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Preparación remota y cercana del matrimonio

El noviazgo es un tiempo para examinarse a sí mismo, implorando para ello la luz de Dios. ¿Puede haber momento más importante para implorar la ayuda de Dios como el momento de escoger esposo o esposa? Dice un refrán ruso: «¿Te vas a la guerra? Reza una vez. ¿Te embarcas? Reza dos veces. ¿Te casas? Reza tres veces».
Preparación remota y cercana del matrimonio

¿Es lícito contraer matrimonio en un momento de pasión, bajo la impresión embriagadora de una noche de baile? Precisamente el noviazgo es para esto, para darse cuenta del paso decisivo que se va a dar, para conocer a la persona con quien se va a unir, no solamente por su apariencia externa, sino por lo que es realmente por dentro. «Jóvenes, tened en cuenta esto: no puede haber un gran amor si no hay a la vez una profunda delicadeza espiritual».

Exponemos un extracto del Libro «El matrimonio cristiano» del célebre Monseñor Tihamér Tóth, quien habla de dos puntos más que importantes en la preparación de los novios que piensan contraer santo matrimonio.


PREPARACIÓN PARA EL MATRIMONIO

Dice el adagio: «Niño pequeño, pequeños pesares; niño grande, grandes pesares». Lástima que no prosiga; y los mayores pesares llegan cuando el niño grande pasa a ser joven adulto o jovencita en edad de casarse, que quieren dejar el nido familiar para abrir a su vez la puerta de un nuevo santuario familiar. Realmente, entonces es cuando el corazón de los buenos padres está más angustiado: ¿será feliz mi hijo o mi hija en el matrimonio? No hay padre ni madre que no sienta el corazón oprimido al pensar en el matrimonio de su hijo; pero hay muchos —por desgracia— que se limitan a mitigar este sentimiento de angustia, esperando la buena suerte, y no procuran garantizar con una prudente y consecuente educación de sus hijos el futuro matrimonio. Los padres deben educar a sus hijos para que tengan el día de mañana una vida matrimonial feliz, y precisamente es ésta la educación que muchos padres omiten. Educan a sus hijos para que sean corteses y de buenos modales; los educan en el deporte, en el baile, les hace aprender idiomas, música…; lo único que omiten es prepararlos para lo más importante: para la vida matrimonial.

Y, sin embargo, la felicidad de la vida matrimonial tiene: Su preparación remota y  su preparación cercana. «En el presente capítulo indico por lo menos a grandes trazos, lo hago para que los padres procuren también preparar a sus hijos para una vida matrimonial feliz» manifiesta Mons. Tihamér Tóth.

PREPARACIÓN REMOTA

Entre los preparativos remotos de la vida matrimonial hay que destacar tres virtudes imprescindibles: la autodisciplina, la sencillez y la pureza. Son unas virtudes tan valiosas, que sin ellas no se puede siquiera concebir una vida conyugal feliz.

A) Prepararán a sus hijos para una vida matrimonial feliz los padres que los educan en una seria autodisciplina, en el dominio de sí mismos.
¿Qué es la vida matrimonial? Vida en común. Y la vida en común no puede concebirse sin autodisciplina, sin espíritu de comprensión y de perdón.

La vida en común exige mucha paciencia, mucha disposición para perdonar y gran dominio de sí mismo. Muchas tragedias familiares tienen su motivo remoto precisamente en esto: los esposos no fueron educados cuando niños en la autodisciplina, en la abnegación, en la generosidad. Este peligro amenaza especialmente al hijo único, por estar más predispuesto a buscarse a sí mismo y a mirar sólo a sus intereses.

Quien se busca a sí mismo en el matrimonio, quien busca principalmente su propio interés, sus propias ventajas, su propia felicidad, no podrá tener un matrimonio feliz; siempre le acechará la tentación de no ver en su esposo o esposa más que un objeto de placer, un instrumento para satisfacer su sensualidad. El fundamento de la armonía en la vida matrimonial no es otro que tratar al cónyuge como una persona, como un sujeto de derecho. El que se casa lo hace, no para buscar su propia felicidad, sino para hacer feliz a otra persona, y precisamente así logra también su propia felicidad.

B) No es menos importante —principalmente en nuestros días — educar a los hijos en la sencillez, en la modestia, en la austeridad.
Muchas veces el obstáculo para contraer matrimonio estriba en que no hay un trabajo estable, en que no hay dinero. Es verdad. Mas completemos la frase: lo que constituye un gran obstáculo no es tan sólo el hecho de que muchos tengan pocos ingresos, sino este otro hecho: que muchos tienen excesivas pretensiones: Y no se enfaden mis amables lectoras —con muchas de ellas no se aviene lo que voy a decir— si expreso claramente mi sentir: principalmente son las mujeres las que tienen grandes pretensiones.

Los ingresos nunca serán suficientes para sostener los gastos de la casa, si los dos quieren tener todo tipo de lujos y comodidades, si ella necesita siempre vestir a la moda, si ignora lo más elemental de los quehaceres de la casa, de la cocina y del cuidado de los niños. La ley es ineludible: con pocos ingresos, no pueden ser grandes las pretensiones.

En cambio, si la joven esposa es modesta, laboriosa, amante del hogar, si a su preparación o inteligencia un gran espíritu de sacrificio, un gusto exquisito junto a un esfuerzo por economizar, la casa marchará aunque sean muy limitados los ingresos.


La pureza es el más alto valor formativo, porque al ser una escuela incomparable para robustecer la voluntad



C) Además de la autodisciplina y modestia —mejor aún, antes que éstas—, hay otra cualidad imprescindible que los padres deben de inculcar en los jóvenes: la pureza, la castidad.
Nadie puede negar, sea creyente o no, que una juventud pura, continente, casta, es la mejor preparación y la dote más valiosa para un matrimonio feliz.

La pureza es el más alto valor formativo, porque al ser una escuela incomparable para robustecer la voluntad, da el suficiente autodominio que se necesita para la vida matrimonial; y porque demuestra con la vida lo que es amar de verdad, algo que no tiene nada que ver con la búsqueda del placer sexual.

¿Cómo educar a los hijos en la pureza?

Comenzando al inicio de la pubertad, cuando los chicos y las chicas experimentan dentro de sí fenómenos hasta entonces desconocidos para ellos. Los padres son los que deben ir orientándolos en estos años confusos; son ellos los que deben ayudarles a comprenderse a sí mismos, y a comprender esas misteriosas transformaciones corporales y espirituales que van a experimentar en estos años de desarrollo.

¿Quién sino la madre es la más capacitada para explicar a su hija los nuevos fenómenos que acompañan a su ciclo menstrual? ¿Quién va a orientar al adolescente cómo ha de pensar respecto de las muchachas, y a la muchacha cómo ha de pensar tocante a los jóvenes, sino el padre o la madre? Son éstos los que han de inculcar en sus hijos el aprecio por el otro sexo, el respeto, la delicadeza, el comportamiento adecuado.

¿Quién sino los padres van a decir al joven que no hay dos morales distintas para el hombre y la mujer, ni antes ni después del matrimonio?, ¿que todos, tanto, chicos como chicas, están obligados a guardar la pureza de cuerpo y de alma? ¡Ah, si todos lo comprendiesen, lo aceptasen y lo cumpliesen!, ¡cuánto más felices serían los matrimonios…! ¡Y cuántas enfermedades y tropiezos se evitarían! No sólo se erradicarían las infecciones venéreas, sino ¡cuántas tragedias y desencantos se ahorrarían! ¡Cuántas muchachas no se verían engañadas o traicionadas!

Los padres que quieren de verdad ayudar a sus hijos, están siempre pendientes de ellos, saben ganarse su confianza y tratan de enseñarles todos los recursos, naturales y sobrenaturales, que ayudan a guardar la pureza, para que no sean esclavos del placer y del egoísmo.

Entre los recursos naturales están la nobleza de sentimientos, el deporte, la actividad continua (estar siempre ocupados), todo aquello que fortalece la voluntad e invita a ser generosos. Pero estos recursos, aunque importantes, no son suficientes. Se necesitan los medios sobrenaturales, principalmente la oración, la confesión y la comunión frecuentes.

Hay que pedir a Dios la pureza, tal tomo hacía San Agustín: «Oh, Dios, amor mío, enciéndeme a mí. Tú nos mandas la continencia; concédenos lo que mandas y manda lo que quieras» (Confesiones X, 29).

Frente a los engaños de un mundo seductor y manipulador, los hijos deben saber que es posible conservar la pureza de corazón y de cuerpo toda la vida, antes y después de casarse. Dios, que conoce nuestra naturaleza humana, nos la exige porque sabe que nuestra voluntad sostenida por su gracia sobrenatural es más fuerte que nuestros instintos y pasiones. Sólo será realmente libre quien no sea esclavo de las exigencias ciegas de los instintos. El joven tiene que darse cuenta que la lucha no ha de faltar, si quiere sentir la alegría de la victoria.


PREPARACIÓN CERCANA

La preparación cercana ya no es tanto incumbencia de los padres, sino de los mismos jóvenes. Para ello sirve tener un recto sentido de lo que es el noviazgo: éste no es el tiempo del ensimismamiento, del atolondramiento romántico, del soñar despierto, sino el tiempo especial para examinarse a sí mismo, y para tratar de conocer lo más posible al otro.

A) El noviazgo es un tiempo para examinarse a sí mismo, implorando para ello la luz de Dios.
¿Puede haber momento más importante para implorar la ayuda de Dios como el momento de escoger esposo o esposa? Dice un refrán ruso: «¿Te vas a la guerra? Reza una vez. ¿Te embarcas? Reza dos veces. ¿Te casas? Reza tres veces».

¿Estoy dispuesta a ser fiel, a sacrificarme, a trabajar lo que haga falta, a ser paciente, a tener miras elevadas y amor de Dios suficientes para cumplir este triple y difícil deber?

Todo joven responsable, antes de casarse, antes de lanzarse a esta gran empresa, ha de hacerse este examen.

Voy a fundar un hogar. Tendré que sustentar a mi esposa y a los hijos que vengan. Tendré que contentarme con las alegrías propias de una familia sencilla y corriente. Tendré que luchar contra mi egoísmo.

Tendré que renunciar a menudo a muchas cosas… Tendré que comportarme a partir de ahora más responsablemente, pues de mí depende un hogar. Dependerá de mi trabajo, de mi amor, de mi espíritu de sacrificio… el que sea feliz en el matrimonio.

La joven tendrá que decirse otro tanto. ¿Soy consciente de a lo que me comprometo? ¿Podré ser buena esposa, buena madre, buena ama de casa? ¿Estoy dispuesta a ser fiel, a sacrificarme, a trabajar lo que haga falta, a ser paciente, a tener miras elevadas y amor de Dios suficientes para cumplir este triple y difícil deber? ¿Es mayor mi amor que mi vanidad? ¿Es mayor mi amor a la familia que mis ganas de lucirme y de divertirme? Será una empresa ardua, pero todos mis sacrificios serán compensados con creces por el amor de mi esposo y mis hijos. Así que el noviazgo es el tiempo del serio examen de sí mismo…

B) Es a la vez el tiempo apropiado para conocer al prometido o a la prometida.
Muchos matrimonios fracasan porque se contrajeron precipitadamente. Ayer se vieron los novios por vez primera. Hoy dicen que se aman. Y mañana se casan y se juran «fidelidad eterna».

Apenas se conocen al casarse. No conocen el temperamento de la otra parte, ni su concepción de la vida, ni sus inclinaciones, ni sus defectos, ni sus planes… ¿Es posible lanzarse así, tan frívolamente, a formar una nueva familia? ¿Es lícito contraer matrimonio en un momento de pasión, bajo la impresión embriagadora de una noche de baile?

Precisamente el noviazgo es para esto, para darse cuenta del paso decisivo que se va a dar, para conocer a la persona con quien se va a unir, no solamente por su apariencia externa, sino por lo que es realmente por dentro. Jóvenes, tened en cuenta esto: no puede haber un gran amor si no hay a la vez una profunda delicadeza espiritual.

El noviazgo ha de servir para que las chicas comprueben si se dan en ellos los requisitos que garantizan un buen matrimonio. Y el primero de ellos es saber respetarse hasta el momento del matrimonio. El noviazgo es un tiempo para conocerse, no para tener expresiones de amor que son propias de los ya casados.

Muchos jóvenes no entienden este proceder. Muchos se quejan de que sus padres «no se fíen de ellos», de que se les exija, por ejemplo, que anden siempre acompañados de de algún familiar o conocido, de que no puedan disfrutar de esta a solas en dulce intimidad. ¿Por qué no puedo ir con mi novio o con mi novia a una excursión de fin de semana, y si es posible, a un viaje más largo? ¿Por qué no podemos quedarnos solos los dos? ¿A qué tanto recelo? —dicen desesperados muchos jóvenes.

No es que se desconfíe de ti, jovencito o jovencita, sino que se desconfía de la débil naturaleza humana, tan propicia a caer. Si vosotros dos fuerais de mármol, nadie se opondría a que hicierais una excursión los dos solos el fin de semana. Pero vosotros estáis lejos de ser un bloque de mármol frío. Sois seres humanos con dos corazones. Y habéis de creer en la experiencia de los mayores. Habéis de creer que, por muy puro que sea el amor que os tenéis, en el fondo del corazón humano —también en el fondo del vuestro — hay pasiones peligrosas que fácilmente se desbocan. Y con estas precauciones, que os parecen excesivamente rigurosas, sólo se pretende impedir que no hagáis lo que más tarde, arrepentidos, os hubiera gustado no hacer.

Tenéis formas sencillas y llenas de respeto para demostraros vuestro cariño. Pensáis que si no demostráis vuestro amor con manifestaciones que son más propias de los esposos, vuestro amor se enfriará, y él o ella me dejará… Todo lo contrario; precisamente con este comportamiento limpio lograréis una mayor confianza. Ahora todavía no estáis todavía atados definitivamente el uno al otro; por tanto, no os pertenecéis, y precisamente por esto os mostráis con cierto recato y retraimiento. Así podréis granjearos la confianza; así podréis hablar con más libertad de vosotros mismos y de vuestros proyectos; así estaréis seguros de que, cuando realmente ya estéis casados, seréis realmente el uno para el otro y de nadie más. Porque habéis demostrado que vuestro amor es fuerte y no es egoísta ni posesivo… Seamos sinceros: ¿no es así como han, de pensar los novios cristianos?

Cuando se contrae matrimonio, tanto la Iglesia como el Estado inscriben en grandes registros tal acontecimiento, y al final del año las estadísticas los encuadran en columnas para ver cuántos matrimonios se han contraído, a qué edad, entre qué ciudadanos, de qué clase…

Sin embargo, los datos estadísticos no dicen nada de las alegrías o tristezas, felicidad o tragedias que suponen estos matrimonios. ¿Quién sabe las lágrimas silenciosas que tendrán que verter muchos matrimonios jóvenes en noches de insomnio?

Vosotros, los que os quejáis con harta frivolidad de la severidad de vuestros padres o de la Iglesia, porque no os permiten «vivir a vuestro gusto» cuando todavía no estáis casados; vosotros, los que os dejáis deslumbrar por esos modos de vida tan atrayentes como el «matrimonio de camaradería», el «matrimonio de prueba», el «matrimonio de hecho»…, pensad en aquella flor que se despliega pomposa bajo el rayo primaveral. La mariposa va a posarse en ella…, liba su miel…, pero la miel pronto se acaba…; la mariposa pasa a otra flor, encuentra flores a millares, todas las que quiere… La pequeña flor se queda allí abandonada, y deja caer hacia el suelo su corola pálida y marchita… lo mismo les puede pasar a muchas chicas que fueron bellas y vírgenes, pero que quisieron gozar de su juventud antes de tiempo, quebrantando el proyecto santo de Dios…

¡Qué felices son, en cambio, los que se fían de Dios! «Dichosos todos los que temen al Señor y siguen sus caminos. Dichoso tú, porque comerás el fruto de tu trabajo: dichoso serás y todo te irá bien. Tu esposa será como parra fecunda en medio de tu casa. Tus hijos, como brotes de olivo en torno a tu mesa. Así será bendito el hombre que teme al Señor. El Señor te bendiga desde Sión para que… veas a los hijos de tus hijos» (Salmo 128).

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