que a veces nos tocan. En pocas palabras, el miedo a perder algo», dice de ella Carlos Díaz. Ella – continúa-, en vez de mirarla con miedo, la contemplaba con fe. Muchas veces, experimentó la presencia de Dios que le daba sentido a sus pérdidas. Para Concepción Cabrera, la cruz no es un fin, sino un medio; no es un castigo, sino un proceso de aprendizaje que libera de vicios y manías; no quita la felicidad, sino que ayuda a construirla con bases sólidas como la perseverancia y la capacidad de crecer. Si exploramos nuestras crisis, veremos que tarde o temprano surgirá algo positivo que nos ayudará a crecer espiritualmente. Quizá gracias a ese incidente que nos llevó a estar con una férula tres semanas, pudimos entrar en reposo y mirar al interior luego de años de activismo.

Ella nos enseña que la felicidad viene de superar la obsesión de evitar a toda costa el más mínimo contratiempo. Muchas veces, sufrimos más por el «temor a» que por lo que realmente sucede. De ahí su afirmación categórica: «El que ama la cruz es verdaderamente feliz» (C.C. 13, 393)”. Amar la cruz no significa amar el sufrimiento ni dejar de aliviarlo cuando existe la posibilidad de hacerlo, sino valorar cómo Dios en los momentos de vulnerabilidad se deja sentir; cómo, nosotros mismos, crecemos y salimos de situaciones que de otro modo nos tendrían todavía atados. Amar la cruz es valorar la certeza (y la experiencia) de que Dios llega en medio de todo y disfrutar de nuestros avances a raíz de la prueba. Comprende que los momentos difíciles también forman y nos recuerda que «la cruz es la única puerta que conduce al cielo» (C.C. 13, 393), pero un cielo que puede comenzar a vivirse desde hoy, porque al tener una vida espiritual profunda encontramos la paz y nadie puede negar que eso es propio de una mente sana. 

La cruz, por lo tanto, nos ayuda a crecer. Hay que valorarla. Nos dice Concepción Cabrera: «He conocido, lo que la cruz vale, el tesoro que encierra, su ternura, sus riquezas, su atractivo. Y la dicha que poseemos con ella. Es la marca de los escogidos» (C.C. 6,10). La aprecia por lo que nos deja a su paso y porque no la vive sola, aislada, sino en unión con Dios que le da otra perspectiva. No es ella y las meras preocupaciones, sino ella y Jesús. Por eso, también subraya que «en la cruz anida el Espíritu Santo y por esto ahí y sólo en ese árbol sagrado, se recogen, abundantes frutos» (C.C. 7, 314). En otras palabras, la presencia de Dios suaviza todo. ¿Cuáles frutos? Madurez, confianza, sentido del humor, manejo asertivo de conflictos, capacidad de perdonar, volver a lo esencial, disfrutar de las cosas sencillas como un amanecer a orillas de la playa, etcétera.

Concepción Cabrera realizó todas las vocaciones de la mujer: novia, esposa, madre, viuda, abuela, bisabuela y aún por indulto especial de Pío X, sin abandonar nunca su ámbito familiar, murió canónicamente religiosa, entre los brazos de sus hijos.  

Conchita pasó por el mundo con sencillez y alegría entre los suyos, entregada totalmente a Dios, en el secreto de su alma habitada por el Espíritu Santo vivió una intensa irradiación apostólica con amplios horizontes de Iglesia, es creadora de un nuevo tipo de santidad accesible a todos.

Fue inspiradora de cinco congregaciones y asociaciones de fieles, conocidas como las Obras de la Cruz: Los Misioneros del Espíritu Santo, las Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús, el Apostolado de la Cruz, la Alianza de Amor con el Sagrado Corazón de Jesús y la Fraternidad de Cristo Sacerdote.

Fue beatificada el 4 de mayo de 2019 en una multitudinaria ceremonia religiosa llevada a cabo en la Basílica de Guadalupe, con la presencia de decenas de obispos y sacerdotes y miles de fieles pertenecientes a la Familia de la Cruz. Su fiesta litúrgica se conmemora el 3 de marzo.


Fuente: Philipon, M, Conchita. Diario Espiritual de una Madre de Familia

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