La Esperanza del cielo
(Juan 14, 15-21) «El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama. Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él»
(Juan 14, 15-21) «El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama. Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él»
(Juan 15, 12-17) «Mi mandamiento es que os améis unos a otros, como Yo os he amado. Nadie puede tener amor más grande que dar la vida por sus amigos»
(Juan 15, 9-11) «Si conserváis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que Yo, habiendo conservado los mandamientos de mi Padre, permanezco en su amor»
(Juan 14, 21-26) «El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama. Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él»
La infracción de la Ley de Dios, el pecado, es el mayor mal del mundo; así lo enseña la Iglesia. Y por esto nos repite de continuo esta divisa: antes morir que pecar.
La corrupción se extiende con facilidad, cuando las ocasiones son muchas, los beneficios elevados, y los riesgos pequeños. Y cuando vemos que, a nuestro alrededor, otros sucumben, creando un ambiente de permisividad. ¿Es posible sobrevivir a la corrupción? ¿Qué oportunidades tienen los hombres honrados?
La Santa Misa es el centro y el corazón del culto católico y de su liturgia. Todo el esplendor y hermosura de las ceremonias tienen su razón de ser en Nuestro Señor Jesucristo, que se hace presente entre nosotros en la Santa Misa. Las ceremonias, la magnificencia y suntuosidad no son un fin en sí mismos, sino medios para acercarnos a Él y tributarle nuestro mejor homenaje.
Después de las luchas y del trabajo de la semana, la Misa Dominical renueva nuestro espíritu. Si participamos en ella con fervor y oramos con devoción, podremos enfrentar robustecidos, animosos y con esperanza, los deberes y las tentaciones que sobrevengan en la siguiente semana.
(Marcos 12, 28-34) «Oye, Israel, el Señor nuestro Dios, un solo Señor es. Y amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza»
(Marcos 12, 28-34) «Oye, Israel, el Señor nuestro Dios, un solo Señor es. Y amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con toda tu fuerza»
Hay hombres que, si bien se consideran de espíritu religioso, nunca van a la iglesia. Parece increíble, pero los hay. Muchos de ellos dicen: «Yo tengo a mi Dios, pero no como enseña la Iglesia. Soy cristiano, pero a mi modo. Adoro a Dios, pero no en la iglesia, sino fuera, en la Naturaleza». Ante tales argumentos, hemos de ayudar a quienes viven en ese error y explicarles la razón suprema del porqué debemos ir a la Iglesia.
(Juan 15, 9-17) «Mi mandamiento es que os améis unos a otros, como Yo os he amado. Nadie puede tener amor más grande que dar la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis esto que os mando»
Al principio de la Historia, al hombre se le subió a la cabeza el orgullo y la jactancia, quiso construir una torre gigantesca, que desafiase al mismo cielo. A nuestra sociedad le ocurre exactamente lo mismo, al querer construir el edificio de la civilización humana prescindiendo de Dios en búsqueda de la Felicidad.
El Decálogo, ¿puede ser todavía un tema importante, vital, para la Humanidad? Hace ya tres mil quinientos años que la divina voluntad dio fuerza de ley a estos Mandamientos.
¡Con cuánta frivolidad toma el hombre en sus labios el santo nombre de Dios! ¡Aun el creyente! ¡Aun el que nunca blasfema! ¡Cuántas veces abusa del nombre de Dios aun el hombre que por nada del mundo proferiría una blasfemia!
«¡Oh, Jesús! ¡Cuánto te ha costado ser Jesús!» —exclama San Bernardo. ¡Con cuánta mayor razón se ha de respetar el santo nombre de Jesús!
El hombre o es religioso o es supersticioso. Muchos que no creen en las verdades de la Religión, luego creen en las mentiras y engaños de adivinos, brujos y espiritistas. Como dijo Chesterton: «No creer en Dios no significa no creer en nada; significa creer en todo».
El Universo canta el santo nombre de Dios desde el inicio de la Creación. No encontrarás una lengua en cuyo vocabulario no aparezca el nombre de Dios, que hay que pronunciar con profundo respeto.
Los santos han dejado que Cristo moldease su alma de tal manera que ha salido una obra maestra.
En cualquier parte del mundo donde está presente la Iglesia católica, la imagen de la Virgen María Inmaculada, irradia consuelo y confianza a todos sus hijos. Todos los católicos la honran por ser la Madre de Dios y de la Iglesia, y a ella le dirigen el rezo del Santo Rosario y, tres veces al día, la oración del Ángelus. ¡Canciones, estatuas imágenes, santuarios marianos, son la expresión del riquísimo culto a María!
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