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En busca de las vocaciones

Muchas veces la vocación está ahí, es cuestión es reconocerla. El autor del Libro "Las vocaciones. Encontrarlas, examinarlas y probarlas", el P. Emvin Busuttil, nos deja algunos casos de cómo Dios va llamando a las almas para servirle.

Dios no tiene límites en los métodos y medios que usa en la elección de las almas; en sus manos divinas todo se transforma en gracia. ¿Qué importa si el escalón es de oro o de mosaico, de mármol o de piedra, de madera o de barro? Si conduce arriba, a la perfección, allí está el dedo de Dios cubierto por el guante de su misericordia que supera todo nuestro soberbio entendimiento. Muchas veces la vocación está ahí, es cuestión de reconocerla.

El autor del Libro «Las vocaciones. Encontrarlas, examinarlas y probarlas», el P. Emvin Busuttil, nos deja algunos casos de cómo Dios va llamando a las almas para servirle.

Padre Emvin Busuttil, S.I.

***

Aquí algunos casos, no porque ellos prueben si una vocación es verdadera o no, sino porque nos hacen conocer cómo Dios se puede manifestar. Todo esto sirve para ensanchar nuestro horizonte y puede sugerirnos modos prácticos de acercarnos al corazón del joven.

Lo primero antes de comenzar… ¡Oración! Se trata de una cosa eminentemente sobrenatural que tiene algo de misterioso y que no se puede ver o juzgar con los cálculos humanos. Cada uno de nosotros debería ofrecer cada día alguna oración, mortificación y ayuno, para tener la luz necesaria y la posibilidad de ayudar a alguien en su vocación.

No trataremos ahora acerca del  método de examinar las vocaciones, eso lo haremos después, sino de ver los modos cómo pueden empezar a manifestarse.

1) Manera casi natural

O sea, una vocación sin ningún influjo extrínseco, una vocación que estamos tentados de llamar congénita, en la que no aparece un verdadero momento de decisión, pero el joven… siempre la ha sentido así, él mismo no recuerda haber tenido una idea diversa de aquella de hacerse religioso.

Tenemos un ejemplo en Santiago Tutain, nacido en Mans el año 1922. Juan, el hermanito mayor, un día le declaró:

—Yo seré médico.

—Pues yo —respondió Santiago— seré sacerdote, porque es lo mejor del mundo.

—Cierto, —respondió el otro— pero se necesitan también buenos médicos, ellos pueden hacer mucho bien hablando de Dios a los enfermos.

Aquí tenemos un niño que a los cuatro años habla de su deseo de ser sacerdote. Y se trata de una cosa pensada y escogida porque para él es ‘lo mejor del mundo’.

Dos años más tarde ante sus persistentes deseos, su mamá le pregunta:

—Pero sabes, por lo menos, ¿por qué quieres ser sacerdote?

—¡Oh! por muchas razones; antes que nada para hacer amar a Jesús, para mandar muchas almas al cielo… y para tener a Jesús en mis manos durante la Misa.

Este pensamiento (y muchos otros similares) le venía frecuentemente a la mente aun en medio de los juegos.

¡Cuántas veces entre los niños de nuestras asociaciones o de nuestros colegios encontramos los mismos sentimientos!

2) Otras veces, en cambio, se manifiesta de un modo casi trivial

Unas veces es el hábito de una determinada Orden religiosa que gusta y atrae; otras son cosas de nada que suscitan en el corazón una especie de atracción que termina con una verdadera vocación.

Dos jóvenes polacos encontraron buenísimo un plato de arroz con leche que el Padre les dio para premiarles el haberle ayudado una Misa cantada. Preguntan si también los otros Padres de la Orden comían por la mañana aquel arroz. A la respuesta afirmativa se ponen de acuerdo, y terminados los estudios medios entraron en la Orden. Cuando después hicieron los Ejercicios Espirituales y examinaron si habían tenido recta intención en su vocación, se fueron llorando al Padre Maestro confesando que su intención no había sido del todo muy espiritual. El Padre preguntó con calma:

— ¿Pero teníais también el deseo de salvar las almas y de ser santos?

—Sí —fue la tímida respuesta.

—Bien, hijitos, el arroz con leche fue el anzuelo con el cual Dios os pescó; ahora pensad en el verdadero fin de vuestra vocación.

Hoy aquellos dos Padres hacen un gran bien con su ferviente apostolado.

Sé de uno que entró como Hermano lego en una Orden porque creía que los cubiertos eran todos de plata y él pues… los quería robar. Una vez dentro tomó parte en las pláticas, sermones, lectura espiritual y todo lo de la vida de comunidad. Le pareció encontrarse en un paraíso, se arrepintió de su proyecto, se confesó y sigue en la vida religiosa y es feliz.

3) Ver a un muerto

Todos conocen la historia de la vocación de San Francisco de Borja, tercer General de la Compañía de Jesús. Se había ya entregado a una vida intensamente cristiana, pero el golpe de gracia se lo dio la vista del cadáver de la emperatriz Isabel deshecho por la muerte. Había conocido a aquella joven soberana y bellísima. Y ahora ¿qué? Le hirió un sentido tan profundo de la vanidad de las cosas de la tierra que de Duque de Gandía se transformó en un ferviente religioso y después en un Santo.

Dos amigos se citaron en una iglesia. Era domingo; oirían Misa juntos y después saldrían de paseo. José fue al templo pero su amigo no daba señales de vida. Terminó la Misa y… ¡nada! Se acercó a una señora conocida:

—Perdone, ¿ha visto a Juan?

— ¿Cómo? —respondió ésta—. ¿No sabes que murió ayer?

— ¿Muerto? —Sí, ayer, yendo con la bicicleta fue lanzado contra la pared por un auto. Le llevaron a su casa y ya era cadáver.

José corre a ver a su amigo. En la casa silencio, sollozos, luto. Permaneció largo rato delante del féretro. ¡Ayer lleno de vida y de esperanzas! ¡Todo vanidad! ¡Cuánto más vale servir a Dios, y a El solo! Dejó carrera y familia y hoy José es religioso y sacerdote.

La muerte con su predicación silenciosa es una óptima consejera. Aun San Ignacio aconseja al joven que hace la elección de estado el imaginarse que está en el lecho de muerte y que piense cómo desearía en aquel momento haber vivido toda su vida.

4) Muchas veces es una frase misteriosa, dicha quizá con un fin no religioso, la que hace pensar y conduce al joven a la convicción de que Dios le llama.

Otra vez di un día de retiro a jóvenes de Acción Católica. Hablaba del Reino de Jesucristo y durante la meditación dije esta frase:

«Aquí podría hacer algunas explicaciones para aquellos que quisieran hacer la elección de estado, pero para vosotros no hay caso. Quiero en cambio hacer estas otras aplicaciones...» —y continué hablando de otras cosas.

Después del retiro me despedí de los jóvenes y mientras uno de ellos me besaba la mano le dije bromeando:

—Eres un ‘mal sujeto’— ¿Por qué? —me preguntó serio.

No le respondía porque me rodearon otros que me querían saludar y dar las gracias. Cuando todos se fueron me veo delante al… «mal sujeto».

— ¿Todavía estás aquí?—le dije maravillado.

—Sí, y no me marcharé mientras no me explique por qué me ha llamado «mal sujeto».

—Pero si no es nada —dije sonriendo—, fue sólo una broma.

—No, usted quería decirme algo. Quizás… —se paró y se puso colorado—.

— ¿Quizás…? —Pregunté animándole.

— ¿Quizás usted cree que yo no amo a Jesús porque no quiero ser sacerdote? Es verdad que cuando era pequeño tuve esa intención.

— ¿Y ahora, no?

—Qué quiere, ahora ya no tengo vocación.

Le llevé a mi aposento y hablamos durante dos horas; cuando nos despedimos estaba convencido que aún tenía vocación.

5) Muchas veces la ocasión que delata la presencia de una vocación es el ejemplo de un compañero

Cuando dirigía una grupo de jóvenes en Palermo, uno de los chicos antes de partir para el Noviciado quiso hacer un discurso de despedida a sus compañeros. Habló con entusiasmo. A las dos semanas un chico del 3ro. de Bachiller vino a hablarme de su vocación.

—  ¿Cuándo has pensado en ello?

—  Mientras hablaba Fulano en su discurso de despedida.

El ejemplo hace mucho especialmente en la elección de la Orden, por eso hacen muy bien los superiores que permiten a sus novicios la correspondencia con sus antiguos compañeros y amigos.

La vocación a la Compañía de Jesús de San Bernardino Realino fue de la siguiente manera: Un día paseaba con dos amigos suyos por cierta callejuela, cuando se cruzó con dos jóvenes religiosos, modestos en la vista, graves en su porte, recogidos con sus amplios manteos, totalmente identificados con la santidad del hábito que vestían. Los siguió largo rato con la vista y fue tanta su admiración que preguntó a sus compañeros de paseo si sabían a qué Institución religiosa pertenecían. Por fortuna sus amigos pudieron satisfacer su deseo informándole que eran novicios de la Compañía de Jesús. Y Bernardino, no sólo quiso volverlos a ver, sino que se hizo religioso jesuita.

6) Otras veces es un fracaso el que hace ver la vanidad de las cosas de la tierra y orienta el alma hacia la vocación

Leemos del Beato Tomás Pound, el cual era bailarín, que un día bailó delante de la reina Isabel de Inglaterra. La presentación había sido espléndida y los aplausos cerrados indicaban su éxito. Y como si fuera poco ¡La Reina se levantó del trono, le abrazó y le besó! Le parecía que tocaba el cielo con el dedo. La Reina pidió un bis.

Empezó con todo entusiasmo, pero en medio de las vertiginosas vueltas y saltos tropieza con sus mismos pies y cae. La Reina se levantó, pero no para ayudarle ha levantarse con piedad y comprensión, sino para ponerle torpemente el pie en la espalda y lanzarle un insulto atroz:

— ¡Levántate, buey!

Pound se levantó, su corazón era un mar de amargura. ¿Por qué ese insulto? ¿Qué valían las alabanzas, borradas por un insulto humillante… e injusto? ¡Mundo infame! «Sic transit gloria mundi» (Así pasa la gloria del mundo), murmura.

Se hace católico, después religioso, sacerdote y mártir.

Se sabe de San Alfonso María de Ligorio, que era abogado, que dejó la vida del mundo después de un solemne fracaso en la defensa de una causa en un tribunal.

Dios no tiene límites en sus métodos y medios que usa en la elección de las almas; en sus manos divinas todo se transforma en gracia. ¿Qué importa si el escalón es de oro o de mosaico, de mármol o de piedra, de madera o de barro? Si conduce arriba a la perfección allí está el dedo de Dios cubierto por el guante de su misericordia que supera todo nuestro soberbio entendimiento.

San Ignacio de Loyola necesitó un golpe que le deshizo la pierna y estar echado en una cama durante meses enteros para comprender y seguir la voluntad de Dios.

Pero —se dice— la vida religiosa no está hecha para los ilusos ni para los desilusionados. Y respondo que la vida religiosa está hecha para el que es llamado por Dios y que Dios llama a quien quiere, cuando quiere y como quiere. Y que ciertamente no seremos nosotros los que enseñemos al Señor qué camino ha de escoger para llamar a un alma.

POR CONSIGUIENTE…

De todo lo que se ha dicho aparece claro que la vocación puede empezar a manifestarse de mil maneras diversas y que cualquier argumento o suceso puede servir para manifestarnos la voluntad de Dios.

Conformémonos con la convicción de que se requiere nuestra cooperación. En todas las cosas espirituales Dios se sirve de sus ministros o de algún alma buena. ¿Por qué cuando se trata de vocación tantos sacerdotes se echan atrás casi con temor? “Es asunto de Dios”, dicen. ¡Eso es una exageración! ¡Una posición completamente errónea! ¡Dios quiere nuestra cooperación y nuestra ayuda!

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