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La comprensión de la realidad y los 4 relatos

Una verdadera restauración de la cultura cristiana no se dará por el simple retorno al sentido de lo verdadero, sino gracias a un profundo conocimiento de lo real.

El Padre Antonio Jesús García propone cuatro tipos de relatos que pueden ayudarnos en la comprensión de la realidad: cronista, poeta, profeta y sacerdote.

Por Cristian Alfonso

El ser humano es el único animal dotado de capacidad de comunicarse a través de las palabras. Con ellas se comunica, expresa sus ideas, describe situaciones, lugares, acontecimientos, narra historias reales e inventadas. Las dice, las escribe, las utiliza artísticamente, las domina, las agrupa ordenadamente, las adorna con música, y en el caso de la religión cristiana, le rinde culto, pues la «Palabra» eterna, el «Verbo» increado, se hizo hombre en un momento de la historia para redimirla. Pero hoy esta palabra está siendo silenciada, malintencionadamente manipulada, despreciada y subvalorada. Vivimos de cierto modo en un mundo ausente de bellas palabras; trataremos aquí de demostrar cómo se manifiesta eso y cómo ello constituye una evidente muestra de la decadencia de la sociedad humana en la que vivimos.

En una mesa redonda organizada por la Comisión para el Diálogo entre la Fe y la Cultura de la diócesis de Orihuela-Alicante, el Padre Antonio Jesús García Ferrer, profesor de Teología del Instituto Superior de Ciencias Religiosas «San Pablo» de Alicante se preguntó: «¿Qué tipo de relato nos facilita la comprensión de la realidad?» Respondiendo a esa pregunta, propone cuatro tipos de relatos que pueden ayudarnos a comprender nuestra realidad. Pero antes de ver las propuestas del mismo Padre Antonio Jesús, veamos por qué es importante conocer la realidad que lo envuelve. Para ello recurrimos a John Senior, profesor de literatura comparada de la Universidad de Kansas, donde junto con otros dos profesores iniciaron un programa de humanidades denominado Integrated Humanities Program o IHP, en el que enseñaban a los alumnos los clásicos y forjaban el amor por el conocimiento y el aprecio por el legado de la cultura occidental.

Una verdadera restauración de la cultura cristiana no se dará por el simple retorno al sentido de lo verdadero, sino gracias a un profundo conocimiento de lo real.

Este programa distaba mucho de ser católico, aunque los tres profesores lo fueran profundamente; pero las conversiones al catolicismo fueron multiplicándose alarmantemente (para algunos), aunque los profesores se limitaban a enseñar a creer en lo real, a buscar la sabiduría antes que el conocimiento y sobre todo a buscar la Belleza, la Bondad y el Bien. Las conversiones fueron alrededor de doscientas, y varios se hicieron curas o incluso monjes. De esas clases no tenemos ni videos, ni grabaciones, tan siquiera anotaciones de los alumnos, pues eso estaba prohibido, solo nos quedan los relatos de quienes lo presenciaron y algunos de los libros de John Senior, dos de los cuales están traducidos al español, «La muerte de la cultura cristiana» y la «Restauración de la cultura cristiana». En esta última sostiene con gran vehemencia que una verdadera restauración de la cultura cristiana no se dará por el simple retorno al sentido de lo verdadero, sino gracias a un profundo conocimiento de lo real como método propedéutico, porque lo verdadero no es más que «la adecuación del intelecto a la realidad».

Senior defiende que la gran crisis por la que atraviesa la cultura occidental radica en la desconexión de esta con la realidad, con las cosas tal cual son; desde la leche de las vacas, hasta el amor; y para él solo se puede buscar la verdad con sinceridad a partir de lo real. De él encontramos las siguientes sentencias:

«Sé que lo que digo parece una locura; es demasiado, demasiado rápido, y siempre contra corriente. Pero los estéreos y los equipos de música sustituyen a los sentidos, a la imaginación e, incluso, a la realidad. Y no se dejen engañar por las hermosas colecciones que se ofrecen, desde canto gregoriano hasta Aaron Copland. El canto gregoriano es una solemne oración y no debe nunca convertirse en un “placer para el oído”, como dicen. En cuanto a Copland, es la vulgaridad contemporánea. Los drogadictos y pornógrafos no tienen el monopolio de lo artificial. El bello mundo de la cultura de lujo, de la New York Philharmonic, atestada de micrófonos, trituran a los clásicos con las interpretaciones modernas en un amasijo electrónico, con ingredientes de sofisticadas desarmonías diseñadas para la autodestrucción de la música y la ruina de todos los hábitos tradicionales de diferenciación tonal. Y aunque sería largo de explicar, los aparatos electrónicos no son malos solamente en cuanto se apartan del fin, sino también en cuanto a los medios mismos que son destructivos de la imaginación y la sensibilidad, como lo es la televisión. Las reconstituciones electrónicas de sonidos desintegrados no produce sonidos reales: es como si creyéramos que la leche en polvo es realmente leche». (La restauración de la cultura cristiana, Buenos Aires: Vórtice. 2016. Pág. 41.)

Y volviendo al Padre Antonio Jesús, él nos ofrece cuatros formas de relato: el relato de un cronista, el de un poeta, el de un profeta y el de un sacerdote.

El relato de un cronista es lo que conoceríamos como la versión oficial, la que cuentan los hechos tal cual ocurrieron, cuenta lo aparente, pero no todo lo real; porque tan real como lo que se veía era el mundo de los sentimientos de aquellos que habían vivido los acontecimientos, los ecos afectivos, psicológicos; pero hay otra forma de ser cronista, que es personalizándolo, contándolo en primera persona.

La segunda forma es la del poeta. El relato del cronista es al del poeta, lo que la Guerra del Peloponeso de Tucídides es a la Ilíada de Homero; el poeta tiene una clave de interpretación de la realidad que no tiene el relato; aunque también narra hechos o describe lugares y no se aleja de la historia oficial, habla sin embargo sobre todo el mundo interior y trascendente de la historia narrada, utilizando imágenes, que por ser tal no dejan de ser reales.

En tercer lugar, propone el relato de los profetas, es decir, de aquellos que recibieron de Dios una luz que ilumina las oscuridades que plantean la situación narrada; no en el sentido de predecir el futuro, sino de ser puente entre lo visible y lo invisible; es un intérprete de la realidad, a la que no ha llegado por propias fuerzas sino por pura gracia.

Y por última está la narración del sacerdote, la palabra ritual, la palabra que posee una efectividad creadora que realiza lo que dice. Es una palabra distinta de cualquier tipo de palabra; son palabras rituales, palabras sagradas; vienen de Dios o se dirigen a Dios. «Yo te absuelvo de tus pecados».

El hombre moderno con su versión fragmentaria, inmanente y superficial de la realidad, solo tiene ya sensibilidad para la palabra del cronista, lo evidente, lo rápido; se ha vuelto insensible a la belleza de las palabras escritas en poemas; un significativo «buenos días» se ha convertido en el mejor de los casos en un descolorido «hola». Las voces de los profetas son acallados por el ruido de la nada o por la negligencia de los mismos y las palabras rituales no encuentran en quién obrar su obra restauradora y re-creadora.

El hombre ya no conversa al borde de las brasas o en la misma mesa familiar; ya no se narran historias que cultiven el espíritu de los niños; ya no se cantan las hazañas de héroes y guerreros; solo nos queda la rapidez de los 144 caracteres, la intrascendencia de los estados de 24 horas, la cobardía de los comentarios, la fantasiosa espectacularidad irreal de las películas, las facilidades de la vida moderna y, sobre todo, como lo dijo Tolkien, escritor inglés del siglo pasado, se ha convertido en un «devoto de lo fútil e instantáneo».

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