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San José, el santo del silencio

San José es el santo más silencioso de la Iglesia. No se conocen de él ninguna sola palabra. Y sin embargo, es un gran modelo de obediencia, y de otras virtudes. En este artículo te contamos acerca de él y de la espiritualidad que anima a quienes le tiene devoción, entre ellos, la misma Iglesia.


Se lee en el Evangelio sus pensamientos y sus penas, su relación con los ángeles, su castidad virginal, su justicia, su pronta obediencia a las órdenes de Dios, sus viajes con Jesús y por Jesús, su exactitud en el cumplimiento del deber religioso, su penitencia en el ejercicio de un oficio penoso, su solicitud por el depósito divino, su abandono a la conducta de Dios, su prisa en buscar a Jesús. Sin embargo, no leemos ninguna palabra suya.

En los Evangelios encontramos la vocación del Apóstol, el cual es anunciar a Jesucristo a todas las naciones. También existen las vocaciones no visibles, ocultas, como la de San José, el santo del silencio.

Su ejemplo es muy edificante para nuestros tiempos, en donde se da mayor valor a las obras extraordinarias, en detrimento de las sencillas que solo son vistas por Dios y los ángeles.

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Su infancia y juventud

La beata Ana Catalina Emmerick, nos cuenta algunos detalles sobre su infancia, que recibió por revelación divina. 

«José, cuyo padre se llamaba Jacob, era el tercero entre seis hermanos. De natural muy distinto a sus hermanos, era muy inteligente, y aprendía todo muy fácilmente, a pesar de ser sencillo, apacible, piadoso y sin ambiciones. Sus hermanos lo hacían víctima de toda clase de travesuras y a veces lo maltrataban.

Sus padres no le mostraban tampoco mayor cariño. Hubieran deseado que empleara su talento en conquistarse una posición en el mundo; pero José no aspiraba a nada de esto. En otra época en que podría tener doce años lo vi a menudo huir de las molestias de sus hermanos, yendo al otro lado de Belén, no muy lejos de lo que fue más tarde la gruta del pesebre, y detenerse allí algún tiempo para rezar.

José era muy piadoso y oraba por la pronta venida del Mesías. Estando un día ocupado en arreglar un oratorio, cerca de su habitación, para poder rezar en completa soledad, se le apareció un ángel, dándole orden de suspender el trabajo: que así como en otro tiempo Dios había confiado al patriarca José la administración de los graneros de Egipto, ahora el granero que encerraba la cosecha de la Salvación habría de ser confiado a su guardia paternal. José, en su humildad, no comprendió estas palabras y continuó rezando con mucho fervor hasta que se le ordenó ir al Templo de Jerusalén para convertirse, en virtud de una orden venida de lo Alto, en el esposo de la Virgen Santísima».

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Su silencio

San José es el santo de la simplicidad, el santo del sentido común, el santo de la sencillez, el santo del silencio. Porque la perfección consiste en someterse y la gloria del cristiano no reside en los empleos deslumbrantes, sino en el cumplimiento de lo que Dios quiere. Los apóstoles brillaron en el mundo como estrellas; José, nada hizo a los ojos de los hombres; todo lo hizo ante los ojos de Dios. Veía a Jesús, se deleitaba, y no decía nada.

La devoción a San José

San José es conocido por ayudar a las almas que se les encomiendan.  Santa Teresa de Ávila decía: «no hay gracia que no he alcanzado por medio de San José». Esta santa y otros recomiendan su devoción.

La treintena de San José

Hay una oración muy eficaz para alcanzar el favor de Dios por medio de este santo, es la treintena, la cual se reza 30 días en honor a los 30 años que San José vivió como padre putativo de Jesús. 

¡Oh amabilísimo Patriarca, Señor San José! Desde el abismo de mi pequeñez, dolor y ansiedad, os contemplo con emoción y alegría de mi alma en vuestro solio del cielo, como gloria y gozo de los Bienaventurados, pero también como padre de los huérfanos en la tierra, consolador de los tristes, amparador de los desvalidos, gozo y amor de tus devotos ante el trono de Dios, de tu Jesús y de tu santa Esposa.

Por eso yo, pobre, desvalido, triste y necesitado, a Vos dirijo hoy y siempre mis lágrimas y penas, mis ruegos y clamores del alma, mis arrepentimientos y mis esperanzas; y hoy especialmente os traigo ante vuestro altar y vuestra imagen una pena que consoléis, un mal que remediéis, una desgracia que impidáis, una necesidad que socorráis, una gracia que obtengáis para mí y para mis seres queridos.

Y para conmoveros y obligaros a oírme y conseguírmelo, os lo pediré y demandaré durante treinta días continuos en reverencia a los treinta años que vivisteis en la tierra con Jesús y María, y os lo pediré, urgente y confiadamente, invocando todos los títulos que tenéis para compadeceros de mí y todos los motivos que tengo para esperar que no dilataréis el oír mi petición y remediar mi necesidad; siendo tan cierta mi fe en vuestra bondad y poder, que al sentirla os sentiréis también obligado a obtener y darme más aún de lo que os pido, y deseo.

1.- Os lo pido por la bondad divina que obligó al Verbo Eterno a encarnarse y nacer en la pobre naturaleza humana, como Dios de Dios, Dios Hombre, Dios del Hombre, Dios con el Hombre.

2.- Os lo suplico por vuestra ansiedad de sentiros obligado a abandonar a vuestra santa Esposa, dejándola sola, y yendo solo sin ella.

3.- Os lo ruego por vuestra resignación dolorosísima para buscar un establo y un pesebre para palacio y cuna de Dios, nacido entre los hombres, que le obligan a nacer entre animales.

4.- Os lo imploro por la dolorosísima y humillante circuncisión de vuestro Jesús, y por el santo y dulcísimo nombre que le impusísteis por orden del Eterno para consuelo, amor y esperanza nuestra.

5.- Os lo demando por vuestro sobresalto al oír del Angel la muerte decretada contra vuestro Hijo Dios, por vuestra obedentísima huida a Egipto, por las penalidades y peligros del camino, por la pobreza del destierro, y por vuestras ansiedades al volver de Egipto a Nazaret.

6.- Os lo pido por vuestra aflicción dolorosa de tres días al perder a vuestro Hijo, y por vuestra consolación suavísima al encontrarle en el templo; por vuestra felicidad inefable de los treinta años que vivisteis en Nazaret con Jesús y María sujetos a vuestra autoridad y providencia.

7 .- Os lo ruego y espero por el heroico sacrificio, con que ofrecisteis la víctima de vuestro Jesús al Dios Eterno para la cruz y para la muerte por nuestros pecados y nuestra redención.

8.- Os lo demando por la dolorosa previsión, que os hacía todos los días contemplar aquellas manos infantiles, taladradas un día en la Cruz por agudos clavos; aquella cabeza que se reclinaba dulcísimamente sobre vuestro pecho, coronada de espinas; aquel cuerpo divino que estrechabáis contra vuestro corazón, ensangrentado y extendido sobre los brazos de la Cruz; aquel último momento en que le veíais expirar y morir por mí, por mi alma, por mis pecados.

9.- Os lo pido por vuestro dulcísimo tránsito de esta vida en los brazos de Jesús y María. y vuestra entrada en el Limbo de los Justos en el cielo, donde tenéis vuestro trono de poder.

10.- Os lo suplico por vuestro gozo y vuestra gloria, cuando contemplasteis la Resurrección de vuestro Jesús, su subida y entrada en los cielos y su trono de Rey inmortal de los siglos.

11.- Os lo demando por vuestra dicha inefable cuando visteis salir del sepulcro a vuestra santísima Esposa, resucitada, y ser subida a los cielos por ángeles, y coronada por el Eterno, y entronizada en un solio junto al vuestro como Madre, Señora y Reina de los ángeles y hombres.

12.- Os lo pido y ruego y espero confiadamente por vuestros trabajos, penalidades y sacrificios en la tierra, y por vuestros triunfos y gloria feliz bienaventuranza en el Cielo con vuestro Hijo Jesús y vuestra esposa Santa María.

¡Oh mi buen San José! Yo, inspirado en las enseñanzas de la Iglesia Santa y de sus Doctores y Teólogos y en el sentido universal del pueblo cristiano, siento en mí una fuerza misteriosa, que me alienta y obliga a pediros y suplicaros y esperar me obtengáis, de Dios la grande y extraordinaria gracia que voy a poner ante este tu altar e imagen y ante tu trono de bondad y poder en el Cielo: la espero, Santo Patriarca. (Aquí, se pide la gracia que se desea.) Obtenedme también para los míos y los que me han pedido ruegue por ellos, todo cuanto desean y les es conveniente. San José rogad por nosotros; Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.

Oración: Oh Dios, que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como intercesor en los cielos. Oh Dios, que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.

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