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Consejos de San Alfonso María de Ligorio para tus Oraciones

La oración es el medio más necesario y seguro para alcanzar la salvación y todas las gracias que ella acarrea. Sin la gracia de Dios no podemos resistir a muchos y poderosos enemigos. Y esta gracia sólo se da a los que rezan; por tanto, sin oración no hay victoria y no hay salvación.

San Alfonso María de Ligorio,
«El Gran Medio de la Oración»

Sin oración, según los planes ordinarios de la providencia, inútiles serán las meditaciones, nuestros propósitos y nuestras promesas. Si no rezamos seremos infieles a las gracias recibidas de Dios y a las promesas que hemos hecho en nuestro corazón. La razón de esto es que para hacer en esta vida el bien, para vencer las tentaciones, para ejercitarnos en la virtud, en una sola palabra, para observar totalmente los mandamientos de Dios, no bastan las gracias recibidas ni las consideraciones y propósitos que hemos hecho, se necesita sobre todo la ayuda actual de Dios y esta ayuda actual no la concede Dios Nuestro Señor sino al que reza y persevera en la oración.

Escribía el apóstol San Pablo a su discípulo Timoteo: «Recomiendo ante todas las cosas que se hagan súplicas, oraciones, rogativas, acciones de gracias». Comentando estas palabras, el Doctor Angélico dice que oración es la elevación del alma a Dios. La oración es la elevación del alma y del corazón a Dios, para adorarle, darle gracias y pedirle lo que necesitamos.

• Sin oración no hay salvación

Santo Tomás de Aquino demuestra en pocas palabras la necesidad que tenemos de la oración. Nosotros, dice, para salvarnos tenemos que luchar y vencer, como señala San Pablo: «El que combate en los juegos públicos no es coronado si no combate según las leyes». Sin la gracia de Dios no podemos resistir a muchos y poderosos enemigos. Y esta gracia sólo se da a los que rezan; por tanto, sin oración no hay victoria, no hay salvación.

• Orar para vencer la tentación

Diremos con el mismo santo que no sabrá vivir bien quien no sabe rezar bien. San Francisco de Asís asegura que no puede esperarse fruto alguno de un alma que no hace oración.

Injustamente se excusan los pecadores que dicen no tener fuerzas para vencer las tentaciones. Responde el apóstol Santiago: «Si las fuerzas os faltan, ¿por qué no las pedís al Señor?». […] Débiles somos, pero Dios es fuerte, y cuando le invocamos nos comunica su misma fortaleza. Entonces podemos decir con San Pablo: «Todo lo puedo con la ayuda de Aquél que es mi fortaleza».

El que reza se salva, el que no reza se condena. Salvo los niños, todos los demás bienaventurados se salvaron porque rezaron, y los condenados se condenaron porque no rezaron. Y ninguna otra cosa les producirá en el infierno más espantosa desesperación que pensar que les hubiera sido cosa muy fácil salvarse, pues lo hubieran conseguido pidiendo a Dios sus gracias. Pero serán eternamente desgraciados porque, para ellos, el tiempo de la oración ya pasó.

• La intercesión de María

Podemos asegurar que todos los bienes que recibimos del Señor nos llegan por medio de la intercesión de María. Nos exhorta San Bernardo a recurrir siempre a esta divina Madre, ya que sus súplicas son siempre escuchadas por su divino Hijo. San Bernardino de Siena afirmó que María no sólo es el medio que nos comunica todas las gracias de Dios, sino que desde el día en que fue hecha madre de Dios, adquirió una especie de autoridad sobre las gracias que se nos conceden: «Ya que toda la naturaleza divina se encerró en el seno de María, no temo afirmar que por ello adquirió la Virgen cierta jurisdicción sobre todas las gracias, pues fue su seno el océano del cual salieron todos los ríos de las gracias divinas.

Por lo demás, si es cierto que le agrada al Señor que recurramos a los santos, mucho más le agrada que pidamos a la intercesión de María para que supla ella nuestra indignidad con la santidad de sus méritos. Acudir a la Virgen no es desconfiar de la divina misericordia; es temer nuestra indignidad.

• Dios atiende siempre

¿Por qué inquietarnos con temores y angustias inútiles? Recen, recen siempre; que vuestras plegarias suban continuamente al trono de Dios. Denle gracias por las promesas que les hizo de concederles todas las gracias que le pidan; la gracia eficaz, la perseverancia, la salvación y todo cuanto quieran…

«Sería un generoso favor de parte de Dios si solamente atendiera nuestras plegarias una vez al mes. Así lo hacen los grandes de la tierra, que ponen dificultades para atender. Pero el Señor no es así; al contrario. El profeta Isaías nos asegura que cuando el Señor oye nuestras plegarias, al punto se mueve tanto a compasión, que no nos deja llorar demasiado: «De ninguna manera llorarás. El Señor, apiadándose de ti, usará contigo de misericordia: al momento que oyere la voz de tu clamor, te responderá benigno».

• Tesoro de la Oración

Dios no es avaro de sus bienes, como suelen ser los hombres. A los que rezan, Dios les da copiosamente, con abundante mano y más de lo que se le pide, porque infinita es su riqueza, y por mucho que de, nunca disminuyen sus tesoros. […] Quede bien sentado que la oración es verdadero tesoro y el que más pide, más recibe. San Buenaventura llega a decir que cuantas veces el hombre acude a Dios devotamente en la oración, gana bienes que valen más que el mundo entero.

• También los pecadores deben orar

Alguno dirá: «Soy pecador y por tanto no puedo rezar, porque Dios no oye a los pecadores». Santo Tomás nos ataja, explicando que eso sólo puede decirse del pecador en cuanto tal, es decir, cuando pide al Señor medios para seguir pecando. Otro tanto puede decirse del pecador que pide al Señor la gracia de la salvación sin deseo de salir del estado de pecado en que se encuentra. Hay desgraciados que aman las cadenas con que los ató el demonio. Las oraciones de éstos no pueden ser oídas por Dios.

En cambio, hay pecadores que han caído por fragilidad o por empuje de una fuerte pasión. Son ellos los primeros en gemir bajo el yugo del demonio y en desear que llegue por fin la hora de romper aquellas cadenas. Piden ayuda al Señor. Si esta oración es constante, Dios ciertamente los oirá, porque dijo: «Todo el que pide recibe, y el que busca encuentra». Un autor antiguo comenta estas palabras: «Todo el que pide; sea justo, sea pecador».

Santo Tomás de Aquino no duda en afirmar que el pecador, cuando reza, es oído. Pues aunque su oración no sea meritoria, ésta no se apoya en la justicia, sino en la bondad de Dios. Agrega que no es requerido que en el momento de orar seamos amigos de Dios por la gracia: la oración ya de por sí nos hace en cierto modo sus amigos.

• Oración rogando la gracia de orar

Dios del alma mía, sé que tú me escucharás siempre cuando recurra a ti. Pero temo olvidarme de orar, por negligencia mía, y que eso sea la causa de perder tu gracia. Por los méritos de Jesús concédeme la gracia de orar, pero una gracia abundante, que me haga orar siempre y orar como se debe. ¡Oh María, Reina mía!, tú que consigues de Dios cuanto le pides, por el amor que a Jesús profesas, obtenme la gracia de orar, de orar siempre sin fatigarme hasta el momento de la muerte. Amén.

También te puede interesar: Curso: El Camino de la Oración. Presentación

Eficacia preferente de la oración

Quede bien sentada que la oración es verdadero tesoro y que el que más pide, más recibe. San
Buenaventura llega a afirmar que cuantas veces el hombre devotamente acude al Señor con la oración, gana bienes que valen más que el mundo entero.

Algunas almas, emplean mucho tiempo en leer y meditar y se ocupan muy poco de rezar. No
niego que la lectura espiritual y la meditación de las verdades eternas sean muy útiles para el
alma, mas San Agustín no duda en afirmar que es cosa mejor rezar que meditar. Y da la razón:
«Porque en la lección conocemos lo que tenemos que hacer y en la oración alcanzamos la fuerza para cumplirlo».

Y, a la verdad, ¿de qué nos sirve saber lo que tenemos que hacer si no lo hacemos? Somos
más culpables en la presencia de Dios. Leamos y meditemos en buena hora, pero es cosa
cierta que no cumpliremos con nuestros deberes, si no pedimos a Dios la gracia para
cumplirlos.

A propósito de esto dice San Isidoro que en ningún otro momento anda el demonio tan solícito en distraernos con pensamientos de cosas temporales, como cuando acudimos a Dios para pedirle sus gracias. ¿Por qué? Porque está bien persuadido el espíritu del mal que nunca alcanzamos mayores bienes espirituales que en la oración. Este, por tanto, ha de ser el fruto mayor de la meditación: aprender a pedir a Dios las gracias que necesitamos para la perseverancia y la salvación. Por esto muy principalmente se dice que la meditación es moralmente necesaria al alma para que se conserve en gracia, porque aquel que no se recoge para hacer meditación y en ese momento no reza y pide las gracias que necesita para la perseverancia en la virtud, no lo hará en otro momento, pues si no medita, ni pensará en rezar, ni siquiera comprenderá la necesidad que tiene de la oración. Por el contrario, el que todos los días hace meditación conoce muy bien las necesidades de su alma y los peligros en que se halla y la obligación que tiene de rezar.

«Rezar para perseverar y salvarse». De sí mismo decía el Padre Séñeri que en los comienzos de su vida, cuando hacía meditación, ponía mayor empeño en hacer afectos que en pedir; mas cuando poco a poco llegaba a comprender la excelencia de la oración y su inmensa utilidad, ya en la oración mental pasaba Más tiempo en pedir y rezar.

«Como el polluelo de la golondrina, así clamaré», decía el devoto rey Ezequías. Los polluelos de las golondrinas no hacen más que piar continuamente. Piden a sus madres el alimento que
necesitan para vivir. Lo mismo debemos hacer nosotros, si queremos conservar la vida de la
gracia: claramente siempre, pidamos al Señor que nos socorra para evitar la muerte del pecado y seguir adelante en la senda de su divino amor.
De los padres antiguos que fueron grandes maestros del espíritu refiere el P. Rodríguez que se juntaron en asamblea y allí discutieron cuál sería el ejercicio más útil para alcanzar la salvación eterna; y resolvieron que parecía lo mejor repetir con frecuencia aquella breve oración del profeta David: «Dios mío, ven en mi socorro». Eso mismo ha de hacer el que quiera salvarse, afirma Casiano, decir con frecuencia al Señor: «Dios mío, ayudadme… ayúdame, oh mi buen Jesús..»

Esto hay que hacerlo desde el primer momento de la mañana, y esto hay que repetirlo en
todas las angustias y en todas las necesidades, temporales y espirituales, pero muy
particularmente, cuando nos veamos molestados por la tentación.
Decía san Buenaventura
que a veces más alcanzamos y más pronto con una breve oración, que con muchas obras buenas. Y más allá va San Ambrosio, pues dice que el que reza, mientras reza, ya alcanza algo, pues el rezar ya es singular don de Dios. Y San Juan Crisóstomo escribe que no hay hombre más poderoso en el mundo que el que reza.

El que reza participa del poder de Dios. Todo esto lo comprendió San Bernardo en estas palabras: «Para caminar por la senda de la perfección hay que meditar y rezar; en la meditación vemos lo que tenemos, con la oración alcanzamos lo que nos falta».

Cunado no podamos orar meditemos en estas palabras del San Alfonso: «¿No puedes orar? ¿Qué mejor oración que mirar el crucifijo de vez en cuando y ofrecer los dolores que soportas, uniendo lo poco que sufres con los inmensos dolores de Jesucristo en la cruz?»

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