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Las Profecías de la Humanae Vitae, 50 años después

Hace poco más de 50 años, Pablo VI escribió la encíclica Humanae Vitae. Su intención, en palabras de Benedicto XVI, era «defender el amor contra la sexualidad como consumo, el futuro contra la pretensión exclusiva del presente y la naturaleza del hombre contra su manipulación». En esta encíclica, el papa explica la postura de la Iglesia sobre la paternidad responsable y la planificación familiar.

Con explicaciones del P. Miguel Ángel Fuentes

El 25 de julio de 1968 el Papa Pablo VI tomó una decisión histórica, y firmó la Encíclica Humanae Vitae. «Con ello firmaba su propia pasión», sentenció su Secretario de Estado, Cardenal Casaroli. Y así fue. Pero, ¿por qué esa encíclica fue tan criticada entonces?  Y ¿cuál es el balance 50 años después? ¿Se cumplieron sus profecías?

En este documento, el Papa trata sobre el amor y la sexualidad en el matrimonio, y anunció con visión profética las consecuencias si se desnaturalizaba el amor conyugal, al separar las dimensiones unitiva y procreadora.

La Humanae Vitae  advertía de que la anticoncepción acarrearía infidelidad conyugal, degradación general de la moralidad y pérdida del respeto a la mujer. Y sería  además un arma peligrosa en las manos de las autoridades públicas. ¿Se han cumplido estas previsiones? ¿O se cumplieron las de los revolucionarios del 68 que prometían un mundo feliz con la píldora?

«Los adversarios de la Encíclica afirmaban que la anticoncepción evitaría abortos, una profecía no cumplida», comenta Andrés Garrigó, director de la producción Las profecías de la Humanae Vitae. El número de abortos ha crecido exponencialmente desde que se generalizó la anticoncepción.

La Humanae vitae es una Encíclica profética por muchos motivos. Es profética en sentido amplio, es decir, es un testimonio del Magisterio, de su compromiso con la verdad que no se casa con ninguna conveniencia política ni económica, ni aun cuando esto pueda acarrearle la oposición y la persecución del mundo. 

Reflexiónese también sobre el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en las manos de autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales.

Se han cumplido como decía Pablo VI, en contra de sus detractores.

Las principales profecías están en el n. 17 de la encíclica: «Los hombres rectos podrán convencerse todavía más de la consistencia de la doctrina de la Iglesia en este campo si reflexionan sobre las consecuencias de los métodos de la regulación artificial de la natalidad. Consideren, antes que nada, el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto, tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia. Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada.

Reflexiónese también sobre el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en las manos de autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales. ¿Quién podría reprochar a un gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar? ¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz? En tal modo, los hombres, queriendo evitar las dificultades individuales, familiares o sociales que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal (…)».

Se trata, como puede verse, de cuatro consecuencias preanunciadas por Pablo VI como fruto de la difusión de la mentalidad anticonceptiva. Las cuatro se han verificado ampliamente.

1) El camino de la infidelidad

«[Se abriría un] camino fácil y amplio… para la infidelidad conyugal». Para esta altura de los tiempos, la infidelidad matrimonial (es decir, el adulterio) hace rato que es uno de los dramas conyugales más alarmantes… que, lamentablemente ha dejado de inquietar a los hombres de bien como debería. El diario La Nación, en su edición del 19 de marzo de 1997, bajo el título «Adulterio: nuevo furor sobre un viejo pecado», cita el estudio realizado por Shere Hite utilizando un cuestionario impreso en «Penthouse y otras revistas para adultos» (téngase en cuenta que se trata de una encuesta realizada entre un público libertino y adúltero); según ese estudio el 66% de los hombres y el 54% de las mujeres consultadas en Estados Unidos afirmaban haber tenido al menos una aventura adulterina. Se cita también el sondeo —hecho con técnicas de muestreo más confiables— de NORC (año 1994, también en Estados Unidos); éste señalaba una praxis del adulterio en el 21,2% de los hombres y en el 11% de las mujeres.

Si bien todos los datos que nos llegan por los medios de difusión deben tomarse no ya con pinzas sino con tijeras de podar, de todos modos, no nos debería sorprender que estos números se aproximaran a la realidad, pues esto no es más que la lógica consecuencia del brete cultural en que nos encontramos. Entre muchas causas quiero destacar dos.
La primera es la mentalidad divorcista que ha sumergido la institución matrimonial en una crisis agudísima que amenaza con sofocarla.
La experiencia del divorcio en la Argentina es elocuente: éste ha engendrado más divorcios y separaciones, menos matrimonios, más concubinatos, menos hijos por matrimonio, más hijos fuera del matrimonio (un estudio establecía que en 1995 el 45% de los argentinos nacieron fuera del matrimonio) y envejecimiento poblacional. La situación de los divorciados vueltos a casar, aunque sea dolorosa y pastoralmente merezcan un cuidado singular por parte de la Iglesia, es, sin embargo, una situación de adulterio; el hecho de que el fenómeno se extienda cada vez más debe preocuparnos seriamente.

La segunda causa es, precisamente, la incomprensión de la enseñanza de la Humanae vitae (cf. HV, 12) sobre la indisolubilidad de los dos significados o dimensiones del acto conyugal (unión sexual y apertura a la vida). Mantener la unidad de ambos aspectos es condición esencial para respetar la «totalidad» de la entrega matrimonial. El matrimonio es «uno con una para siempre», para «dar en cada relación sexual la totalidad de sí mismo, es decir, incluso la capacidad procreativa». Cuando este segundo elemento se torna superfluo o se deja librado a la arbitrariedad, a la postre deja de entenderse el valor del primero (la fidelidad). La anticoncepción (que voluntariamente despoja al acto sexual de su valor procreador) lleva a entender la donación conyugal de forma mezquina, como un amor a medias, un regalo truncado. Quien se acostumbra a este modo (parcial) de darse, puede terminar preguntándose qué mal hay en reservarse también parte de sus sentimientos para compartirlos con alguien distinto de su legítimo cónyuge, al menos en alguna aventura pasajera sin afán de llegar a una separación definitiva.

2) La degradación moral

«(…) La degradación general de la moralidad». No hace falta ser muy sagaces para percibir el nivel de degradación que la moralidad ha alcanzado en nuestro tiempo. Ni tampoco el nexo de causalidad que esta situación guarda con la anticoncepción. La revolución cultural que viene rondando desde 1968, y que se caracteriza, entre otras cosas, por una devaluación del sexo, no hubiera sido posible ni sostenible sin un fácil acceso a una anticoncepción eficaz.

El deseo sexual está hoy en día descontrolado, y ha llegado a un destape total sin pudor. Más aún, vivimos ya bajo lo que se ha dado en llamar «Inquisición gay» que impone la ideología homosexualista hasta en la educación escolar primaria. Ya no existe área cultural, ni edades que estén protegidas contra el desenfreno sexual. A punto tal que un diario liberal como «Il Corriere della Sera», llega a denunciar en su edición del 10 de diciembre de 2007, que «las adolescentes están cada vez más sometidas al hedonismo». El artículo presenta el libro de la feminista Carol Platt Liebau que lleva por título Mojigatas. Cómo la cultura obsesionada por el sexo daña a las chicas. Ésa es la situación: obsesión y sometimiento por la tiranía sexual.

La plaga de la pornografía y el creciente fenómeno de la adicción al sexo y de los actos en que el sexo se relaciona con la violencia son testimonio elocuente de este drama. También el boom de las enfermedades sexuales que afecta, en EEUU, a una de cada cuatro chicas.

A su vez la anticoncepción ha abierto la puerta del aborto, llevando a la sexualidad desenfrenada a su último escalón de oprobio: el asesinato del fruto inocente del desorden de sus padres. Es incontrovertible que la anticoncepción facilita las relaciones sexuales y aun la clase de actitudes y de moral individual que más fácilmente conducen al aborto.

El Papa advirtió que la práctica de la anticoncepción llevaría al varón a perder su respeto por la mujer

3) La pérdida de la dignidad de la mujer

«Podría también temerse que el hombre… acabase por perder el respeto a la mujer». El Papa advirtió que la práctica de la anticoncepción llevaría al varón a perder su respeto por la mujer y «ya [no se preocuparía] de su equilibrio físico y psicológico», al punto tal que la consideraría «como simple instrumento de goce egoísta y no como su respetada y amada compañera».
La anticoncepción, como vio con acierto Pablo VI, no ha liberado a la mujer sino que la ha convertido en instrumento del placer. En un aparejo al servicio del consumidor lujurioso a quien llega por innumerables canales. El dinero que se mueve con las imágenes sexualizadas de mujeres (que es la mayor parte de la industria pornográfica) oscila en la actualidad en los sesenta mil millones de dólares anuales. En Estados Unidos, el 40% de todos los usuarios de Internet al menos una vez al mes incursionan en este campo. En el resto del mundo no es muy diferente.

El exagerado feminismo también ha conspirado activamente hacia la deshumanización de la mujer. Helen Alvare, profesora de la «Universidad Católica de América» en Washington que ha sido portavoz de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos sobre cuestiones relativas a la vida humana, ha dicho durante el congreso vaticano sobre «Mujer y varón, la totalidad del humanum» (febrero de 2008) que «las mujeres han contribuido a fomentar el consumismo que las cosifica»; señalando como uno de los aspectos más preocupantes de la actual situación «el grado en el que las mujeres, individualmente y a través de grupos organizados, han asumido su propia cosificación como artículos de consumo… Las mujeres se rebajan a sí mismas persiguiendo la creencia de que esto les llevará a la unión con un hombre». No sólo se cumple plenamente la profecía divina del Génesis («Tu deseo se dirigirá hacia tu marido y él te dominará»: Gn 3, 16), sino que se ha sobrepasado ampliamente desde que la mujer está hoy esclavizada no por su esposo sino por los anónimos consumidores de lujuria.

4) Política y demografía

«Se llegaría a poner un arma peligrosa en las manos de las autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales». Desde que estas palabras fueron escritas hasta nuestros días, las políticas del control de población se han convertido en pan cotidiano. Hay numerosos países del primer mundo que condicionan cualquier discusión sobre ayuda económica o técnica a la aceptación de sus políticas de control demográfico, a la exportación masiva de anticonceptivos y a la introducción del aborto y de la esterilización en las legislaciones locales (especialmente en los países en desarrollo).

Se habla de «reingeniería social», es decir, de la implantación forzosa (a través de leyes) de una cultura anticristiana especialmente en materia sexual. Pruebas de esto son las presiones para imponer la ideología de género, la cultura gay (o sea, pro-homosexual), una educación sexual que excluye a los padres, la aceptación de una «Carta de la Tierra» que reemplazaría los Diez Mandamientos 54 , etc.

Indudablemente, Pablo VI tenía razón

Lectura recomendada para quienes quieran conocer más sobre este documento de Pablo VI:
CARTA ENCÍCLICA HUMANAE VITAE



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