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¿Qué hacer cuando nos acosan las preocupaciones?

El temor excesivo bloquea nuestra mente espiritual. Bloquea nuestra fe. Nos olvidamos de la presencia de Dios en nuestra vida. Nos olvidamos de que ese Padre bondadoso no nos puede fallar. Uno de los textos más asombrosos de la Biblia es el capítulo sexto de San Mateo. Ahí Jesús garantiza que si buscamos el reino de Dios y su justicia, todo se nos dará por añadidura (Mt 6, 31-34).
Jesús protector del hombre ante las preocupaciones

P. Hugo Estrada

Nuestra sociedad moderna se caracteriza por el creciente aumento de enfermedades de tipo nerviosos, muchas personas son flageladas por la depresión. Abundan los individuos que solamente pueden vivir a base de tranquilizantes. Los psicólogos y los psiquiatras ven que su clientela aumenta de día en día.

En el fondo de este problema está la ansiedad provocada por las múltiples preocupaciones, la mayoría de las veces, de tipo material. El vestido, la comida, el trabajo. La cuenta de luz que sube hasta el infinito. La leche y la carne se vuelven artículos de lujo. La medicina necesaria no se logra conseguir por su alto precio. Estas preocupaciones generan intranquilidad y desasosiego; provocan enfermedades de tipo nervioso.

En medio de una sociedad neurotizada, suena la «extraña» voz de Jesús que «ordena» que no debemos preocuparnos del vestido, de la comida, del mañana. Este discurso de Jesús nos recuerda a los «hippies». Ellos salieron a las calles con su exótica indumentaria, gritando: «PAZ Y AMOR». Eran unos idealistas con mucho de haraganería. Sólo denunciaron los errores de la sociedad, pero no aportaron nada constructivo.

¿Qué quiere decir Jesús cuando nos ordena no preocuparnos por el vestido y la comida, por el mañana? Ciertamente Jesús no está propiciando una sociedad conformista. En sus parábolas habló claramente de que se nos pedirá el «doble» de los talentos que se nos confiaron. También advierte de que la higuera que no produce frutos va a ser arrancada y echada al fuego.

Lo que el Señor quiere es salvarnos del «miedo excesivo». El temor excesivo indica falta de confianza en Dios, en ese Padre que cuida de las aves y de los lirios del campo, en el Dios bondadoso que nos ha garantizado su providencia.

El temor excesivo bloquea nuestra mente espiritual. Bloquea nuestra fe

Cuando un alumno se presenta a examen, es normal que tenga un «poco» de temor. Si se deja invadir por el «temor excesivo», aunque esté muy bien preparado, corre el riesgo de que se bloquee su mente y no logre contestar el test. El temor excesivo bloquea nuestra mente espiritual. Bloquea nuestra fe. Nos olvidamos de la presencia de Dios en nuestra vida. Nos olvidamos de que ese Padre bondadoso no nos puede fallar. Uno de los textos más asombrosos de la Biblia es el capítulo sexto de San Mateo. Ahí Jesús garantiza que si buscamos el reino de Dios y su justicia, todo se nos dará por añadidura (Mt 6, 31-34). Es una promesa tan estupenda, que, por eso mismo, no se le toma en serio; se le tiene como un «piadoso» consejo de Jesús, y no como una promesa concreta.

Esta promesa -hay que advertirlo bien claro- no es para todos. Es solamente para los que buscan en primer lugar el «reino de Dios y su justicia», es decir, la voluntad de Dios en todo. Muchos quieren «la añadidura», pero sin buscar antes el reino de Dios y su justicia. Quieren la «bendición» de Dios, pero sin molestarse en ir por el camino «estrecho» de que habla Jesús.

Muchas personas se me acercan cuando tienen graves problemas financieros. Cuentan su larga y terrible historia. Les hago una breve pregunta: «Ustedes ¿están viviendo en Gracia de Dios? ¿Están comulgando, se confiesan? ¿Frecuentan la iglesia? Afirman que no. Añado entonces: «¿Y todavía se extrañan de que les vaya mal? Busquen acercarse, en primer lugar, a la bendición de Dios. Asegúrense primero de que le están dando a Dios el lugar que le corresponde y verán cómo cambiará su situación». Cuando afirmo que «cambiará» la situación no estoy asegurando «riqueza en el horizonte». Simplemente estoy repitiendo la promesa de Jesús: al que busca en primer lugar hacer la voluntad de Dios, el Señor le promete que no le faltará «lo necesario». La providencia de Dios se hace fiadora de este asunto. No entiendo «ilusionar» a la gente con falsas promesas. Creo firmemente en la Palabra de Dios.

Quisiera referirme al caso de Don Bosco, un gran santo que pasó por momentos críticos de su vida, en lo que respecta a lo material, pero que nunca sucumbió ante el espectro del temor.

 

Don Bosco

San Juan Bosco fue un siervo de Dios que en todo buscó el reino de Dios y su justicia. Se metió en graves problemas de tipo económico para ayudar a jóvenes marginados por la sociedad. Construyó talleres para aprendices, orfanatos, iglesias, escuelas. Todo esto lo llevó a enredarse en serios problemas financieros. La Providencia siempre lo ayudó a salir de esos problemas. Don Bosco había hecho el propósito de no decir ni una sola palabra que no fuera para la mayor gloria de Dios. Afirmaba que antes de cada empresa se preguntaba si era para la mayor gloria de Dios. Si lo era, se lanzaba hasta la temeridad. Por eso la Providencia nunca lo dejó sólo.

Se encontraba Don Bosco en un grave problema; tenía una de sus infaltables deudas. Los representantes de la autoridad estaban por llegar. De pronto tocan a la puerta. Era el abogado Occeleti que acaba de hacer un buen negocio y llevaba un sobre para Don Bosco. El sobre contenía la cantidad exacta que Don Bosco necesitaba.

En 1858, Don Bosco iba a ser llevado a los tribunales. No había logrado juntar la cantidad necesaria para pagar una deuda. Se lanzó a la calle, como a la aventura, para buscar «algo». Alguien lo detiene y le pregunta si necesita dinero. Don Bosco se extraña de la pregunta. El misterioso individuo le entrega un sobre y se aleja. Dentro del sobre estaba la cantidad exacta que Don Bosco necesitaba con urgencia para salir de su embrollo.

Cuando Don Bosco era ya anciano, se encontraba descansando en la casa de un amigo. Recibió dos cartas. En una, se le indicaba que le enviarían a un abogado para que le cobrara la suma de 30 mil liras. Don Bosco tragó amargo. En la otra carta, una dama belga le enviaba un cheque con 30 mil francos para colaborar con sus obras de beneficencia. Don Bosco, llorando, salió de la habitación mientras gritaba: «¡La Providencia, la Providencia!».

Don Bosco siempre buscó en todo hacer la voluntad de Dios y el Señor nunca le dejó enredado en sus problemas.

Una de las grandes equivocaciones consiste en querer «beneficiarse» de las promesas de la Biblia sin cumplir, previamente, con las condiciones que Dios exige.

El método de San Pablo

San Pablo aseguraba que él ya se había acostumbrado a vivir, serenamente, tanto en la abundancia como en la penuria (Flp 4, 12). En todo veía la mano de Dios, y lo alababa. San Pablo da un consejo muy sabio para los momentos críticos de la vida. Dice San Pablo: «No se aflijan por nada, sino preséntenlo todo a Dios en oración. Así Dios les dará su paz que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos porque ustedes están unidos a Cristo Jesús» (Flp 4, 6-7).

San Pablo está en lo cierto cuando aconseja que en los momentos difíciles, hay que acudir, en primer lugar, a la oración. Si la oración es auténtica, nos llevará a detectar si somos nosotros los artífices de nuestros propios desastres. En la oración, el Espíritu Santo nos señala de qué manera nosotros mismos estamos provocando nuestras propias desgracias. Pero la oración no nos deja nunca hundidos. En la oración Dios nos entrega la medicina apropiada para curar nuestro mal. Cuando estamos unidos a Dios en la oración, como dice San Pablo, el Señor guardará con su paz nuestros pensamientos y nuestros corazones.

La política de Dios

Es muy común entre el pueblo la exclamación: «¡Que bueno es Dios!», cuando se ha obtenido un buen negocio, una ventaja de tipo económico. Pero no se afirma con gozo que Dios es bueno cuando aumentan las deudas, cuando se encuentra el individuo en un callejón sin salida en sus afanes financieros. Dios siempre es bueno. Es bueno cuando permite que Elías sea perseguido y caiga en la depresión, como cuando le envía diariamente alimento por medio de unos cuervos. Dios es bueno cuando no exime a Don Bosco de ser perseguido por sus acreedores, con peligro de ir a la cárcel, como cuando le envían un sobre que contiene un cheque con la cantidad exacta de su deuda. Dios siempre es bueno. Los malos somos nosotros que sólo lo sabemos alabar cuando tenemos logros de tipo material.

José fue vendido por sus hermanos. Fue a parar a una oscura cárcel en Egipto. Todo tremendo. En los planes de Dios, José debía bajar muy hondo en la desgracia porque le tocaba subir muy alto en la gloria. Llegó a ser virrey de Egipto. Por medio de él Dios salvó del hambre al pueblo de Israel. Hizo descender muy abajo a José para que las alturas del trono no lo marearan de vanagloria.

Así lo afirma el Génesis: «Vio Dios que era bueno». Dios todo lo hizo bien. Hay que tener ojos de fe para entender que lo que aparenta estar torcido, para Dios es el camino más recto. De aquí que en toda situación, el hombre de fe profunda alaba siempre a Dios.

Por lo tanto busquen primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura.

Aquí está la base para poder «vivir» lo que dice Jesús: «No se preocupen preguntándose qué vamos a comer o qué vamos a beber o con qué vamos a vestirnos. Todas estas cosas son las que preocupan a los paganos, pero ustedes tienen un Padre celestial que ya sabe que la necesitan. Por lo tanto busquen primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6, 31-34).

El conocedor de la vida de San Juan Bosco, el Cardenal Alimonda, decía que la calma y la serenidad de Don Bosco en toda circunstancia se debían a que él se había abandonado en los brazos de Dios. Aquí está la clave para la paz que todos estamos buscando. Esa serenidad no la dan los tranquilizantes. Esa paz nos viene de Dios, cuando sabemos confiar en él como un Padre amoroso y providente, y cuando buscamos primero el reino de Dios y su justicia.


Extracto del libro «Meditaciones para los días de sufrimiento»

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5 comentarios en “¿Qué hacer cuando nos acosan las preocupaciones?”

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