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La Magdalena: la contemplación de una pecadora arrepentida

Cuenta el Evangelio que «El primer día de la semana, de madrugada, siendo todavía oscuro, María Magdalena llegó al sepulcro; y vio quitada la losa sepulcral» (Jn 20,1).
La Magdalena: la contemplación de una pecadora arrepentida

La fiesta de Santa María Magdalena es un momento oportuno para recordar la centralidad del amor en el corazón del Cristianismo.

Extraído de Padrepauloricardo.org
Traducido y adaptado por Formacioncatolica.org

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No nos enfocaremos en las varias discusiones exegéticas e históricas sobre quién fue María Magdalena y en qué momento este personaje aparece en las Sagradas Escrituras; más bien, veremos la escena célebre que nos trae la liturgia: el pasaje en que Nuestro Señor, ya resucitado, aparece a la Magdalena, recompensando su espera amorosa junto a su tumba. 

Cuenta el Evangelio que «El primer día de la semana, de madrugada, siendo todavía oscuro, María Magdalena llegó al sepulcro; y vio quitada la losa sepulcral» (Jn 20,1). Luego de avisar a Pedro y a Juan de lo ocurrido, ellos que «aún no habían comprendido la Escritura, según la cual él debía resucitar de entre los muertos» (Jn 20, 9), después de haber entrado en el sepulcro, volvieron de nuevo al cenáculo.

Habiendo partido los Apóstoles, sin embargo, María no hizo lo mismo. El evangelista nos cuenta que ella «se había quedado afuera, junto al sepulcro, y lloraba». (Jn 20,11). San Gregorio Magno, en un comentario a este versículo dice: «tan fuerte era el amor que inflamaba el espíritu de esa mujer, que no se apartaba de la tumba del Señor, aún después que los discípulos se habían retirado. Buscaba a quien no encontraba, lloraba cuando lo buscaba y, abrasada en el fuego de su amor, sentía el ardiente anhelo de quien pensaba había sido robado».

El amor de María, que no se contenta en cuanto no contempla la faz de Cristo

El Papa Francisco enseña, a partir de esta actitud de María, una valiosa lección: que solo reciben de Nuestro Señor las gracias aquellos que piden insistentemente y las esperan pacientemente. El amor de María, que no se contenta en cuanto no contempla la faz de Cristo, nos mueve a mirar a las demoras de Dios como fuente de salvación y una oportunidad para aumentar nuestro amor por Él.

«Ella comenzó a buscar y no encontró nada; continuó buscando y consiguió encontrar. Los deseos fueron aumentando con la espera, e hicieron que llegara a encontrar. Pues los deseos santos crecen con la demora; pero disminuyen con el adelantamiento. Por eso afirmó David: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo, ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?» (Sal 41,3).

San Francisco de Sales, por su parte, explicando que «quien ama verdaderamente casi no tiene placer sino en la cosa amada», coloca en la boca de María Magdalena los apelos de la esposa del Cantar de los cantares: «Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado» (Ct 2,16). Dime, has visto por ventura, aquel a quien ama mi alma» (Ct 3,3). Comentando el mismo evangelio, él destaca que ni el hecho de conversar con los ángeles puede consolar su corazón enamorado: «La gloriosa Magdalena se encuentra con los ángeles en el sepulcro, y estos habiéndole hablado en tono angélico, esto es, con suavidad, a fin de apaciguar su turbación, no encontró consuelo ni en sus dulces palabras, ni en el esplendor de sus vestiduras, ni en la gracia celeste de sus portes, ni en la belleza amable de sus rostros. Por el contrario, con los ojos llorosos, decía: Se han llevado a mi Señor y no sé en dónde lo han puesto»

Ella tiene su corazón en la cruz, en los clavos, en las espinas, y busca a su Crucificado

Aún viendo a Cristo con el aspecto de un jardinero, San Francisco de Sales comenta que ella no se podía contentar: «Llena de dolor por la muerte de su Señor, no desea flores, por lo que el jardinero le es indiferente; ella tiene su corazón en la cruz, en los clavos, en las espinas, y busca a su Crucificado». Y el doctor de la Iglesia presta a ella estas bellas palabras: «Mi buen jardinero, (…) si por acaso trasplantaste a mi Amado Señor traspasado, cual lirio marchito y seco, entre tus flores, dime de prisa en dónde, que lo iré a buscar».

Por eso fue grande su alegría al escuchar la voz de Jesús llamándola por su nombre, ella dio vuelta y exclamó, en hebreo: «Rabbuní», que quiere decir maestro.

San Gregorio Magno agrega: «Era a Él a quien María Magdalena buscaba exteriormente, sin embargo, Él la impulsaba a buscarlo interiormente» Si María buscaba ardientemente el rostro de Dios, era por iniciativa del propio Jesús, pues Él mismo dice: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo atrae» (Jn 6,44). También nosotros, si no rechazamos las llamadas de Cristo, que golpea la puerta de nuestro corazón, nos lanzaremos a la espera amorosa y paciente delante del sagrario, el lugar en que el sacerdote deposita su Cuerpo glorioso, veremos la faz del Señor.

Perseveremos, con confianza, pues «quien perseverare hasta el fin, se salvará» (Mt 10,22). 

Este artículo apareció por primera vez aquí el 22 de julio de 2020.

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