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Existencia de Dios: Por la creencia universal del género humano

La creencia de todos los pueblos sólo puede tener su origen en Dios mismo, que se ha dado a conocer, desde el principio del mundo, a nuestros primeros padres, o en el espectáculo del universo, que demuestra la existencia de Dios, como un reloj demuestra la existencia de un relojero.

La creencia de todos los pueblos sólo puede tener su origen en Dios mismo, que se ha dado a conocer, desde el principio del mundo, a nuestros primeros padres, o en el espectáculo del universo, que demuestra la existencia de Dios, como un reloj demuestra la existencia de un relojero.

Por Padre Hillaire, 
Religión Demostrada

El consentimiento de todos los pueblos, ¿prueba la existencia de Dios?

Sí; la creencia de todos los pueblos es una prueba evidente de la existencia de Dios.

Todos los pueblos, cultos o bárbaros, en todas las zonas y en todos los tiempos, han admitido la existencia de un Ser supremo. Ahora bien, como es imposible que todos se hayan equivocado acerca de una verdad tan trascendental y tan contraria a las pasiones, debemos exclamar con la humanidad entera: ¡Creo en Dios!

Es indudable que los pueblos se han equivocado acerca de la naturaleza de Dios; unos han adorado a las piedras y a los animales, otros al sol. Muchos han atribuido a sus ídolos sus propias cualidades buenas y malas; pero todos han reconocido la existencia de una divinidad a la que han tributado culto. Así lo demuestran los templos, los altares, los sacrificios, cuyos rastros se encuentran por doquier, tanto en pueblos antiguos como entre los modernos. «Echad una mirada sobre la superficie de la tierra – decía Plutarco, historiador de la antigüedad – y hallaréis ciudades sin murallas, sin letras, sin magistrados, pueblos sin casas, sin moneda; pero nadie ha visto jamás un pueblo sin Dios, sin sacerdotes, sin ritos, sin sacrificios».

El gran sabio Quatrefages ha escrito: «Yo he buscado el ateísmo o la falta de creencia en Dios entre las razas humanas, desde las más inferiores hasta las más elevadas. El ateísmo no existe en ninguna parte, y todos los pueblos de la tierra, los salvajes de América como los negros de África, creen en la existencia de Dios».

Ahora bien, el consentimiento unánime de todos los hombres sobre un punto tan importante es necesariamente la expresión de la verdad. Porque, ¿cuál sería la causa de ese consentimiento? ¿Los sacerdotes? Al Contrario, el origen del sacerdocio está en la creencia de que existe un Dios, pues si el género humano no hubiera estado convencido de esa verdad, nadie habría soñado en consagrarse a su servicio, y los pueblos jamás hubieran elegido hombres para el culto.

¿Podrían ser la causa de tal creencia las pasiones? Las pasiones tienden más bien a borrar la idea de Dios, que las contraría y condena.

¿Los prejuicios? Un prejuicio no se extiende a todos los tiempos, a todos los pueblos, a todos los hombres; pronto o tarde lo disipan la ciencia y el sentido común.

¿La ignorancia? Los más grandes sabios han sido siempre los más fervorosos creyentes en Dios. ¿El temor? Nadie teme lo que no existe: el temor de Dios prueba su existencia.

¿La política de los gobernantes? Ningún príncipe ha decretado la existencia de Dios, antes al contrario, todos han querido confirmar sus leyes con la autoridad divina: esto es una prueba de que dicha autoridad era admitida por sus súbditos.

La creencia de todos los pueblos sólo puede tener su origen en Dios mismo, que se ha dado a conocer, desde el principio del mundo, a nuestros primeros padres, o en el espectáculo del universo, que demuestra la existencia de Dios, como un reloj demuestra la existencia de un relojero.

Frente a la humanidad entera, ¿qué pueden representar algunos ateos que se atreven a contradecir? El sentido común los ha refutado; la causa está fallada. Es menester carecer de razón para creer tenerla contra todo el mundo. Antes que suponer que todo el mundo se equivoca, hay que creer que todo el mundo tiene razón.

Habló a los patriarcas y a los profetas. Hizo sentir su acción en el curso de los siglos, y los milagros del Antiguo y del Nuevo Testamento

Otra Prueba: Los hechos ciertos de la historia

Los hechos ciertos de la historia, ¿prueban la existencia de Dios?

Sí; porque un ser puede manifestarse de tres maneras: puede mostrarse, hablar y obrar. Ahora bien, Dios se mostró a nuestros primeros padres en el Edén, a Moisés en el Sinaí… Habló a los patriarcas y a los profetas. Hizo sentir su acción en el curso de los siglos, y los milagros del Antiguo y del Nuevo Testamento, comprobados por la historia, son hechos que demuestran la acción y la existencia de Dios.

Hay dos maneras de conocer la verdad:
descubrirla uno mismo; recibirla de otro. El hombre sabe o cree. Sabe cuando alcanza la verdad con las solas facultades de su alma, la inteligencia, la razón, la conciencia, el sentido íntimo, los órganos del cuerpo; cree, cuando se adhiere al testimonio de otros.

El medio más fácil para conocer a Dios es el testimonio de la historia. La Biblia, considerada como un simple libro histórico, está revestida de todos los caracteres de veracidad exigidos por la ciencia. Por más que los racionalistas clamen, es tan imposible poner en duda los hechos históricos de la Biblia, como lo es negar las victorias de Alejandro Magno o Napoleón.

Ahora bien, según la Biblia, Dios se mostró de varios modos: habló a nuestros primeros padres, a Noé, a los patriarcas, a los profetas… Pero es evidente que para mostrarse y hablar es necesario existir. Las milagrosas obras sensibles que ningún agente creado puede hacer por sí mismo, no son más que las obras de Dios.

Por consiguiente, los milagros que nos cuenta la Biblia son otras tantas pruebas de la existencia de Dios.

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