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Misiones Juveniles Católicas «Vosotros sois la luz del mundo»

El anuncio del evangelio requiere obreros que realicen el mandato de nuestro Señor Jesucristo: «Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Misiones Juveniles Católicas «Vosotros sois la luz del mundo»

Yanina Portillo

Las Misiones Juveniles Católicas son una experiencia muy enriquecedora para quien las realiza. La visita a las casas es parte central del trabajo del misionero. Es fundamental en ellas, más que recomendaciones dadas, el tener presente que el misionero es instrumento de Dios y que debe compartir, escuchar y aprender de la gente del lugar con la mayor simpleza de su corazón. Compartimos esta anécdota de Nicolás, quien narra su experiencia en las Misiones Juveniles Católicas.


A ver, a ver, ¿qué tenemos por aquí?
Rosario: Listo
Biblia: Listo
Agua bendita: Listo
Sombrero: Listo
Equipo de Tereré: Listo

Así seguía la larga lista de Nicolás mientras preparaba sus cosas. Todo limpio y perfectamente ordenado para lo que sería ya su quinta misión. ¿Por qué me sigo poniendo nervioso si no es mi primera misión? ¿Será que siempre me
va a perseguir esa sensación «de que algo me falta» en cada misión? -Se quejaba el ansioso Nicolás, mientras repetía por quinta vez su lista de cosas-.

Y creo que sí, siempre me voy a poner nervioso, y siempre voy a tener la sensación de que algo me falta -decía un Nicolás ya más meditativo y con el tono de voz más bajo-cada misión es una, por más que ya sean en total diez y para mí la quinta.

¿Qué tan dignos somos para ser ciudadanos del cielo? ¿Qué tan dignos somos de ir a una misión?

Mientras veía la insignia de las Misiones Juveniles Católicas en su ajado chaleco, Nicolás, se puso a pensar: Cada lugar es distinto, con personas distintas, y por ende, cada alma diferente, esa alma que refleja que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Otra parroquia más, mucho por caminar, mucho por recorrer, ¡y qué mucho vamos a comer! Mmm, bueno. Lo importante es que, voy a pasar muy bien otra vez. Bueno, esperá un poco, ¿por qué pienso esto? Estoy ya pensando en los consuelos terrenos, ¡pero qué buenos son! ¡Cuánto más sería en aquellos que encontraremos en el cielo! Es que cada misión es real y verdaderamente una pequeñísima prefiguración del cielo. Esa alegría por cada alma que vuelve a Dios, desde un pequeño niño que logra bautizarse, iniciando su vida divina, o ese otro nene que aprende a hacer la señal de la cruz y las chicas mueren de ternura, ese joven que decidió terminar con su novia para abandonar la vida de pecado o esa pareja que luego de largos años en concubinato por fin santificaron su unión por el santo matrimonio, o por esa ancianita, que en la posteridad de su vida, ya con mirada en el cielo, prepárase para participar de la liturgia celestial. Y por cada uno de ellos, nos alegramos entrañablemente.

Es la primera vez que vemos a ellos, probablemente la última, pero la alegría que uno siente por cada alma es inmensa. No nos une la sangre, nos une algo mucho más superior a esa unión material, que es la espiritual. Y sí, por eso siempre te ponés nervioso, Nicolás, por eso esa sensación «de que algo te falta», porque es así. Siempre te falta algo -se hablaba a sí mismo como siempre lo hacía- y no estoy hablando de medias, que siempre te olvidás, estoy hablando del corazón, porque si la misión es la prefiguración del cielo, se comprenden los nervios. ¿Qué tan dignos somos para ser ciudadanos del cielo? ¿Qué tan dignos somos de ir a una misión? ¿Yo? De decirle a una señora, que me puede doblar la edad, para que vaya a Misa y se confiese. Bueno, no lo hago porque sea digno, lo hago porque es mi deber realizar caridad, porque probablemente tenga más pecado que de aquellos a quienes visite, pero sé bien que «la caridad cubre la multitud de mis pecados».

Nicolás, Nicolás -era su madre quien lo llamaba e interrumpió su meditación- ahí ya vinieron a buscarte. Apurate que mi hijo que te está esperando tu compañero.

Bueno mamá, parece que ya tengo todo y no me olvido de nada, ya me voy, rezá por mí. Al alzar todas sus cosas en el automóvil de Santiago y al predisponerse para ir hasta la Misa de envío y posterior viaje, Nicolás empezó a contar muy entusiasmado a Santiago todas sus meditaciones. A Nicolás le brillaban los ojos, era la primera vez que pudo tener ese tipo de meditaciones, sabía que en Santiago podía confiar, esa sería su undécima misión -experiencias, le sobran- pensaba Nicolás mientras seguía con su relato.

Y, ¿qué te pareció mi meditación? -preguntó curioso Nicolás-.

Y bien, muy bien -le respondió secamente Santiago-.

¿Eso nomás me vas a decir?
Y, ¿qué querés que te diga?

Siguió a esto un gran silencio que acompañó gran parte de todo el trayecto. Silencio que era externo, porque dentro de ellos, principalmente en Nicolás, había un gran revuelo.

Se preguntaba qué habría hecho mal, porqué Santiago había actuado así -¿será que no está conmovido con una misión más?, bueno, ya lleva 11 misiones, seguro con el tiempo uno se cansa y esto termina, espero que no me pase, pero me puede pasar- y así sucesivamente miles de preguntas agobiaban su corazón. Lo que Nicolás no sabía es que estaba dando el mayor de los consuelos al abatido corazón de su amigo Santiago. Si bien es cierto que Santiago fue quien invitó a Nicolás y fue él quien lo ayudó en sus primeros pasos en la vida espiritual, ahora, ora por disposición de Dios ora por aridez, no veía lo que Nicolás estaba viendo. La misión para ese jefe se había vuelto un trámite más.

Mientras Santiago meditaba todas las palabras que le había dicho su amigo Nicolás, encontraba ya una luz que hace tiempo no alcanzaba a ver. Recordaba las primeras misiones y las emociones y meditaciones que había sentido y que eran iguales a las de su amigo Nicolás, se alegraba, pero nuevamente esa leve sonrisa que empezaba a brotar en su rostro se apagaba al pensar que ya no sentía ni meditaba lo mismo.

Voy camino a una misión más, en búsqueda de algún alma, por más pequeña que parezca a decirle: ¡Salva tu alma!

Y no, tal vez ya no sienta lo mismo -pensaba Santiago- y nunca lo vuelva a sentir. Pero no se trata de sentir, se trata de amar, y amar es decisión, no sentimiento. Hoy ya no tengo las emociones que tuve en los primeros años pero no porque ame menos a las MJCs. Mi amor radica justamente en eso, que a pesar de que ya no sienta lo mismo, ahora voy camino a una misión más, en búsqueda de algún alma, por más pequeña que parezca a decirle: ¡Salva tu alma!

Una gran sonrisa se apoderó del rostro de Santiago y explicó a su amigo Nicolás esta gran enseñanza, bueno, ambos estaban confundidos, no sabían quién enseñaba a quién, solo sabían que una misión más estaba en marcha. Nicolás había dado una luz a Santiago, y éste a su vez una cátedra. Volvieron a recordar lo que en toda misión siempre
se dice: «Los primeros misionados, son los propios misioneros». Y que esa frase se estaba personificando en ese momento. Nicolás y Santiago comprendieron que son y deben ser luz del mundo.

Así es la vida de un misionero juvenil. Conoce más de una forma de hacer misión que hace presente a Cristo de modo real, por los sacramentos. Podés acceder a la Fan Page de la Misiones Juveniles Católicas  en facebook.com/MisionesJuvenilesCatolicas.

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