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El infierno en la Biblia y los padres de la Iglesia

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que «la pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira».
El infierno en la Biblia y los padres de la Iglesia

La existencia del Infierno es negada constantemente en los tiempos modernos por quienes sostienen que si existe un lugar de sufrimiento y grandes tormentos «es aquí en la tierra» y que luego de esto, pasaremos a una vida de paz. Los Padres de la Iglesia revierten ese argumento.

Por José Miguel Arráiz

¿Existe el infierno? La doctrina tradicional de la Iglesia, recogida en el catecismo actual y en las declaraciones del Magisterio, así lo confirma.

Es frecuente escuchar negar la existencia del infierno a miembros de sectas como los testigos de Jehová o adventistas del séptimo día. Para los católicos sin embargo, el infierno es dogma de fe.

A este respecto enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:

«1033. Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: “Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él” (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de El si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno”»

Más adelante continúa el Catecismo:

«1035. La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, “el fuego eterno” (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira».


Fundamento bíblico del infierno

Al igual que con la doctrina de la inmortalidad del alma, la revelación de la existencia del infierno al pueblo de Dios ha sido progresiva.

Durante los ocho primeros siglos de redacción de la Biblia, el término hebreo sheol designa la morada de las personas que han muerto, buenos y malos por igual, pero en sus libros más recientes se encuentra ya una clara diferencia entre el castigo de los impíos en contraposición con la recompensa de los justos, tal como señala el libro de Daniel en su capítulo 12.

«Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno. Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad» (Daniel 12,2-3).

«Y en saliendo, verán los cadáveres de aquellos que se rebelaron contra mí; su gusano no morirá su fuego no se apagará, y serán el asco de todo el mundo» (Isaías 66,24).

Ya en el Nuevo Testamento la doctrina del infierno es mucho más clara, especialmente en la predicación de Jesús

«Después serán cadáveres despreciables, objeto de ultraje entre los muertos para siempre. Porque el Señor los quebrará lanzándolos de cabeza, sin habla, los sacudirá de sus cimientos; quedarán totalmente asolados, sumidos en el dolor, y su recuerdo se perderá. Al tiempo de dar cuenta de sus pecados irán acobardados, y sus iniquidades se les enfrentarán acusándoles» (Sabiduría 4,19-20).

Ya en el Nuevo Testamento la doctrina del infierno es mucho más clara, especialmente en la predicación de Jesús, quien amenaza a los pecadores con el castigo del infierno utilizando la figura de la gehenna.

«Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna» (Mateo 5,29)

«Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehena» (Mateo 10,28)

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que vosotros!» (Mateo 23,15).

«¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna?» (Mateo 23,33).

«Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Donde su gusano no muere y el fuego no se apaga. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga; pues todos han de ser salados con fuego.» (Marcos 9,45-49).

Abundan también el uso de expresiones como “fuego que no se apaga”, “horno de fuego”, “suplicio eterno”, “ser arrojados a las tinieblas de afuera”, “rechinar de dientes” para referirse a las penas del infierno..

«En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga» (Mateo 3,12).

«Mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes» (Mateo 8,12).

«y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes…. y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes» (Mateo 13,42.50).

Entonces el rey dijo a los sirvientes: «Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes» (Mateo 22,13)

«Entonces dirá también a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (Mateo 25,41).

«Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga» (Marcos 9,43).

«Porque es propio de la justicia de Dios el pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros, los atribulados, con el descanso junto con nosotros, cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo con sus poderosos ángeles, en medio de una llama de fuego, y tome venganza de los que no conocen a Dios y de los que no obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesús. Éstos sufrirán la pena de una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Tesalonicenses 1,6-9).

«Porque si voluntariamente pecamos después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por los pecados, sino la terrible espera del juicio y el fuego ardiente pronto a devorar a los rebeldes» (Hebreos 10,26-27).

«Pero los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda» (Apocalipsis 21,8).

«Y el diablo, su seductor, fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde están también la Bestia y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 20,10).

La parábola de Lazaro y el rico (Lucas 16) enseña como aquellos que han sido reprobados sufrirán tormento de forma eterna e irrevocable.

Las penas del infierno. Pena de daño y de sentido

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que «la pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira». Esta separación eterna de Dios o suplicio de privación, que es causada por el apartamiento voluntario de Dios que se realiza por la muerte en pecado mortal se llama “pena de daño”.

Es la pena principal del infierno porque implica la pérdida definitiva de la visión beatífica. Los condenados están irrevocablemente separados de Dios, y a esta separación es a la que hacen referencias textos como Mateo 25,41 “Apartaos de mí malditos…”, o 2 Tesalonicenses 1,9 “Éstos sufrirán la pena de una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”

La pena de sentido se refiere en cambio al tormento de los condenados causado externamente por medios sensibles. A este tormento se refieren textos bíblicos como Apocalipsis 20,10 “serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” . El “allí será el llanto y el rechinar de dientes” .

La Iglesia enseña que este suplicio sensible atormenta ahora a los demonios y a las almas de los condenados y atormentará también a los cuerpos de los condenados luego de la resurrección sin consumirlos.

El infierno en la enseñanza de los padres de la Iglesia

La Iglesia primitiva y los padres de la Iglesia creían no solo en la doctrina de la inmortalidad del alma, sino en la condenación eterna de los condenados (A excepción de Orígenes y algunos de sus seguidores que erraron al pensar que las penas del infierno eran temporales y de algunos herejes gnósticos que afirmaban que los que no se salvaran serian aniquilados (curiosamente lo que hoy creen testigos de Jehová y adventistas).

Ya los primeros símbolos de fe afirmaban la existencia de la condenación eterna, como el Símbolo de Atanasio, también llamado Quicumque, en el que se dice “los que obraron bien, irán a la vida eterna, los que mal, al fuego eterno” (Dz 40/76).

Apocalipsis de Pedro

De los textos apócrifos primitivos es uno de los más importantes, por su antigüedad (fue escrito entre el año 125 y el 150, o lo que es lo mismo a 25 a 50 años de la muerte del último apóstol), y fue tenido en gran estima por los escritores eclesiásticos de la antigüedad. Clemente de Alejandría lo considera como un escrito canónico (ver Eusebio, Historia Eclesiástica 6,14,1). Figura también en el Fragmento Muratoriano (la lista más antigua del canon del Nuevo Testamento), pero con la adición: «Algunos no quieren se lea en la Iglesia». Otros padres como Eusebio y Jerónimo lo rechazaron.

Un fragmento griego importante del apocalipsis fue hallado en Akhmin en 1886-1887 y su contenido describe visiones que incluyen la belleza del cielo y el horror del infierno y los castigos a los que son sometidos los condenados: «Y había un gran lago, lleno de cieno ardiente, donde se encontraban algunos hombres que se habían apartado de la justicia; y los ángeles encargados de atormentarles estaban encima de ellos».

Ignacio de Antioquía

Santo y Obispo de Antioquia, martirizado en Roma (devorado por los leones) en tiempos del emperador Trajano (98-117). Se conservan de él las siete cartas que escribió camino al martirio aproximadamente en el año 107.

San Ignacio habla de cómo aquellos que mueran en la impureza irán al fuego inextinguible:

«Hermanos míos, no os engañéis, los adúlteros no heredarán el Reino de Dios. Pues si los que obraron esto según la carne murieron ¡Cuánto más si corrompe en mala doctrina la fe de Dios por la que Jesucristo fue crucificado!. Éste, por ser impuro, irá al fuego inextinguible, así como el que lo escucha. Por eso el Señor tomó ungüento sobre su cabeza para inspirar a la Iglesia incorrupción. No os unjáis con la fétida doctrina del príncipe de este mundo para que no os lleve cautivos lejos de la vida que ha sido propuesta como recompensa. ¿Por qué no somos todos prudentes después de haber alcanzado el conocimiento de Dios que es Jesucristo? ¿ Por qué perecemos neciamente al desconocer la gracia que el Señor verdaderamente ha enviado? ».
Ignacio de Antioquía, Carta a los efesios, 16-17: FuP 1, 119-121.

Justino Mártir

Mártir de la fe cristiana hacia el año 165 (decapitado), es considerado el mayor apologeta del Siglo II.

«Porque entre nosotros, el príncipe de los malos demonios se llama serpiente y Satanás y diablo o calumniador, como os podéis enterar, si queréis averiguarlo, por nuestras escrituras; y que él y todo su ejército juntamente con los hombres que le siguen haya de ser enviado al fuego para ser castigado por eternidad sin término, cosa es que de antemano fue anunciada por Cristo».
Justino Mártir, Apología I, 28; BAC 116, 209-210.

«Y no se nos objete lo que suelen decir los que se tienen por filósofos, que no son más que ruido y espantajos lo que nosotros afirmamos sobre el castigo que los inicuos han de sufrir en el fuego eterno»
Justino Mártir, Apología II, 9; BAC 116, 271.

Martirio de Policarpo

Es una carta de la Iglesia de Esmirna a la comunidad de Filomenio donde se narra el martirio de San Policarpo, discípulo directo del apóstol San Juan y obispo de Esmirna.

«Fiándose de la gracia de Cristo, despreciaban los tormentos terrenos, librándose del castigo eterno, por medio de una hora. El fuego de los crueles verdugos les era indiferente, pues tenían ante sus ojos el escapar del (fuego) eterno que nunca se apaga, y contemplaban con los ojos de su corazón los bienes que aguardan a los que sufren pacientemente, los cuales ni el oído oyó, ni el ojo vio, ni al corazón del hombre subieron, pero el Señor se los mostró a ellos, porque ya no eran hombres, sino ángeles».
Martirio de Policarpo, 2, 3-4: FuP 1,251.

Discurso a Diogneto

Es un breve tratado apologético dirigido a alguien llamado Diogneto quien al parecer había preguntado algunas cosas que le llamaban la atención sobre las creencias y modo de vida de los cristianos: Es de autor desconocido y se estima fue compuesto a finales del siglo II

«Entonces, estando en la tierra, contemplarás que Dios ejerce su gobierno en los cielos; entonces comenzarás a hablar de los misterios de Dios; entonces amarás y admirarás a los que son torturados por no querer negar a Dios; entonces condenarás el engaño y el error del mundo, cuando conozcas la vida verdadera del cielo, cuando desprecies lo que aquí parece ser la muerte, cuando temas la verdadera muerte reservada a los condenados al fuego eterno, castigo definitivo de quienes sean entregados. Entonces admirarás y considerarás bienaventurados a quienes soportan el fuego terreno por causa de la justicia, cuando conozcas aquel fuego…».
Discurso a Diogneto, 10,7-8: BPa 52, 568.

Atenágoras

Reconocido apologeta cristiano primitivo del siglo II.

«Porque si creyéramos que no hemos de vivir más que la vida presenta, cabría sospechar que pecáramos sometidos a la servidumbre de la carne y de la sangre, o dominados por el lucro y el deseo; pero sabiendo como sabemos que dios vigila nuestros pensamientos y nuestras palabras de noche como de día, y que El es todo luz y mira aun dentro de nuestro corazón; creemos que, salidos de esta vida, viviremos otra mejor, a condición de que permanezcamos con Dios y por Dios inquebrantables y superiores a las pasiones, con alma no carnal, aun en la carne, sino con espíritu celeste; o cayendo con los demás nos espera vida peor en el fuego (porque Dios no nos creó como rebaños o bestias de carga, de paso, y sólo para morir y desaparecer); con esta fe, decimos, no es lógico que nos entregamos voluntariamente al mal y nos arrojemos a nosotros mismos en manos del gran juez para ser castigados».
Atenágoras, Legación a favor de los cristianos, 31: BAC 116,701-702.

Ireneo de Lyon

Fue consagrado obispo de Antioquia por las mismas manos de San Pedro y San Pablo San según San Crisóstomo (aunque las Constituciones Apostólicas afirman que Pedro consagró a Evodio y Pablo a Ignacio). Eusebio de Cesárea afirma (HE III,22) que sucedió a Evodio (primer obispo de Antioquia) y en su Crónica fija el tiempo de su episcopado entre el ano primero de Vespasiano (70 d.C.) y el décimo de Trajano (107 d.C.).

«En el Nuevo Testamento [1062] creció la fe de los seres humanos en Dios, al recibir al Hijo de Dios como un bien añadido a fin de que el hombre participara de Dios. De modo semejante se incrementó la perfección de la conducta humana, pues se nos manda abstenernos no sólo de las malas obras, sino también de los malos pensamientos (Mt 15,19), de las palabras ociosas, de las expresiones vanas (Mt 12,36) y de los discursos licenciosos (Ef 5,4): de esta manera se amplió también el castigo de aquellos que no creen en la Palabra de Dios, que desprecian su venida y se vuelven atrás, pues ya no será temporal sino eterno. A tales personas el Señor dirá: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno» (Mt 25,41), y serán para siempre condenados. Pero también dirá a otros: «Venid, benditos de mi Padre, recibid en herencia el reino preparado para vosotros desde siempre» (Mt 25,34), y éstos recibirán el Reino en el que tendrán un perpetuo progreso. Esto muestra que uno y el mismo es Dios Padre, y que su Verbo siempre está al lado del género humano, con diversas Economías, realizando diversas obras, salvando a quienes se han salvado desde el principio -es decir, a aquellos que aman a Dios y según su capacidad siguen a su Palabra-, y juzgando a quienes se condenan, o sea a quienes se olvidan de Dios, blasfeman y transgreden su Palabra.”
San Ireneo, Contra los herejes IV,28,2.

Tertuliano

Estrictamente hablando Tertuliano no es considerado un padre de la Iglesia, sino un apologeta y escritor eclesiástico, ya que al final de su vida cae en herejía abrazando el montanismo. Sin embargo fue muy leído antes de su abandono de la Iglesia Católica. Tanto en su periodo ortodoxo como en su periodo herético tenemos en Tertuliano un testigo sin igual que nos informa sobre la práctica primitiva de la penitencia en la Iglesia.

Cuando escribe De paenitentia (aproximadamente en el año 203 d.C. siendo todavía católico). Habla aquí de una segunda penitencia que Dios «ha colocado en el vestíbulo para abrir la puerta a los que llamen, pero solamente una vez, porque ésta es ya la segunda», pero para quienes rechazan esta penitencia describe la condenación eterna en el infierno, castigo de quienes no quisieron arrepentirse y confesar sus pecados.

«Si rehúsas la penitencia pública, medita en tu corazón acerca de la gehena que para ti ha de ser extinguida mediante la penitencia. Imagínate ante todo la gravedad de la pena, a fin de que no vaciles en asumir el remedio. ¿Cómo debemos considerar esta caverna del fuego eterno, cuando a través de algunas de sus chimeneas se producen tales erupciones de vigorosas llamas, que han hecho desaparecer las ciudades cercanas o están a la espera de que esto les ocurra cualquier día? Montes altísimos saltan hechos pedazos a causa del fuego que encierran, y resulta para nosotros un indicio de la perpetuidad de este fuego el hecho de que, por más que estas erupciones quebranten y destrocen las montañas, nunca cesa esta actividad. ¿Quién ante estas conmociones de los montes podrá dejar de considerarlas como un indicio del amenazante juicio? ¿Quién podrá pensar que tales llamaradas no sean una especie de armas arrojadizas que provienen de un fuego colosal e indescriptible?»
Tertuliano, De la penitencia, 12: PL 1,1247.

Cipriano de Cartago

San Cipriano nació hacia el año 200, probablemente en Cartago, de familia rica y culta. Se dedicó en su juventud a la retórica. El disgusto que sentía ante la inmoralidad de los ambientes paganos, contrastado con la pureza de costumbres de los cristianos, le indujo a abrazar el cristianismo hacia el año 246. Poco después, en 248, fue elegido obispo de Cartago. Al arreciar la persecución de Decio, en 250, juzgó mejor retirarse a un lugar apartado, para poder seguir ocupándose de su grey.

«Que gloria para los fieles habrá entonces, qué castigo para los no creyentes, qué dolor para los infieles no haber querido creer en otro tiempo en este mundo y no poder volverse ahora atrás y creer. La gehena siempre en llamas y un fuego devorador abrasará a los que allí vayan, y no tendrán descanso sus tormentos ni fin en ningún momento. Serán conservadas las almas con los cuerpos para sufrir con inacabables suplicios. Allí veremos siempre al que aquí nos miró por un tiempo, y el breve placer que tuvieron los ojos crueles en las persecuciones será contrapesado por el espectáculo sin fin, según el testimonio de la Sagrada Escritura, cuando dice> Su gusano no morirá, y su fuego no se extinguirá, y servirán de espectáculo a todos los hombres..Entonces será baldío el arrepentimiento, vanos los gemidos y sin eficacia los ruegos. Tarde creen en la pena eterna los que no quisieron creer en la vida eterna».

Cipriano, A Demetriano, 24: BAC 241, 292-293.

Es evidente que las obras son la causa de que uno acabe por ser condenado al suplicio, puesto que somos nosotros mismos los que nos disponemos para ser merecedores de la combustión, de modo que los vicios del alma son como chispas de fuego que producimos para encender las llamas de la gehena

Basilio de Cesárea

Santo y padre de la Iglesia. Nació en una familia profundamente cristiana Su abuelo materno había sufrido el martirio. Su padre, junto a una verdadera piedad, transmitió a los diez hijos una sólida formación doctrinal. En el 364 fue ordenado sacerdote, y seis años más tarde sucedió a Eusebio como Obispo de Cesarea, metropolitano de Capadocia, y exarca de la diócesis del Ponto. Falleció en el año 379.
Dedicó sus mayores energías a defender la doctrina católica sobre la consubstancialidad del Verbo, definida solemnemente en el Concilio de Nicea (año 325).

«Es evidente que las obras son la causa de que uno acabe por ser condenado al suplicio, puesto que somos nosotros mismos los que nos disponemos para ser merecedores de la combustión, de modo que los vicios del alma son como chispas de fuego que producimos para encender las llamas de la gehena, como en el caso de aquel rico que se quemaba en el fuego de sus propios placeres que lo abrasaban. En efecto, la intensidad del fuego devorador será mayor o menor, según sean los dardos lanzados sobre cada uno por el maligno».
Basilio de Cesárea, Comentario a Isaías 1,64: PG 30,229

“…no está presente en el infierno quien alabe, ni en el sepulcro quien se acuerde de Dios, porque tampoco está presente el auxilio del Espírito. ¿Cómo se puede, pues, pensar que el juicio se efectúa sin el Espíritu Santo, siendo así que la Palabra muestra que él mismo será también la recompensa de los justos cuando, en vez de las arras, se entregue a la totalidad, y que será la primera condenación de los pecadores cuando se les despoje de lo mismo que parecían tener?
Basilio de Cesárea, El Espíritu Santo, 16,40: BPa 32,175-176.

Gregorio Nacianceno

Arzobispo de Constantinopla y Doctor de la Iglesia, nacido en Nacianzo, Capadocia en el año 329, y fallecido en el 389. Célebre por su elocuencia y por su lucha en su colaboración en la lucha contra el arrianismo, junto con padres como San Basilio y San Gregorio de Nicea. Es reconocido como uno de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia Griega.

“Conozco el temblor, la agitación, la inquietud y el quebranto del corazón, la vacilación de las rodillas y otras penas semejantes con que son castigados los impíos. Voy a decir, en efecto, que los impíos son entregados a los tribunales de la otra vida por la justicia parsimoniosa de este mundo, de modo que resulta preferible ser castigados y purificados ahora, que ser remitidos a los suplicios del más allá, cuando sea ya el tiempo del castigo y no de la purificación”
Gregorio Nacianceno, Discursos, 16,7: PG 35,944.

Gregorio de Nisa

Nacido entre el 331 al 335 d.C. Fue consagrado obispo en el 371 y fallece en el 394.

Gregorio de Nisa también habla repetidas veces del “fuego inextinguible” y de la inmortalidad del “gusano” de una sanción eterna y amenaza al pecador con sufrimientos eternos y eterno castigo, sin embargo, al igual que Orígenes cae en el error de pensar que las penas del infierno no eran eternas.

“Y la vida dolorosa de los pecadores tampoco tiene comparación con las sensaciones de los que sufren acá. Pero incluso en el caso de que se aplique a algún castigo de allá el nombre con que se le conoce acá, la diferencia no es pequeña. Efectivamente, al escuchar la palabra fuego, has aprendido a pensar algo distinto del fuego de acá, porque en él se encuentra una cualidad que no hay en éste: aquel, efectivamente, no se extingue, mientras que éste de acá puede ser extinguido por los múltiples medio que enseña la experiencia, y la diferencia es grande entre un fuego que se extingue y otro que es inextinguible. Por tanto, es otro, y no el mismo que el de acá. Y también cuando uno oye la palabra gusano, que por la semejanza del nombre no se deje arrastrar a pensar que este animalito terrestre, porque la añadidura del calificativo «eterno» supone que se ha de pensar en otra naturaleza diferente de la que conocemos”.
Gregorio de Nisa, La Gran Catequesis, 40, 7-8: bPa 9, 139.

Jerónimo

Reconocido como uno de los cuatro Doctores originales de la Iglesia Latina. Padre de las ciencias bíblicas y traductor de la Biblia al latín. Presbítero, hombre de vida ascética, eminente literato. Nació en el año 347 y murió en el 420.

“Son muchos los que dicen que en el futuro no habrá suplicios por los pecados ni se les aplicarán castigos que vengan del exterior, sino que la pena consistirá en el pecado mismo, y en el tener conciencia del delito, no muriendo el gusano en el corazón y ardiendo el fuego en el alma, de un modo semejante a la fiebre, que no atormenta al enfermo desde fuera, sino que, apoderándose de los cuerpos, castiga sin emplear ningún instrumento externo de tortura. Estas persuasiones son lazos fraudulentos, palabras vacuas y sin valor, que deleitan como flores a los pecadores, pero que les infunden una confianza que les conduce a los suplicios eternos”
Jerónimo, Comentario a la Carta a los efesios, 3,5,6: PL 26, 522.

Juan Crisóstomo

Santo, Patriarca de Constantinopla y Doctor de la Iglesia, nacido en Antioquía, Siria en el año 347, es considerado uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia de Oriente. En la Iglesia Ortodoxa griega es reconocido como uno de los más grandes teólogos y uno de los tres Pilares de la Iglesia, juntamente con San Basilio y San Gregorio.

San Juan Crisóstomo da una explicación detallada de la diferencia entre la pena de daño y de sentido, y de cómo la primera es la principal pena del infierno por implicar la separación definitiva de Dios.

“La doble pena del infierno: El fuego y la privación de Dios
Aparentemente no hay aquí más que un solo castigo, que es el ser quemado por el fuego; sin embargo, si cuidadosamente lo examinamos, veremos que son dos, porque el que es quemado es juntamente desterrado para siempre del reino de Dios. Y este castigo es más grave que el primero. Ya se que muchos sólo temen al fuego del infierno, pero yo no vacilo en afirmara que la pérdida de la gloria eterna es más amarga que el fuego mismo. Ahora, que eso no lo podamos expresar con palabras, nada tiene de extraño, pues tampoco sabemos la naturaleza de los bienes eternos para podernos dar cabal cuenta de la desgracia que es vernos privados de ellos….Cierto, insufrible es el infierno y el castigo que allí se padece. Sin embargo, aun cuando me pongas mil infiernos delante, nada me dirás comparable con la perdida de aquella gloria bienaventurada, con la desgracia de ser aborrecido de Cristo, de tener que oír de su boca «no te conozco». De que nos acuse de que le vimos hambriento y no le dimos de comer. Mas valiera que mil rayos nos abrazaran, que no ver aquel manso rostro que nos rechaza, y que aquellos ojos serenos no pueden soportar mirarnos”
Juan Crisóstomo, Homilías sobre Mateo 23,8 BAC 141, 489-491.

Agustín de Hipona

Obispo de Hipona y doctor de la iglesia, es reconocido como un de los cuatro doctores mas reconocidos de la Iglesia Latina. Nació en el 354 y llegó a ser obispo de Hipona durante treinta y cuatro años. Combatió duramente todas las herejías de la época y murió el año 430

“Habéis oído, pues, en el Evangelio que hay dos vidas: una presente, otra futura. La presente la poseemos: en la futura creemos. Nos encontramos en la presente; a la futura aún no hemos llegado. Mientras vivimos la presente, hagamos méritos para adquirir la futura, pues aún no hemos muerto. ¿Acaso se lee el Evangelio en los infiernos? Si de hecho fuera así, en vano le oiría el rico aquel, porque no podría haber ya penitencia fructuosa. A nosotros se nos lee aquí y aquí lo oímos, donde, mientras vivimos, podemos ser corregidos para no llegar a aquellos tormentos.”
Agustín de Hipona, Sermón, 113-A, 3: BAC 441, 829-830.

“Por esto que sucede aquí, pudiera el entendimiento del hombre hacerse una idea de lo que nos está reservado en lo por venir. Sin embargo, ¡qué gran desproporción! Vive, no quiere morir; de ahí el amor a la vida inacabable, al querer vivir, al no querer morir nunca. Con todo eso, los que hayan de ir a las torturadoras penas del infierno han de querer morir y no podrán“
Agustín de Hipona, Sermón 127, 2: BAC 443, 106-107.

Gregorio Magno

Papa y doctor de la Iglesia, es el cuarto y último de los originales Doctores de la Iglesia Latina. Defendió la supremacía del Papa y trabajó por la reforma del clero y la vida monástica. Nació en Roma alrededor del año 540 y murió en el 604.

“Si a los buenos les va mal y a los malos bien, quizá se deba a que los buenos, si pecaron en algo, reciben aquí el castigo para ser plenamente librados de la condena eterna, mientras que los malos encuentran aquí la recompensa por el bien hecho en esta vida a fin de que en la futura sólo sufran tormentos”.
Gregorio Magno, Libros morales, V, : BPa 42, 300.

Definiciones del Magisterio de la Iglesia

En el Concilio Lateranense IV (año 1215) se define la existencia del infierno y la eternidad de las penas. Lo mismo en los Concilios de Lyon II (año 1274), y Florencia (año 1439) en donde se declara que la condenación eterna comienza inmediatamente después de la muerte.

La Bula Benedictus Deus del Papa Benedicto XVI (año 1336) leemos: «Definimos que, según la disposición general de Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal actual descienden, después de su muerte, al infierno, donde son atormentados con penas infernales» (Dz 531; cf. Dz 429, 464, 693, 835, 840)

El Magisterio reciente a confirmado la doctrina de la Iglesia sobre el infierno expresamente en el Concilio Vaticano II en su Constitución Dogmática sobre la Iglesia, nos exhorta a velar para entrar en la vida y apartarnos del castigo eterno: «Y como no sabemos ni el día ni la hora, por aviso del Señor, debemos vigilar constantemente para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena» (cf. Hb 9,27), si queremos entrar con El a las nupcias merezcamos ser contados entre los escogidos (cf. Mt 25,31-46); no sea que, como aquellos siervos malos y perezosos (cf. Mt 25,26), seamos arrojados al fuego eterno (cf. Mt 25,41), a las tinieblas exteriores en donde «habrá llanto y rechinar de dientes» (Mt 22,13-25,30).

Lo mismo el Papa Pablo VI: «los que los rechazaron (el amor y la piedad de Dios) hasta el final, serán destinados al fuego que nunca cesará» (Pablo VI, Profesión de fe, AAS 60 (1968) 444.



Este artículo apareció por primera vez aquí el  2 de abril de 2018.

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