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Santa Teresa del Niño Jesús y la eterna infancia de Peter Pan

El deseo de Peter Pan, el de la eterna infancia, no es otra cosa que un camino de santidad, como nos lo explica magistralmente Santa Teresa del Niño Jesús.
Santa Teresa del Niño Jesús y la eterna infancia de Peter Pan

Peter Pan y Wendy a la luz de Historia de un alma.

El sol se ha ocultado, sus últimos rayos apenas se divisan en el horizonte y las primeras estrellas adornan la incipiente noche. El padre junto a la ventana, sentado en su trono, espera a sus hijos para el cotidiano encuentro nocturno, la madre trae el café, ordena la pequeña mesa en silencio, sirve una taza a su esposo y llama a sus hijos, que hasta el momento descansaban tras la ardua jornada escolar. Cuando por los pasos que se escuchan se deduce que los niños están por llegar, el padre se levanta y da unos pasos hacia su derecha para encontrarse con el estante de libros que cubre toda la pared. Hace correr su mano derecha sobre los libros de modo horizontal, con cierta rapidez; como si al solo tocarlas supiera el contenido de ese libro. Cuando el primer niño llega a la sala el padre ya tenía un libro de tapa muy colorida en la mano; pero seguía pasando la mano esta vez un poco encorvado ya que su búsqueda esta vez se realizaba en la bandeja inferior. Cuando lo encontró, una ligera curvatura se formó en sus labios. Tomó el segundo libro, este parecía más antiguo que el anterior, la tapa era completamente marrón, volvió a su lugar y se sentó. Sus hijos estaban sentados en el suelo, y su esposa en una silla detrás de éstos, acariciaba los rizos del más pequeño. — Hoy leeremos dos libros.— dijo el Padre con voz firme, pero al mismo tiempo dulce. Y mostrando cada libro dijo: — «Peter Pan y Wendy» de J. M. Barrie e «Historia de un alma de Santa Teresa de Lisieux».

La hija mayor haciendo alarde de la nueva palabra que había aprendido dijo:— ¿De qué tratan ambos libros? — poniendo un especial énfasis en la palabra «ambos». El Padre con una sonrisa de doble finalidad, por un lado demostrando su alegría por el logro léxico de su hija y por el otro, dando importancia al momento, por lo que dijo: — de lo mismo, de la santidad.

Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, fue una religiosa del monasterio carmelita de Lisieux, en Francia. Vivió solamente 24 años, pero le bastaron para alcanzar de Dios la santidad, de hecho es una de las santas más populares de Francia, y además, tiene el título de Doctora de Iglesia; honor que la Iglesia a dado solamente a cuatro mujeres.

Su autobiografía «Historia de un alma» se convirtió en un clásico de la espiritualidad católica y es libro de cabecera de varios santos.

Cuando ella nacía en Alençon, al norte de Francia, corría el año 1873; por entonces, el novelista y dramaturgo de origen escocés Sir James Matthew Barrie, famoso por su obra «Peter Pan y Wendy» que fue publicada 7 años después de la muerte de nuestra santa, ya contaba con 13 años. ¿Es azarosa esta contemporaneidad? ¿Podrían realmente guardar alguna relación los libros de estos dos personajes al parecer tan antagónicos?

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La «Historia de un alma» es un escrito autobiográfico escrito por Santa Teresa en virtud de la obediencia a la Madre Superiora de Lisieux. En ella se nos revela con hermosura y delicadeza el  «caminito» que hizo, el de la infancia espiritual. Un camino de confianza y entrega absoluta a Dios. Ese camino la llevó al cielo y eso lo constatamos en los escritos de la Madre Inés que nos relatan los últimos días de nuestra santa. En fecha 6 de agosto del año de su muerte, es decir 1897 leemos:

«Por la noche, durante Maitines, le pregunté qué entendía ella por “ser siempre una niñita delante de Dios”. Me respondió: Es reconocer la propia nada y esperarlo todo de Dios, como un niñito lo espera todo de su padre; es no preocuparse por nada, ni siquiera por ganar dinero. Hasta en las casas de los pobres se da al niño todo lo que necesita; pero en cuanto se hace mayor, su padre se niega ya a alimentarlo y le dice. Ahora trabaja, ya puedes arreglártelas tú solito. Precisamente por no oír eso, yo no he querido hacerme mayor, sintiéndome incapaz de ganarme la vida, la vida eterna del cielo. Así que seguí siendo pequeñita, sin otra ocupación que la de recoger flores, las flores del amor y del sacrificio, y ofrecérselas a Dios para su recreo. Ser pequeño es también no atribuirse a sí mismo las virtudes que se practican, creyéndose capaz de algo, sino reconocer que Dios pone ese tesoro en la mano de su hijito para que se sirva de él cuando lo necesite; pero es siempre el tesoro de Dios. Por último, es no desanimarse por las propias faltas, pues los niños caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño».

Mientras en Francia, una de las más grandes santas entregaba a Dios el último de sus alientos, se esbozaba en Gran Bretaña, la historia que leerían generaciones y generaciones de niños en todo el mundo. Es la historia de tres niños ingleses que una noche, tras recibir la visita de un extraño ser que tiene poderes mágicos y se llama Peter Pan, salen volando con él hasta llegar al sorprendente país de donde procede: la isla de Nunca Jamás. Allí, acompañados por el hada Campanita, vivirán divertidas y peligrosas aventuras entre indios, fieras y una banda de piratas capitaneada por un archivillano llamado capitán Garfio. Peter Pan es un niño que nunca crece, tiene diez años y odia el mundo de los adultos. ¿Se puede ser niño para siempre? La psicología moderna nos dice que no. De hecho esta ciencia ha bautizado con el nombre de Síndrome de Peter Pan al trastorno psicológico de la inmadurez social y afectiva, aunque esto no es aceptado por todas las escuelas psicológicas.

Sin embargo, el deseo de Peter Pan, el de la eterna infancia, no es otra cosa que un camino de santidad, como nos lo explica magistralmente Santa Teresa del Niño Jesús.

En el orden natural de las cosas, crecer es volverse cada vez más independiente de los padres; ahora bien, espiritualmente sucede lo contrario, crecer es volverse cada vez más dependiente de Dios, de su gracia, de su providencia, de su santísima voluntad. Es reconocer que los actos virtuosos no proceden de uno, sino de Dios. La infancia espiritual es pues, el total abandono en los brazos de Dios, aun sin entenderlo del todo; como los niños que no confían sino en las palabras de su padre, aunque esas palabras sean aún misteriosas para él. Y a eso se refería Nuestro Señor cuando dijo: «Dejad que los niños vengan a mí no se lo impidáis».

Que nuestra alma sea siempre como la de un niño, un eterno niño como Peter Pan; que llegue como Santa Teresita, al país del Nunca Jamás, es decir, al cielo.

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