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El pecado de liberalismo: Pecado de Europa y del mundo

Puntos doctrinales sobre la Realeza Social de Cristo.

El Papa León XIII habla con estas palabras de una de las consecuencias del liberalismo: «Es incalculable el número de almas que se condenan a causa de las condiciones que los principios del Derecho Moderno establecen en los Pueblos». Por ejemplo, del mal causado por la sola libertad de prensa. Cuántas almas se corrompen por la lectura de malos periódicos, las publicaciones inmorales e impías que abundan en todos los países. Cuántas almas se condenan para siempre a causa de la protección que concede el derecho a todas las publicaciones literarias, científicas, etc. Cuántas almas que ya se han condenado en este momento, no se hubiesen condenado si no existiese esta maldita libertad de prensa. Lo mismo se diga de la libertad de enseñanza. Y no es otra cosa sino esta libertad absoluta que benévolamente se concede a los que inventan los desórdenes, la que les permite enseñar sus doctrinas y corromper los espíritus.


 

NOVENA LECCIÓN

El pecado de liberalismo: Pecado de Europa y del mundo

 

68. El Liberalismo, ¿es un pecado?

Por supuesto que sí. Se deben tener en cuenta las buenas intenciones, la falta de conocimientos y el ambiente actual, los cuales disminuyen la responsabilidad; pero si consideramos en sí mismas las cosas, el liberalismo es un pecado de la inteligencia.

 

69. ¿Cómo debe entenderse este pecado de la inteligencia?

Acuérdese de lo que se ha dicho, al responder a la pregunta 18. El pecado que en ese lugar se señalaba es un pecado de la inteligencia. Este pecado, que es el Liberalismo, significa una injusticia e injuria suprema para con Dios, pues en la Declaración de los Derechos del hombre y en las libertades que de ahí se derivan, el hombre se sustituye a Dios.

Las cosas han ocurrido así. Según los principios y el derecho modernos, sólo el hombre puede y debe hallarse en donde Dios -por el hecho de ser Dios- debe estar. Siendo el Creador y Dueño absoluto, por la misma naturaleza de las cosas, es Dios de la conciencia individual, lo mismo que de la Sociedad, de las Naciones y del Universo. Pero suprimiéndolo a Él, el espíritu humano pone en su lugar al hombre y al pensamiento humano, en tanto que sustituto de Dios, esto es, deificado, como dueño absoluto y árbitro de su destino personal y social, nacional, internacional y mundial.

El hombre es y se declara el maestro. Y si en su sabiduría lo cree oportuno, se someterá a los que en su pensamiento cree ser «Dios», «Cristo», «la Iglesia», sin que esto le estorbe, porque él es el dueño de su conciencia. Pero no es lo mismo en cuanto a introducir a este Dios y a su Iglesia en la Sociedad y los Estados.

Por el hecho de que el hombre sustituye a Dios, cualquiera que quiera devolver a Dios el lugar que le corresponde, se convierte en enemigo del hombre, el cual es dueño del Universo y del Orden Social. Por la fuerza, Dios es un usurpador. La Iglesia una usurpadora. Todo esfuerzo por parte de la Iglesia en cumplir su misión en el Orden Social, inevitablemente es una intromisión clerical en la Sociedad. La laicización general y universal es algo necesario. Se laiciza al individuo. En él se quiere únicamente reconocer una grandeza humana, hecha de principios naturales de humanidad, justicia, bondad, etc. Todas las instituciones sociales deben ser laicizadas: los Estados, las Constituciones de los Pueblos y su legislación, los Gobiernos, los Parlamentos, los Senados, todo organismo oficial, toda institución pública e incluso las instituciones privadas desde el momento en que entren en relación con un organismo oficial deben estar marcadas del solo carácter humano.

La huella sobrenatural queda borrada en todos los planes. No debe existir el orden sobrenatural. Si la Iglesia sobrevive a causa de la voluntad de los individuos, lo más que puede ser, es una sociedad privada sin derecho público alguno. Desde el punto de vista social, sólo puede gozar de los derechos y privilegios que el hombre le otorgue. Un gobierno compuesto de individualidades católicas podrá serle favorable, pero este favor le vendrá necesariamente del hombre, el cual, en derecho, se lo concederá o negará según lo que te plazca.

En resumidas cuentas: es la injusticia suprema, pues se priva al Estado Supremo de su derecho absoluto. Es la injuria suprema, porque después de haberlo despojado injustamente, se lo declara usurpador.

 

70.  ¿Cómo desembocan las libertades modernas a esta fatal conclusión?

Ya se dijo que para el hombre moderno la única verdad que existe es el pensamiento del hombre. A causa de esto, toda Sociedad y Estado fundados en los principios de 1789 se ponen en la imposibilidad de reconocer o profesar verdad alguna; de reconocer o profesar culto alguno. Es la lógica consecuencia de las grandes libertades modernas. Nos explicamos. Pongamos corno ejemplo la libertad de enseñanza. Tal maestro enseña lo siguiente: «Dios existe»; «Jesucristo es Dios»; «La Iglesia Católica es una obra divina». Según estos principios, el Estado debe permitir esto. Tal otro maestro enseña las doctrinas contradictorias a las primeras: «Dios no existe»; «Jesucristo no es Dios»; «La Iglesia es una gran conspiración». Según los mismos principios, el Estado debe también permitir esto. Es decir, que el Estado no aprueba ni hace suyas ninguna de estas enseñanzas, ni reconoce ninguna de ellas como verdad. Debe protegerlas a todas en el mismo título constitucional y en el mismo grado.

La única verdad para él es que todos tienen la libertad de enseñanza. Desde el punto de vista estrictamente lógico, el Estado Moderno es necesariamente ateo y librepensador, porque las constituciones de los Estados son libre-pensadoras, ateas o más exactamente «sin verdad», es decir, en la práctica, contra la verdad, contra Dios.

Cuando el Estado moderno se halla ante una verdad realmente existente, por ejemplo la verdad primera: Dios, ¿cuál debe ser su actitud bajo pena de renunciar a sus principios? Es necesario que ignore que en la proposición «Dios existe» se encuentra la verdad. Es necesario que no adhiera a tal proposición. Pues si diese su adhesión proclamaría su conocimiento de la verdad y su voluntad de acuerdo. Y ni lo uno ni lo otro se le permiten. Su actitud debe ser la misma ante cada una de estas enseñanzas: «Dios existe» y «Dios no existe». Socialmente, el Estado moderno debe ignorar si existe la verdad. Debe oponerse a que una enseñanza penetre en él con el título de verdad. Esta introducción de la verdad sería una superioridad sobre el Estado y la Constitución de los países. Y eso no puede ser.

Los Estados y las Constituciones de los Pueblos deben oponerse a la acción de la Verdad para poder así seguir siendo lo que son, es decir, a-verdaderos, ateos, opuestos a todo principio que les prive del dominio y arbitrio de su propio destino, y en la práctica contra Dios, contra Cristo y contra la Iglesia. Al contrario, todo pensamiento, en tanto que pensamiento del hombre, tiene el derecho de ser enseñado. Tiene por consiguiente, el sufragio del Estado. El motivo es apremiante. El Estado sólo reconoce al hombre. El pensamiento humano y toda idea son un producto del espíritu humano. Al enseñarlos, no se introduce en la Sociedad nada que sea superior al hombre.

Que «Dios existe», «La Iglesia Católica es divina», son pensamientos que pueden ser enseñados en derecho, no porque expresen la verdad objetiva, sino porque algunos sujetos del Estado creen que estos pensamientos son buenos y de utilidad privada o pública. Al mismo título se puede enseñar que «Dios no existe» y que «La Iglesia Católica es un embuste».

De igual modo se comportará lógicamente con la enseñanza de lo concerniente al robo, el homicidio, la inmoralidad, el asesinato. Una legislación que contradiga los principios del Estado condena y ejecuta al desgraciado que llegue a los hechos, pero no prohíbe la enseñanza que conduce a esos caminos. De este modo el Estado enseña, por sus sujetos, el pensamiento de sus sujetos. Así debe ser, puesto que no conoce sino al hombre y a lo que de él proviene.

Es de este modo que los Principios y el Derecho Modernos desembocan fatalmente en una injusticia e injuria supremas para con Dios. Estos son los términos en los que se expresaba el Papa León XIII en su carta al Arzobispo de Bogotá: «Cuando se trata del modo de comportarse con la política, los católicos son solicitados por los intereses contrarios y se exasperan en violentas discordias que provienen, las más de las veces, de interpretaciones divergentes de la doctrina católica sobre el liberalismo.

...El Sumo Pontífice enseña que el principio y fundamento del liberalismo es el rechazo de la ley divina: lo que en filosofía quieren los partidarios del naturalismo o del racionalismo, en el orden moral y civil lo quieren los partidarios del liberalismo, pues introducen en las costumbres y en la práctica de la vida los principios del naturalismo. Y siendo el punto de partida de todo racionalismo la soberanía de la razón humana, que rechazando la sumisión debida a la razón divina y eterna, y pretendiendo depender solamente de ella misma, se considera a sí misma, y sólo ella, como principio supremo, fuente y juez de la verdad.

Tal es la pretensión de los que hemos llamado partidarios del liberalismo. Según ellos, no hay ningún poder divino al que deban obedecer en la práctica de la vida, sino que cada quien es su propia ley. De ahí viene esta moral que se llama independiente y que, bajo apariencia de libertad, aparta de la observancia de los preceptos divinos, dando al hombre una licencia ilimitada. Tal es el primer y más pernicioso de los grados del liberalismo, mientras que, por una parte, rechaza o, mejor todavía, destruye completamente toda autoridad y ley divina, ya sea natural o sobrenatural, por otra parte afirma que la constitución de la Sociedad depende de la voluntad de cada uno y que el poder supremo viene de la multitud como de su primera fuente».

 

71. En esta manera de obrar del liberalismo, ¿no hay una injusticia con el hombre?

Para ser completo en la respuesta sería necesario explicar el dogma de la Redención, mostrar de nuevo los derechos de Jesucristo sobre toda inteligencia y toda voluntad, y manifestar el modo en el que el liberalismo, al usurpar los derechos divinos, peca contra Jesucristo. Pero esta injusticia existe y se manifiesta de otra manera. Jesucristo, al rescatar al hombre por su Redención, adquirió derechos incontestables sobre el hombre, los cuales se convierten en Cristo en derechos del hombre. Nos explicamos: imaginemos que una cosa es necesaria a nuestra salvación; por ejemplo, para nuestra santificación es necesario que Jesucristo sea teórica y prácticamente Rey del Universo y de las almas. Tengo pues el derecho, ya que Jesucristo me lo ha adquirido, de que la Sociedad se ponga bajo su dirección. Tengo el derecho, en Jesucristo y por Jesucristo, de que la Sociedad sea cristiana y católica, de que los Estado sean católicos. Como decía Luis Veuillot en una frase célebre: «Los Pueblos tienen derecho de Jesucristo».

Este derecho es tanto más digno de respeto cuanto no le pertenece al hombre, sino en la medida en la que Jesucristo mismo se lo dio al hombre.

72.  ¿Qué actitud crean en la práctica los principios liberales en los espíritus?

El resultado directo del liberalismo es la anarquía o la tiranía. Es evidente el que la anarquía provenga del liberalismo como una consecuencia se deriva de su principio. Repitámoslo por enésima vez: según las Constituciones modernas, todos tienen derecho a pensar como quieran, y vivir como piensen. Y si el pensamiento le sirve a cada uno como línea de conducta, sin el freno de la verdad objetiva, es evidente que se va hacia el mayor desenfreno de espíritu y de obra. Por otra parte, la consecuencia fatal del liberalismo es la tiranía. Más de una vez ya hemos hecho ver que para poner freno a todos los desenfrenos del espíritu, del corazón y de la pasión, se acude a la voluntad general y se ha visto la obligación de hacer leyes, de modo que sólo la ley cree el derecho. Pero si la ley representa la voluntad general del pueblo y si este pueblo está dirigido por una voluntad mala, atea, impía, inmoral, ¿qué se puede esperar sino la tiranía? Se gobierna en nombre del Pueblo; y en nombre del Pueblo se impondrán las injusticias más alarmantes y a menudo más caprichosas, Estas son las consecuencias del liberalismo. La anarquía y el sovietismo descienden de él por línea directa. El liberalismo acaba en la base con todo orden, sea en la Sociedad que sea. 

73. Los Principios Modernos, ¿tienen alguna influencia en la salvación de las almas?

El Papa León XIII habla con estas palabras de una de las consecuencias del liberalismo: «Es incalculable el número de almas que se condenan a causa de las condiciones que los principios del Derecho Moderno establecen en los Pueblos». Dése cuenta, por ejemplo, del mal causado por la sola libertad de prensa. Cuántas almas se corrompen por la lectura de malos periódicos, las publicaciones inmorales e impías que abundan en todos los países. Cuántas almas se condenan para siempre a causa de la protección que concede el derecho a todas las publicaciones literarias, científicas, etc. Cuántas almas que ya se han condenado en este momento, no se hubiesen condenado si no existiese esta maldita libertad de prensa. Lo mismo se diga de la libertad de enseñanza. Y no es otra cosa sino esta libertad absoluta que benévolamente se concede a los que inventan los desórdenes, la que les permite enseñar sus doctrinas y corromper los espíritus.

 

74. En la teoría que acaba de explicar, ¿no es verdad que queda de nuevo condenada la distinción entre tesis e hipótesis?

Exactamente. Para darse cuenta del mal causado por el llamado liberalismo «católico» es necesario ponerse en el punto de vista que se acaba de explicar. El tranquilizar y adormecer las conciencias, no impide que el mal exista, pero sí impide que el bien se propague. 

 

 

P. Phillippe, Catecismo de la Realeza Social de Jesucristo.

 

 

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