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Devoción al Inmaculado Corazón de María

Al venerar el Inmaculado Corazón de María honramos sus afectos, virtudes y méritos, su constante fortaleza, su eximia e inigualable santidad, y sobre todo a su ardoroso amor a Dios y a su Hijo Jesús, junto a su bondad materna para con los hombres redimidos por la sangre divina.

«Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien la abrace le prometo la salvación; y serán amadas de Dios estas almas, como flores puestas por mí para adornar su trono» (2ª aparición, 13 de junio de 1917)

Una devoción impulsada por los santos

«Y su Madre conservaba todas estas cosas en su corazón», dice el Evangelista san Lucas, quien menciona en dos lugares al Corazón de María, presentándolo como un relicario en donde María guardaba las palabras y los episodios ocurridos con su Hijo.

Desde la época de san Bernardo, el culto al Corazón de María se fue intensificando gracias al impulso de numerosos santos, entre los cuales destacan santa Matilde, santa Gertrudis, santa Brígida, san Bernardino de Siena, san Francisco de Sales y san Antonio María Claret, este último fundador, en el siglo pasado, de la Congregación de los Hijos del Corazón de María.

El gran florecimiento se produjo en el siglo XVII, con san Juan Eudes, el gran apóstol de la doble devoción al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María. A sólo ocho días de fallecer terminó su última obra, El Corazón admirable de la Santísima Madre de Dios, de más de mil páginas.

Este desarrollo histórico culminó en las apariciones de Fátima, cuando la propia Santísima Virgen comunicó a los pastorcitos que Dios quiere establecer la devoción al Inmaculado Corazón de María, y mediante ella salvar a muchas almas.

Un culto a las virtudes y a los dones de María

Al venerar el Inmaculado Corazón de María honramos sus afectos, virtudes y méritos, su constante fortaleza, su eximia e inigualable santidad, y sobre todo a su ardoroso amor a Dios y a su Hijo Jesús, junto a su bondad materna para con los hombres redimidos por la sangre divina.

En la piedad católica existe una larga serie de invocaciones a la Virgen. Cada una manifiesta un momento psicológico, un don, una virtud o una disposición de la Virgen. Al honrar el Corazón Inmaculado de María lo abarcamos todo, puesto que es el templo de la Trinidad, receptáculo de paz, tierra de esperanza, cáliz de amargura y dolor, consuelo de los afligidos, abogado lleno de compasión y misericordia para con los hombres, sede de la sabiduría, etc.

La simbología católica representa al Corazón de María con el color rojo, lo mismo que el Sagrado Corazón de Jesús, y traspasado por una espada. Del corazón brota una llama, su ardiente amor a Dios.

Corazón inmaculado y sapiencial

Todos heredamos de Adán y Eva la mancha del pecado original. Todos, excepto María. Ella no fue tocada por el pecado de nuestros primeros padres.

Pero tampoco hay en Ella absolutamente ninguna otra mancha causada por cualquier infidelidad o imperfección posterior. En todos los momentos de su vida respondió íntegramente a las gracias asombrosas que Dios le concedió, alcanzando un incalculable pináculo de virtudes.

Así, Ella es Inmaculada en todos los sentidos. El concepto de inmaculada trae consigo el de virginidad. María fue madre de Jesucristo, pero se mantuvo perfectamente virgen; una razón más para glorificarla como Inmaculada.

Otra característica del Corazón de María que conviene destacar es su sabiduría, una virtud referente no sólo a la inteligencia sino también a la voluntad. La Letanía de la Virgen, más conocida como Lauretana, reza: «Sede de la Sabiduría, ruega por nosotros». Tan excelsa es la sabiduría de la Virgen, que excede la de ángeles y hombres sumados. Puede decirse que el Corazón Sapiencial de María es el que ama todo de acuerdo a la fe, la recta razón y el sentido común.

Dios, al ver a María Santísima, encuentra una satisfacción superior a la que podría sentir frente al resto de la creación.

Corazón de Jesús y María

¡La magnificencia del universo es extraordinaria! Basta recordar que, hoy en día, un telescopio potente logra escudriñar áreas estelares remotas, situadas a incalculables 13 billones de años luz de la Tierra. ¿Cuántos misterios habrá en todas esas galaxias y más allá? Por otro lado, cuando abordamos el análisis de los microorganismos, ¡qué inmensidad!

Dios creó un mundo aún más extraordinario que el universo material: el de los seres angelicales. De inimaginable variedad, comprende desde los más perfectos y excelentes espíritus, los Serafines, hasta la categoría menos elevada, la de los Ángeles de la guarda. Y el menor de ellos es muy superior a cualquier hombre.

Dios, que creó todo eso desde la nada, tiene presentes a todas sus criaturas al mismo tiempo: Vestri autem et capilli capitis omnes numerati sunt (Mt 10, 30) – «Hasta los mismos cabellos de vuestra cabeza están todos contados». Nada rehuye la mirada divina: ni el menor microbio en el más hondo abismo de los océanos, ni una molécula del núcleo de una gigantesca estrella.

Ahora bien, pese a un conglomerado tan inmenso de criaturas, Dios, al ver a María Santísima, encuentra una satisfacción superior a la que podría sentir frente al resto de la creación. «Corazón de María, en el cual el Corazón de Jesús bien se complace», proclama la Letanía del Inmaculado Corazón de María; es decir, donde el Señor se regocija sin ofuscación, sin límite, sin mancha. De eso brota una mutua comunión de pensamientos y voluntades, en altísimo grado. San Juan Eudes sólo hablaba del «Sagrado Corazón de Jesús y de María»; los veía tan unidos, que los consideraba como uno solo.

La devoción al Corazón de María es, por lo tanto, un medio excelente y seguro de honrar el Corazón de su Divino Hijo.

Invitación a la confianza

Lo propio del corazón materno es rebosar de bondad, suavidad, generosidad, indulgencia. El Corazón Inmaculado de María representa todo ese afecto materno llevado a un extremo inimaginable. Y su bondad considera incluso a los pecadores, algo que traduce muy bien la oración de san Bernardo: «Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos».

El Corazón de María invita a la confianza; tanto más que Ella, en palabras de san Luis Grignion de Montfort, tiene hacia cada uno de nosotros, incluso el más miserable, un afecto superior a la suma del cariño de todas las madres del mundo por un único hijo. Es un amor inagotable, ininterrumpido, siempre volcado hacia nosotros, un amor cuya intensidad y solicitud crecen a medida que aumentan nuestras dificultades y carencias.

Pongámonos, pues, con toda confianza en manos de esta Madre tiernísima. Al fin y al cabo, fue a nosotros que dirigió su mensaje en la Cova de Iría. Fue por todos nosotros -hasta por el más tibio y debilitado en la Fe, hasta por los que cayeron en los abismos a lo largo del camino- que la Virgen quiso bajar a la tierra, a fin de ofrecer la salvación eterna por medio de la devoción a su Inmaculado Corazón.

Imitemos el amor de Jacinta al Inmaculado Corazón de María

Por fin, nos volvemos de nuevo hacia Jacinta, cuyos inocentes ojos miraron fijamente a la Señora de ese Corazón Inmaculado. Cuenta la hermana Lucía que, algún tiempo antes que su prima marchara al hospital donde moriría, ésta afirmaba:

«-Ya me falta poco para ir al Cielo. Tú te quedarás aquí para decir que Dios quiere establecer en el mundo la devoción del Inmaculado Corazón de María. Cuando sea preciso decirlo, no te escondas. Di a todo el mundo que Dios nos concede las gracias por medio del Corazón Inmaculado de María; que se las pidan a Ella; que el Corazón de Jesús quiere que se venere a su lado al Corazón Inmaculado de María; que pidan la paz al Inmaculado Corazón de María; que Dios se la entregó a Ella. ¡Si pudiese meter en el corazón de toda la gente la lumbre que tengo aquí en el pecho quemándome y haciéndome gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de María!

Un día me dieron una estampa del Corazón de Jesús, bastante bonita para aquello que los hombres consiguen hacer. Se la llevé a Jacinta:

-¿Quieres esta estampita?

La agarró, la miró con atención, y dijo

-¡Es tan feo! ¡No se parece en nada a Nuestro Señor, que es tan hermoso! Pero la quiero; siempre será Él.

Y la llevaba siempre con ella. Por la noche y durante la enfermedad la tenía bajo la almohada, hasta que se rompió. La besaba con frecuencia y decía:

-Lo beso en el Corazón, que es lo que más me gusta. ¡Quién me diera también un Corazón de María! ¿No tienes alguno?

Pues le gustaba tener a los dos juntos.

En otra ocasión, le llevé una estampa que tenía el sagrado cáliz con una hostia. La agarró, la besó, y, radiante de alegría, decía:

-¡Es Jesús escondido! ¡Me gusta tanto! ¡Quién me diera recibirlo en la Iglesia! ¿En el Cielo no se comulga? Si allá se comulga, comulgaré todos los días. ¡Si el Ángel fuera al hospital a llevarme otra vez la Sagrada Comunión! ¡Qué contenta me pondría!

Cuando, a veces, volvía de la Iglesia y entraba en su casa, me preguntaba:

-¿Has comulgado?

Si le decía que sí, añadía:

-Ven aquí, bien cerca de mí, que tienes en tu corazón a Jesús escondido.

Otras veces me decía:

-¡No sé cómo pasa! Siento a Nuestro Señor dentro de mí. Comprendo lo que me dice y no lo veo ni lo oigo. ¡Pero es tan bueno estar con Él!».

Sigamos el ejemplo de Jacinta, y queramos estar siempre con el Sagrado Corazón de Jesús. Para eso, no hay medio más acertado y seguro que ser verdaderos devotos del Inmaculado Corazón de María.


Extractos del libro «Fátima, Mi Inmaculado Corazón Triunfará»,
de Mons. Juan Clá Dias
, Publicado en https://bit.ly/354jKLZ

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