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El mundo digital y nuestros niños

No creo que sorprenda a nadie que estos tiempos puedan ser calificados de tiempos de obsesión cibernética. A una velocidad mayor a la imaginada por los más avanzados de los novelistas de la ciencia-ficción, nuestra sociedad se está viendo envuelta y atenazada por el manto de acero y silicio de la tecnología electrónica.
El mundo digital y nuestros niños

El autor del blog de libros padres e hijos deja una interesante reflexión sobre los niños y el uso de la tecnología.

Miguel Sanmartin Fenollera

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«Cuando el pasado ha dejado de iluminar el futuro, el espíritu camina en las tinieblas» A. de Tocqueville, La democracia en América.

Hace unos días leía en Intramed (el primer y más importante portal de noticias para la comunidad medica en castellano), una noticia que comentaba un estudio reciente publicado en la prestigiosa revista Pediatrics, según el cuál los libros impresos fomentan una mejor interacción entre padres y niños pequeños que los libros electrónicos

Este es uno más de los múltiples estudios científicos que, de un tiempo a esta parte, no dejan de llamar nuestra atención sobre las desventajas y peligros de las pantallas frente a las bondades de la clásica lectura ––y escritura–– en papel.

No creo que sorprenda a nadie que estos tiempos puedan ser calificados de tiempos de obsesión cibernética. A una velocidad mayor a la imaginada por los más avanzados de los novelistas de la ciencia-ficción, nuestra sociedad se está viendo envuelta y atenazada por el manto de acero y silicio de la tecnología electrónica. Comenzando por la televisión, pasando por el teléfono móvil, las tablets, los ordenadores portátiles y acabando en el internet, la vida del hombre se deslaza, a velocidad de vértigo, de la contemplación de las auroras incandescentes y los verdes prados a la visión intermitente de pantallas que dan entrada a los mundos fríos e inhumanos de la llamada realidad virtual. 

La infancia y la enseñanza asociada a tal estadio no han podido escapar a tal influjo. La diosa tecnología así lo exige y, tal como antaño se ofrecieron niños como sacrifico a entelequias de inspiración demoníaca como Baal, así ha de hacerse ahora.

Este nuevo sacrificio humano, a semejanza de otros aún más evidentes que nos asolan (véase el aborto), está pasando ante nosotros acompañado de un terrible silencio, bajo las miradas impávidas e indiferentes de la mayoría de los hombres. La tragedia es que pocos se dan cuenta de lo que acontece. 

Para disfrazar tal horrendo sacrificio, se argumenta a favor de esta fascinadora tendencia que, tal cual el mundo comienza a disfrutar de las innumerables ventajas de tan maravillosa tecnología (es ya preso y cautivo de la misma, diría yo), los futuros hombres que en el habiten deberán hacerse a esa nueva realidad. Así los «nativos digitales» (pues así se les denomina), habrán de ser otro tipo de hombre (no importa cual, no importa cómo y en qué manera, no importa a qué precio, así como tampoco el grado de deshumanización que tal adaptación pueda traer consigo) y, consecuentemente, habrán de formarse inmersos en esa tecnología, empapados de esa tecnología, atrapados en esa tecnología, y ello desde su más tierna infancia.

Ocurre, como ha venido ocurriendo con todos los sueños megalómanos de los hombres, que este también es falso. Y como ha venido sucediendo a lo largo de la Historia, quién pagará el precio del error serán otros, en este caso nuestros hijos y nietos; no aprenderán más, sino menos y no serán mejores, sino peores hombres.  

Tamaño asalto se lleva a cabo en dos grandes frentes: la educación y el entretenimiento.

Desde hace más o menos una década la educación (tanto en el aula como en el hogar) ha venido resistiendo los asaltos de un mundo continuamente alterado por la innovación tecnológica.

Perdidas sus herramientas esenciales en una absurda carrera en pos de un hombre rousseauniano e irresponsable, la educación ha pasado a ser un sistema ineficiente, objeto de múltiples ataques en los que se le acusa de arcaico y anticuado; así se le reprocha que está más equipado (mal equipado, diría yo) para transmitir el patrimonio del pasado que para preparar a nadie para el futuro. Esta percepción impuesta por los medios de comunicación es, por supuesto, en su mayor parte falsa (desgraciadamente, no en cuanto a su ineficiencia).

Porque lo cierto es que la ecuación «niño + TIC = mayor y mejor aprendizaje», no ha funcionado

Prácticamente es imposible encontrar algún estudio científico serio que avale este enfoque, y por el contrario, son numerosos aquellos otros que destacan la inutilidad e incluso inconveniencia de estos métodos, afirmando su inanidad a los efectos pretendidos.

De hecho el último informe de la OCDE (aunque, como todo organismo perteneciente a la ONU, me levanta suspicacias), Students, Computers and Learning (Informe de la OCDE), llega a conclusiones desoladoras para los entusiastas de la colonización digital, primando una educación basada en la lectura y la escritura manual sobre otra basada preferentemente en las TIC y señalando que la mejor forma de preparar al alumno para el mundo digital no consiste en facilitarle el acceso a servicios y dispositivos de alta tecnología, sino en potenciar la lectura y las matemáticas. Se cae de esta manera el principal argumento de los «digitalistas».

Como reacción a estos decepcionantes resultados, los más racionales de los «digitalistas» se refugian en una clásica excusa que no comparto (por lo que diré más adelante), pero que al menos se asienta en criterios de prudencia; de esta manera, arguyen que estos catastróficos resultados son causados, no por la inadecuación del medio en sí para la enseñanza y formación de los infantes, sino a que estamos en un estadio muy prematuro de su desarrollo, no siendo por el momento, ni los programas, instrumentos y métodos los adecuados, ni la formación del profesorado suficiente, debiendo continuarse en este desarrollo y reteniendo para más adelante su implantación general (postura esta que recuerda a la siempre mantenida por los adictos al socialismo al respecto de las catastróficas y atroces puestas en acción de tal doctrina).

Finalmente, no deja de ser una gráfica y muy expresiva confirmación de lo ya señalado (y a un tiempo, de la innecesaridad de ese madrugador contacto con la tecnología), la actitud que, ante el uso de estas tecnologías como medio principal de aprendizaje de los niños, adoptan quienes las inventan y desarrollan (incluido el gurú Steve Jobs); el argumento: que precisamente ellos se esfuerzan en desarrollar tecnologías muy sencillas que puedan ser usadas por cualquiera, por lo que no hay razón por la cual los niños no puedan aprenderlas cuando sean adultos

El segundo frente de batalla es el que se ocupa del juego, esa actividad tan fundamental en el desarrollo sano y natural del niño. De esta forma, nos encontramos con los posibles riesgos que, para la salud y el correcto desarrollo de los niños, puede encerrar el uso continuado y abusivo de los medios electrónicos cuando son usados como principal foco de distracción y entretenimiento del niño.  

Cuestión aparte de los problemas de salud física que el sedentarismo asociado a esta tecnología está causando (problemas de obesidad, falta de desarrollo muscular, coordinación motora, etc.), la irrupción de las TIC en el mundo infantil se hace notar en aspectos psicológicos, mentales y de socialización. Existen numerosos estudios que alertan de estos peligros: Pérdida del sentido de relevancia, superficialidad en el pensamiento y reducción de la memoria de largo plazo, problemas de falta de atención, adicciones, aumento de consumo y producción de pornografía, incremento alarmante de conductas de acoso escolar a través de móviles y ordenadores, deshumanización del aprendizaje, etc. (véase Estudio de la Universidad de StanfordEstudio sobre la diferencia entre leer on-line y leer en papelEstudio sobre la diferencia entre escribir en ordenador y escribir a manoProblemas de leer en on-line con la memoria).

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El panorama previamente expuesto es alarmante. Pero tan alarmante como el riesgo comentado es la falta de reacción ante el mismo.

Si bien el mayor y más organizado asalto cibernético proviene de los medios gubernamentales y de las grandes multinacionales de la información y el entretenimiento, y su reflejo más notorio acontecen en el seno de muchas aulas (preferentemente en las públicas, pero ya está dejándose sentir en muchas de las privadas), lo cierto es que esta deriva no es solo, ni en su mayor parte, a causa de lo que sucede en aquellas; todavía hay muchos Colegios que alertan de estos peligros y que se resisten a la adopción de estos métodos, que consideran ineficientes y peligrosos.

Y es que la gravedad del problema se agudiza por otra causa; me refiero a la dejación de funciones y al abandono de su responsabilidad por parte de los padres. Suena fuerte, lo sé, y muy probablemente muchos de los que lean esto no se sientan identificados, de lo cual me alegraré mucho, pero lo cierto es que esta es la dura realidad: padres que se desentienden o, peor aún, que fomentan en sus hijos un uso intensivo y en muchos casos descontrolado de estos artefactos, con lo que, no solo ponen en peligro a sus pequeños, sino también (por causa de la presión social que sufren los demás niños) a aquellos otros cuyos padres, con muchas dificultades, pero sabiamente, tratan de ponerlos a salvo. Y esto es algo muy lamentable, porque es algo que los propios padres podríamos remediar si actuáramos juntos.

Solo se trata de hacerlo, aunque sin duda no será fácil.

CINCO VIEJAS ADVERTENCIAS SOBRE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS

Hace casi 25 años, a finales de los años 90 del pasado siglo, el discípulo aventajado de Marshall Macluhan, Neil Postman, puso sobre la mesa cinco advertencias al respecto del cambio tecnológico digital que comenzaba entonces su desarrollo y que hoy impera sobre nosotros. Postman lo hizo en el curso de una charla que dictó en un Congreso Internacional sobre Nuevas Tecnologías y Persona Humana, celebrado en Denver en 1998, pero no pudo comprobar si sus premoniciones eran acertadas, pues murió en los albores de este siglo, en el año 2003. Y si bien creo que no estuvo desacertado, probablemente se quedó corto.

Partiendo de tal precedente, me he permitido la licencia de adaptar tales advertencias, sorprendentemente lúcidas, al tema de la infancia y al de la dictadura tecnológica y digital que, con nuestro inconsciente consentimiento, tiene sometida a aquella.

Primera Advertencia. Postman la define del siguiente modo: «Todo cambio tecnológico implica un compromiso. (…). La tecnología da y la tecnología quita». No podemos reparar solo en aquello que la tecnología parece dar a nuestros hijos, en esa deslumbrante magia que nos asombra tanto a nosotros como a ellos. Porque, a cambio, se nos pasará al cobro –si no está pasándose ya– el correspondiente precio. Y este precio adquiere la forma de problemas de concentración, destrucción de la imaginación y muerte de la poética, y por si esto fuera poco, también de alejamiento de la realidad. Hagan pues un balance de perdidas y ganancias, y decidan en consecuencia. Porque, como concluye Postman, «la cultura paga un precio por la tecnología que incorpora».

Segunda Advertencia. Neil Postman escribió que debemos ser conscientes de que la tecnología favorece a algunos y perjudica a otros. Por tanto, que siempre habrá vencedores y vencidos en los cambios tecnológicos. Así, en esta era de la información en la que han nacido y están creciendo nuestros hijos, los padres deberemos preguntarnos a qué grupo pertenecen los pequeños, si al de los que sacan provecho o al de los que sufren daños. Yo no albergo dudas al respecto: sin cuidado y supervisión, abandonados a su suerte, al albur de aquello que reciban sin barreras ni controles a través de sus teléfonos, ordenadores y demás artefactos, los niños –y su inocencia––, llevan siempre las de perder. 

Tercera Advertencia. Marshall McLuhan, el maestro de Postman, nos dejó una famosa y enigmática frase: «El medio es el mensaje». De acuerdo con esta idea, nuestro autor afirma que «toda tecnología incorpora una filosofía que es expresión de cómo ella nos hace usar nuestra mente, de en qué medida nos hace usar nuestros cuerpos, de cómo codifica nuestro mundo, de cuáles de nuestros sentidos amplifica, y de cuáles de nuestras emociones y tendencias intelectuales desatiende». No hace falta mucho discernimiento ni estudio para apercibirse de, a qué cosas atiende este nuevo mundo cibernético y digital (lo aparente, lo superficial, lo sentimental, lo histriónico, lo virtual), y qué cosas arrincona (lo racional, lo profundo, lo tradicional, lo bello, lo real).  

Cuarta Advertencia. Postman dice: «Hemos de saber que el cambio tecnológico no es aditivo, es ecológico. (…). Un nuevo medio no añade algo, lo cambia todo». Esta observación nos empuja a ser cautos y a averiguar qué transformaciones trae consigo cualquier novedad antes de abrazarla incondicionalmente. Y más tratándose de niños, cuya inocencia y bienestar están bajo nuestro cuidado. «Las consecuencias del cambio tecnológico siempre son amplias, a menudo impredecibles y en su mayor parte irreversibles», nos dice Postman, y en este caso, algunos de sus efectos son ya notorios, pero otros solo estamos empezando a vislumbrarlos, y lo que vamos sabiendo no es alentador.

Quinta y última advertencia. El sociólogo norteamericano nos termina advirtiendo que habremos de mitigar nuestro entusiasmo por la tecnología, pues este fácilmente podría volverse una forma de idolatría. La tecnología no es parte de un plan divino sino el producto de la creatividad humana, y por lo tanto no deberemos bajar nunca la guardia, pues la amenaza que nace de nuestro orgullo y de nuestra capacidad para el mal, estará ahí, latente o presente, pero estará ahí, incrustada en el uso dado a esa tecnología.

Visto todo ello, algunos de entre ustedes pensarán para sus adentros: «todas las advertencias que nos muestra usted sobre las tecnologías digitales parecen razonables, pero son igualmente aplicables a la tecnología que tanto defiende, pues también en su día sufrimos un cambio revolucionario de mano de la imprenta. ¿Hay acaso alguna diferencia entre una y otra?». La respuesta ante tan buena pregunta es que sin duda existe una diferencia. Una diferencia que radica no solo en la disparidad ontológica que hay entre la imagen y la palabra, centros neurálgicos de una y otra tecnología, sino, a mayores, de la tiranía que la primera –la imagen– ejerce sobre nuestras vidas a través del mal uso que estamos haciendo de las nuevas tecnologías, y del desprecio que estamos dando a los beneficios que la segunda –la palabra–, nos sigue ofreciendo a través de los libros.

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