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El restablecimiento de la cultura familiar cristiana

Se trata de crear en la casa una atmósfera sagrada que permita que los niños crezcan en un ambiente sano y santo.

La sociedad se encuentra en un estado de distorsión, comenzando por su célula: la familia. Es necesario que los padres de familia tomen nuevo impulso en esta materia y se arriesguen a luchar contra los males que enferman a la sociedad actual. Miguel Sanmartín Fenollera nos recomienda en su blog De libros padres e hijos que es urgente e importante crear «Una cultura familiar cristiana».

PorMiguel Sanmartin Fenollera

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Aidan Nichols es un padre dominico de una enorme y contrastada categoría intelectual y de una prolífica producción académica. El padre Nichols es combativo, se apoya firmemente en la tradición y no tiene miedo a defender la Verdad. Esos son, creo, argumentos de sobra para prestarle atención.

Nichols dice en alguno de sus libros (concretamente, los titulados Christendom Awake: On Re-Energising The Church In Culture (2000) y The Realm: An Unfashionable Essay on the Conversion of England (2008), cosas interesantes, tanto sobre nosotros, los padres, cuanto sobre las familias que tratamos de formar, y es por esa razón que lo traigo hoy hasta aquí. Cuando leí sus reflexiones, vi en ellas ideas que desde hacía algún tiempo pululaban sin mucha concreción en mi cabeza, aunque obviamente con muchísima mayor profundidad y acierto.

La familiaridad con la vida de los santos, en toda su vivacidad humana, es una manera inmejorable de transmitirla.

Lo primero que nos recuerda el Padre Aidan Nichols es que la cultura católica es una cultura moral. Las vidas de los santos y de otras personas ejemplares y que han sido relevantes en la historia de la Iglesia están llenas de ejemplos de las virtudes morales vividas y puestas en acción. Si la moralidad es captada sobre todo a través del ejemplo, entonces la familiaridad con la vida de los santos, en toda su vivacidad humana, es una manera inmejorable de transmitirla. «Breve iter per exempla, longum iter per praecepta» (Un breve viaje a través de ejemplos, un largo viaje a través de preceptos) que decían los antiguos pedagogos. Y la forma ideal de hacerlo es disponer en casa de libros sobre vidas de los santoslo que se conoce como género hagiográfico, los denominados Flos Sanctorum en el medievo y más antiguamente aún, Magister Vitae. Si como decía Santo Tomás, «La moral trata de la idea verdadera del hombre», los ramilletes de virtudes de que se conforman estos relatos ayudarán a los pequeños a acercarse a ese ideal, pues la virtud es, como igualmente nos dice el Doctor Angélico, «ultimum potentiae», lo máximo a que puede aspirar el hombre.

A este respecto, el padre Nichols cita el libro de Alban Butler, Vidas de Santos (1750) –un libro monumental, que es un clásico y del que hay en el mercado hispanoparlante una versión resumida y manejable–, y del que, por cierto, recomienda no la versión más reciente, donde aquellas virtudes que no encajan en nuestra cultura secular contemporánea son, en algunos casos, menospreciadas, disimuladas u olvidadas; por tanto habremos de prestar atención qué tipo de libro elegimos.

Nosotros tenemos en lengua española una larguísima tradición hagiográfica, sin que haya   necesidad de acudir a autores extranjeros como Butler (que, en todo caso, no está nada mal); así podría citar el Flos Sanctorum de las vidas de los santos (1616) de Pedro de Ribadeneyra, el no menos copioso Año Cristiano (1945) de fray Justo Pérez de Urbel y más recientemente, editada por Edelvives, la obra, también extensísima, El Santo de Cada Día (publicada hasta finales de los años sesenta. Una Obra interesante, descatalogada al igual que las otras dos, y que tenía por objeto proporcionar un haz de lecturas piadosas sobre vidas de santos, breves y amenas, con destino a un uso familiar y escolar).

En general, por causa de su naturaleza didáctica, los libros de vidas de santos son manuables y de fácil lectura, aunque ciertamente los hay más sencillos aún, adaptados a las edades más tempranas, y al respecto de los cuales destaco los libritos editados por Apostolado Mariano: están correctamente ilustrados y decentemente redactados, y dan mucho más que lo que por su precio pudiera esperarse. En todo caso, libros muy convenientes. Como decía en el prólogo a su Flos Sanctorum un hagiógrafo de postín, el conocido Alonso de Villegas, en 1578:

«Ahora, Señor, os suplico y humildemente os demando que todos los que vieren este libro, sean, leyendo en él, aprovechados de tal manera, que el sober­bio quede humilde, el codicioso liberal, el deshonesto casto, y así en otros vicios, pues contra todos hallarán aquí ejemplos de Santos que se aventajaron en virtudes a ellos contrarias. Así mismo el afligido con trabajos halle aquí consuelos, el pobre remedio, salud el enfermo, el encarcelado paciencia, el perseguido amparo, el ciego en vicios luz y claridad, y el muerto en pecados de obstinación medio para alcanzar nueva vida de gracia».

Niños Rezando delante de la imagen de la Virgen 1 - El restablecimiento de la cultura familiar cristiana

Que así sea, pues.

En segundo lugar, el padre Nichols no se olvida de que la cultura católica es una cultura devocional. Y así, alienta a las familias a vivir en su seno el amor personal de Dios, el Dios Trinitario que en su filantropía, en su bondad y amor hacia el hombre, se hizo Él mismo hombre y sufrió por nosotros para redimirnos del pecado. Por tanto los miembros de la familia deben tratar con Él cotidianamente a través de oraciones diarias en el hogar (con el rosario como referencia) y oraciones especiales en la gran liturgia estacional, cuyo calendario debe estar presente en la vida de los niños; se debe construir una cultura devocional en nuestros hogares y en nuestras vidas familiares. Lo mismo ocurre con las imágenes sagradas, un poco a nuestra manera latina, de siempre, preparando la casa, tal vez con crucifijos e imágenes de nuestra Señora y de los santos, con estampas, o de una manera bizantina, colocando en una esquina un icono con incluso un quemador de incienso ante él. Mientras escribo estas líneas mis hijas requieren mi presencia; hay que preparar la casa para el Adviento que llega y lo primero es confeccionar la corona con sus velas.

«Si la Piedad –junto con el saber humano– se siembra desde la primerísima infancia es de prever un feliz transcurso de la vida».

Al igual que sucede en la Iglesia oriental ortodoxa, se podría alterar la disposición de esos iconos para resaltar las festividades a medida que estas lleguen. Esta combinación de imágenes fomenta el recogimiento y oración  y ayudan todas ellas al corazón y a la imaginación conduciéndonos hacia Dios y su obra salvadora. Se trata de crear en la casa una atmósfera sagrada que permita que nuestros pequeños sientan la necesidad de sursum corda ad Dei (elevar los corazones a Dios). Como afirmó San José de Calasanz, «Si la Piedad –junto con el saber humano– se siembra desde la primerísima infancia es de prever un feliz transcurso de la vida».

Recordemos también que, como señaló Von Hildebrand, «la piedad es un elemento constitutivo de la capacidad de “asombro”, que Platón y Aristóteles afirmaban era condición indispensable para la filosofía» y recordemos con ello, que, como señaló Rudolf Otto en su obra, La Idea de lo Sagrado, y recordaba mucho antes Kierkegaard, la piedad tiene un papel esencial en todo encuentro con Dios.

En tercer lugar, el padre Nichols nos recuerda que una cultura católica es una cultura intelectual. Desde San Agustín, pasando por Santo Tomás, y llegando hasta las últimas encíclicas papales, en la enseñanza de la Iglesia la razón desde siempre se ha encontrado ligada a la Fe; se da entre ellas una especie de círculo hermenéutico en virtud del cual la razón necesita ser leída desde la fe, y la fe desde la razón; son, como hermosamente se dice en Fides et Ratio«las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad»Recordamos aquí (al igual que lo recordó el Papa Benedicto XVI en Ratisbona), lo dicho por el emperador bizantino Manuel II Paleólogo: «no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios». Lo cierto es que no podría ser de otra manera, porque, como sabemos, «En el principio el Verbo era, y el Verbo era junto a Dios, y el Verbo era Dios».

Además, y en lo que aquí nos ocupa, una cultura que es moral y devocional, pero que se  abstiene en lo intelectual, puede muy bien ser dejada a un lado por los adolescentes. Esto significa, según el padre Nichols, que el Catecismo de la Iglesia Católica debe ser una obra de referencia que esté siempre a mano para cuando algún punto de doctrina o disciplina salga a colación y alguien pregunte o presente una duda: ¿Por qué creemos esto? o ¿por qué lo hacemos? El Compendio del Catecismo (2005) es todavía más fácil de usar. Hay otros catecismos o compendios igualmente apropiados, incluso con imágenes que siempre ayudan a captar la atención de los niños.

Y por supuesto e indudablemente (aunque sin duda debería ser lo primero), una edición de la Biblia ha de estar siempre en casa (y mejor una anterior a los sesenta del pasado siglo, porque son versiones más puras y fieles, y en todo caso, siempre ediciones aprobadas por la autoridad eclesiástica).

Las buenas lecturas que ayuden a conformar un espíritu virtuoso y propicio a la verdad

Finalmente, en relación a este aspecto intelectual de nuestra cultura cristiana, también entran aquí en juego otros dos aspectos relevantes.

El primero, es el de las buenas lecturas que ayuden a conformar un espíritu virtuoso y propicio a la verdad, el bien y la belleza, esto es, a Dios.

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Y el segundo, consiste en aportar a los niños un contexto que les ayude a situarse históricamente en una tradición, en una historia, como protagonistas de un relato lleno de sentido en el que han de vivir. Esto significa darles unas coordenadas, no solo culturales, sino también históricas. No hace falta una profundización exhaustiva, bastan unos retazos, unas líneas maestras, para que se orienten y se sitúen, lo que les dará seguridad y confianza. Esto supone explicarles que su país nació como un país católico; que se desarrolló a través y por medio de una cultura católica por más de mil años; que entró en una crisis  espiritual, agudizada a partir de finales del siglo XVIII y mantenida con altibajos hasta nuestros días, donde la apatía, el materialismo y el secularismo campan por sus respetos, pero que ahora es tiempo para que nosotros en el siglo XXI recojamos la antorcha de nuevo (nuestra cruz personal), como antes otros hicieron, a costa de sacrificios, persecuciones o incluso la muerte. Que no nos dejemos seducir por los colectivismos ni por los enervados individualismos, porque el deber de un cristiano no es hacer de este mundo en un lugar mejor; su deber es dejar este mundo siendo un hombre mejor, un hombre nuevo, como dijo San Pablo.

Y que no se desanimen, porque el mundo siempre ha estado enfrentado al cristiano, y además, como dice hermosamente el filósofo converso francés Fabrice Hadjadj: 

«Un mundo sin Jesús es exactamente el mundo en que Jesús entra. San Pablo lo expresa de manera diferente: Donde haya abundado el pecado ha rebosado la gracia, (Carta a los Romanos 5, 20). El mundo sin Jesús, aquel mundo que se alía para crucificarlo, es en potencia el mundo que está más con Jesús, porque es aquél que más necesita de Él y porque secretamente, en todo lo que tiene de positivo, en todo lo que tiene de con, ya existe en Él».

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