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Supremo dominio de Dios sobre toda la sociedad

Es estrictamente necesario que todo Estado, toda Nación, en un palabra, toda Sociedad, esté sumisa enteramente a Dios. De este modo se afirma la obligación del Orden Social, tanto para la conciencia colectiva como para la conciencia individual.

Puntos doctrinales sobre la Realeza Social de Cristo. 

Es estrictamente necesario que todo Estado, toda Nación, en un palabra, toda Sociedad, esté sumisa enteramente a Dios. De este modo se afirma la obligación del Orden Social, tanto para la conciencia colectiva como para la conciencia individual.

 

SEGUNDA LECCIÓN
Supremo dominio de Dios sobre toda la sociedad

 

9. ¿Cuál es la consecuencia inmediata de la condición creada de toda sociedad?

La primera consecuencia es la dependencia necesaria, absoluta, completa, de toda sociedad y de todo orden social establecido, como de todo orden social posible, respecto de Dios.

 

10. No comprendo la dependencia de un organismo social respecto de Dios. El organismo social no está dotado de conciencia. Sólo al individuo le corresponde comprender su deber moral y cumplirlo.

En las consideraciones que usted acaba de hacer hay una triste confusión. Primeramente, la creación y la dependencia que le sigue para toda sociedad, no provienen del hecho de que el hombre haya recibido de Dios el ser y la existencia. El que sea creado no depende de él; que lo quiera o no, el hombre es una creatura. Lo mismo ocurre con toda sociedad. No depende de ella el ser o no ser creatura; la condición de creatura pertenece a su propia esencia. Con más razón, toda sociedad representa una, colectividad inteligente.

 

Esta colectividad tiene por obligación primera la de comprender lo que le es esencial. Debe conocer sus deberes primordiales anexos a su condición de creada. Y la primera verdad de la cual dependen las otras, y que dicta a la creatura sus obligaciones, es la del Supremo Dominio de Dios sobre toda creatura y que toda creatura depende absolutamente de Él. Una colectividad que, como tal, no estuviese convencida de esta verdad faltaría a la más rigurosa de sus obligaciones; infaliblemente se equivocaría de camino. Es, pues, estrictamente necesario que todo Estado, toda Nación, en un palabra, toda Sociedad, esté sumisa enteramente a Dios. De este modo se afirma la obligación del Orden Social, tanto para la conciencia colectiva como para la conciencia individual.

 

11. ¿Existen otras consecuencias de la condición de creatura inherente a toda sociedad?

Otra consecuencia de lo dicho es que toda Sociedad depende de Dios en su constitución íntima. Se quiere decir por esto que, todo lo que contribuye a formar una sociedad debe estar impregnado de Dios. Explicamos. En toda sociedad se halla la unión íntima de las voluntades, de los medios aptos y un fin que debe alcanzarse. En cada uno de estos elementos la Sociedad depende de Dios, porque es una creatura.

La consecuencia estrictamente lógica se deduce fácilmente. Cuando una sociedad se constituye, debe considerar su fin bajo el punto de vista del fin último y supremo: Dios. La unión de las voluntades debe hacerse bajo la dependencia práctica de Dios. Los medios aptos deben ser conformes a las exigencias de la Ley Eterna. De este modo, cuando un Estado se constituye, tiene como primer deber el de poner como base de su Carta fundamental, de su legislación y todo lo demás, la más absoluta dependencia para con Dios y su más entera conformidad con la Ley Eterna. Afirmar lo contrario sería establecer el desorden y acabar en la idolatría.

 

12. Pero según lo dicho, parece que los Estados están obligados a dar culto a Dios.

Hay cosas que son perceptibles por el sentido de la vista, del oído o de los otros sentidos, que se pueden palpar de algún modo: son las cosas visibles. A parte de éstas, hay otras cosas que existen realmente, de cuya existencia nos podemos dar cuenta pero que no son perceptibles por los sentidos.

 

13. ¿Cómo pueden los Estados estar obligados a dar culto a Dios? De hecho no conocen a Dios.

A esta pregunta se responde por las palabras del Apóstol San Pablo. En el primer capítulo de la Epístola a los Romanos, habla así: “La ira de Dios se manifiesta desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que injustamente cohíben la verdad; puesto que lo que es dable conocer de Dios está manifiesto en ellos, ya que Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Él, su eterno poder y su divinidad, se hacen notorios desde la creación de/ mundo, siendo percibidos por sus obras, de manera que no tienen excusa; por cuanto conocieron a Dios y no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias” (Rom. 1, 18).

El Espíritu Santo, por la boca del Doctor de las Naciones, proclama que los paganos sumergidos en todos los horrores de la impiedad, son inexcusables de no haber conocido ni glorificado a Dios. Los acusa de haber rechazado la luz; no puede excusarlos en nada. Lo mismo que los paganos, de los que habla San Pablo, los Estados modernos, sean los que sean, son inexcusables. No puede admitirse que su actitud sea conforme a las exigencias de la razón. A los gobernantes y a los dirigentes, como a cualquier otra persona, Dios se les manifiesta por sus obras. Si los hay que no quieren exigir que los Estados den a Dios un culto social y oficial, son inexcusables por las razones que da San Pablo. Desde el simple punto de vista racional, los Gobernantes, los Parlamentos, los Legisladores, etc., deben practicar un culto a Dios, del que no pueden dispensarse y del que no pueden dispensar a ningún Estado ni Sociedad. Dicho esto, se debe concluir que incluso cuando un Estado pudiese ser excusado de no someterse a las directivas de la Iglesia por no haberlas conocido, no podrá ser excusado de faltar a Dios ni de haber dejado de someterse a los divinos preceptos de la Ley Eterna.

 

14. Así, usted considera como inexcusables a todos los hombres públicos que, por razones políticas y de prudencia, no quieren afirmar el supremo dominio de Dios sobre toda creatura y especialmente sobre los organismos sociales.

Exactamente. Y el Apóstol San Pablo va aún más lejos. Declara que la severidad de Dios se manifestará contra los que desobedezcan a esta ley primordial. Los que no quieren aceptar a Dios como Creador, Jefe y Supremo Dominador de toda Sociedad van en contra de la ley natural y de las luces de su propia razón. Nosotros no podemos aceptar sus teorías, sino que debemos combatirlas con extrema energía.

 

15. En estas condiciones, toda política está y deber estar sumisa a Dios.

Usted lo ha dicho. Toda política debe estar sumisa a Dios. Sea cual sea el sentido atribuido al término “política”, debe reconocerse en lo que expresa una realidad dependiente de Dios. Más todavía, es en este terreno que debe aplicarse la teoría del fin último que se expuso anteriormente. No debemos perder nunca de vista que el hombre se halla sobre la tierra para prepararse a la eterna bienaventuranza. Todas las instituciones divinas o humanas tienen como fin último la gloria de Dios y la salvación de lo almas.

Así todas las instituciones sociales, todas las acciones y directivas políticas deben tener cuenta de esta verdad fundamental, de que el hombre no ha sido hecho para este mundo, sino para la Eternidad. Las Constituciones de los Pueblos, su Legislación, las disposiciones jurídicas, administrativas, etc., deben considerar primeramente y antes de cualquier otra cosa, el fin último de toda existencia humana. Toda política debe, en motivo de este fin último, ser conforme a la Ley Eterna de Dios, al Credo Y al Decálogo.

 

16. Usted dice que el Estado debe estar totalmente sumiso a Dios. Pero la Iglesia, ¿no debe igualmente estarlo?

Por supuesto. La Iglesia, como todo Sociedad, debe a Dios obediencia y sumisión enteras. En el mundo hay muchas y muy diversas sociedades. Dos sociedades dominan sobre las otras: la Iglesia y el Estado. Si insistimos en la dependencia del Estado para con Dios, es a causa de los errores que reinan sobre este tema. La Iglesia debe a Dios una sumisión tanto mayor cuanto que tiene por función dirigir a los hombres hacia su destino eterno. Depende de Dios en su existencia, en los medios que Dios Pone a su disposición para santificar las almas; depende de Dios por la obligación en la que se haya de mostrar tanto a los particulares como a los hombres públicos, a las Sociedades privadas como a los Estados, el camino que debe seguirse para llegar a salvarse. En pocas palabras, toda sociedad depende de Dios. El Estado es una Sociedad: luego depende de Dios. La Iglesia es una Sociedad: luego depende de Dios, y su dependencia es todavía más íntima.

 

17. Lo dicho parece establecer que la Iglesia y el Estado tienen que estar de acuerdo en el Gobierno de los hombres, ¿no es cierto?

Exactamente. Los Papas así lo han enseñado siempre: debe haber un perfecto acuerdo entre la Iglesia y el Estado. La razón de esto es muy simple: la Iglesia y el Estado son dos instituciones establecidas por Dios. La misión de la Iglesia es la de conducir a los hombres a su bienaventuranza eterna. La misión del Estado es la de procurar el bien material y temporal de sus súbditos. El Estado debe procurar este bien para que sus súbditos puedan alcanzar sin demasiadas dificultades su fin último. Como el fin último es lo más importante para el hombre, es evidente que toda otra cosa debe estarle subordinada. Como la Iglesia tiene por misión la de conducir con seguridad a los hombres hacia su fin último, Dios quiere que se le obedezca. Su poder, sin que se extienda a las cosas de orden material, comprende también el modo por el cual se emplean los bienes temporales y pasajeros, en vistas del fin que se quiere obtener. Los Papas Pío IX y León XIII condenaron de modo tajante la doctrina de la separación de la Iglesia y del Estado.

 

18. Estas enseñanzas son muy importantes: parece que, para ser conformes a la verdad y a la ley divina, nunca ninguna inteligencia humana podrá tener el pensamiento consentido de la independencia del Estado, de una Sociedad o simplemente de la política, respecto de Dios.

Usted lo ha dicho. Todo pensamiento consentido de este tipo, comporta una declaración formal de independencia de la creatura contra el Creador. Eso es una rebelión del espíritu contra Dios y esta rebelión constituye un pecado particularmente grave.

 

 

P. Phillippe, Catecismo de la Realeza Social de Jesucristo.

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