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María Madre de la Iglesia, lunes siguiente a Pentecostés

El lunes siguiente a Pentecostés se celebra el Memorial de la Santísima Virgen María Madre de la Iglesia. En el decreto emitido por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos explican que esta celebración «nos ayudará a recordar que el crecimiento en la vida cristiana debe estar anclado al Misterio de la Cruz, a la oblación de Cristo en el banquete Eucarístico y la Madre del Redentor y Madre de los redimidos, la Virgen que hace su ofrenda a Dios».
Madre de Dios

El lunes siguiente a Pentecostés se celebra el Memorial de la Santísima Virgen María Madre de la Iglesia. En el decreto emitido por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos explican que esta celebración «nos ayudará a recordar que el crecimiento en la vida cristiana debe estar anclado al Misterio de la Cruz, a la oblación de Cristo en el banquete Eucarístico y la Madre del Redentor y Madre de los redimidos, la Virgen que hace su ofrenda a Dios».

El Papa Francisco estableció esta Memoria el 11 de febrero de 2018, en el marco del 160 aniversario de la aparición de la Virgen en Lourdes. «Si el lunes después de Pentecostés coincide con otra fiesta, la de la Virgen tendrá prioridad sobre ella» señala el decreto.

Secretario de la Congregación para el Culto Divino de los Sacramentos, Mons. Arthur Roche, manifestó que «Es una fiesta importante porque este título, “Madre de la Iglesia” le fue dado por el Papa Pablo VI al final del Concilio Vaticano II, para recordar que la Virgen es nuestra gran intercesora. Y no solo eso. Desde el punto de vista teológico, recuerda que la Virgen María es imagen de lo perfecta que debería ser la Iglesia».

A pesar que desde hace mucho tiempo la Iglesia reconoce a María como Madre de la Iglesia, ahora contará con una fiesta propia.

La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos manifiesta que el Papa instauró esta fiesta para recordar que la Virgen es Madre de Jesús y de toda la Iglesia.

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«Se celebra el lunes después de Pentecostés para que la Iglesia recuerde la importancia de que la Virgen nos ayuda en nuestra oración, nos enseña a rezar. También, nos ayuda a prepararnos para la recibir al Espíritu Santo» manifiesta el Secretario de la Congregación para el Culto Divino de los Sacramentos.

«La gozosa veneración a la Madre de Dios por parte de la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión del misterio de Cristo y su propia naturaleza, no podía olvidar la figura de aquella Mujer (cfr. Gál 4,4), la Virgen María, que es Madre de Cristo y, a la vez, Madre de la Iglesia.

Ya estaba de alguna manera presente en el sentir eclesial en las palabras premonitorias de san Agustín y de san León Magno. El primero dice que María es madre de los miembros de Cristo, porque cooperó con su caridad a la regeneración de los fieles en la Iglesia; el otro, al decir que el nacimiento de la Cabeza es también el nacimiento del Cuerpo, indica que María es, al mismo tiempo, madre de Cristo, Hijo de Dios, y madre de los miembros de su cuerpo místico, es decir, la Iglesia. Estas consideraciones derivan de la maternidad divina de María y de su íntima unión a la obra del Redentor, culminada en la hora de la cruz.

En efecto, la Madre, que estaba junto a la cruz (cfr. Jn 19, 25), aceptó el testamento de amor de su Hijo y acogió a todos los hombres, personificados en el discípulo amado, como hijos para regenerar a la vida divina, convirtiéndose en amorosa nodriza de la Iglesia que Cristo engendró en la cruz, entregando el Espíritu. A su vez, en el discípulo amado, Cristo elige a todos los discípulos como herederos de su amor a la Madre, confiándosela para que la recibieran con cariño filial».

«María, solícita guía de la Iglesia naciente, inició su misión materna ya en el cenáculo, rezando con los Apóstoles en espera de la venida del Espíritu Santo (cfr. Hch 1,14). Con este sentimiento, la piedad cristiana ha honrado a María, en el curso de los siglos, con los títulos, de alguna manera equivalentes, de Madre de los discípulos, de los fieles, de los creyentes, de todos los que renacen en Cristo y también “Madre de la Iglesia”, como aparece en textos de algunos autores espirituales e incluso en el magisterio de Benedicto XIV y León XIII.» (Decreto sobre la celebración de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, en el Calendario Romano General).

Reflexión Teológica

Al declarar a María Madre de la Iglesia se esta afirmando una realidad, no es solamente un titulo. Corresponde a una real maternidad espiritual.

María es Madre Espiritual perfecta de la Iglesia

Porque es madre de Jesús y su mas íntima compañera en la economía de la salvación. Participó con su Hijo del sacrificio de la Redención y por él fue proclamada madre no solo de su discípulo Juan sino de todo el género humano. «Ella continúa desde el Cielo cumpliendo su función maternal de cooperadora en el nacimiento y en el desarrollo de la vida divina en cada una de las almas de los hombres redimidos».

Como toda madre humana, María, no se limita a dar vida sino a alimentar y educar. ¿De qué modo coopera María en el incremento de los miembros del cuerpo Místico en la vida de la gracia?
-Mediante su incesante intercesión inspirada por una ardiente caridad. Ella aunque está inmersa en la visión de la Trinidad no olvida a sus hijos desterrados- como ella un día- en la peregrinación de la fe. Mas aún contemplándolos en Dios y viendo sus necesidades, en comunión con Jesús siempre vivo para interceder por nosotros, se hace nuestra Abogada, Auxiliadora, Intercesora, Mediadora. (Esto se sabe desde los primeros siglos: bajo tu amparo).
-Su intervención obtiene de la mediación de Cristo la propia fuerza y es una prueba luminosa de la fuerza de Cristo.

Su intercesión es en virtud de Cristo

María, modelo y ejemplo de virtud. Además de la intercesión, ella ejerce sobre los hombres redimidos otro influjo: el ejemplo.

Su influjo es real e importantísimo, pues ella ha vivido perfectamente las virtudes de Cristo. Ella no sólo nos llama sino que su ejemplo nos mueve y nos anima a vivir una vida de perfección. Así como el Poderoso hizo grandes cosas en ella, así las puede hacer en nosotros si le permitimos.

Además, conviene tener presente que la eminente santidad de María, no fue sólo un don singular de la generosidad divina; fue también el fruto de la continua y generosa correspondencia de su libre voluntad a las mociones internas del Espíritu Santo.

Por su perfecta armonía entre la gracia divina y la actividad de su naturaleza humana, la Virgen dio suma gloria a la Santísima Trinidad y se convirtió en insigne decoro de la Iglesia.

La Santidad de María mueve los fieles a levantar los ojos hacia ella pues brilla como modelo de virtud ante la comunidad de los elegidos (LG 65).

Virtudes de María que la Iglesia debe imitar
-La fe y la dócil aceptación de la Palabra de Dios
-La obediencia generosa
-La humildad sencilla
-La caridad solicita
-La sabiduría reflexiva
-La piedad hacia Dios pronta al cumplimiento de los deberes religiosos.
-La gratitud por los bienes recibidos; ofrece en el templo, en la comunidad apostólica.
-Fortaleza en el destierro y en el dolor.
-La pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor
-El vigilante cuidado del hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz.
-Delicadeza provisora
-Pureza virginal
-Fuerte y casto amor esponsal.

Jesús al pie de la cruz, nos da a María, como Madre espiritual no sólo del creyente pero de toda la comunidad de creyentes que es la Iglesia. Cuando la Encarnación, María acepta ser la madre del Mesías, o sea del Salvador, y a la vez, necesariamente madre de los salvados. Ella es la madre de la Cabeza, y en el orden de la gracia, se convierte también en madre del cuerpo místico. No se puede concebir a una cabeza sin cuerpo.

María da a luz virginalmente a Jesús en Belén, y María nos da a luz a nosotros la Iglesia al pie de la Cruz, cuando tiene su otra anunciación y acepta ser madre de los creyentes. Darnos a luz, conllevó mucho dolor, no se desgarraron sus entrañas, pero sí su corazón.

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