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Velar por la salud espiritual de los enfermos graves es un acto de caridad

Es una omisión terrible lo que hacen muchas personas con sus familiares enfermos, a quienes no disponen convenientemente, en caso de peligro de muerte, para recibir los santos sacramentos. Para un cristiano la enfermedad y la muerte pueden y deben ser medios para santificarse y redimir con Cristo; a esto ayuda la Unción de los Enfermos.
Velar por la salud espiritual de los enfermos graves es un acto de caridad

Brindar la última ayuda de la religión a los enfermos graves no es solo un acto de caridad meritoria a los ojos de Dios, sino también un deber sagrado que no se infringe sin incurrir en una responsabilidad terrible. Si uno se vuelve culpable de homicidio cuando deja que su prójimo muera de hambre,  ¿qué nombre le daremos al terrible crimen que permite que un alma se condene por no haberle ayudado oportunamente con los medios que proporciona nuestra santa religión?

Y, sin embargo, la experiencia continúa demostrando que este crimen es cometido incluso por familias católicas. Ya sea por miedo o debilidad inexcusable, generalmente se llama al sacerdote solo en el último minuto y, a veces, cuando el paciente ha perdido el conocimiento.

Disipemos nuestra mente de las falsas preocupaciones de que la persona enferma se asustará si le hablamos de los sacramentos.

Estas familias dicen que quieren llamar a un sacerdote, pero solo cuando el paciente lo quiere. ¿Han olvidado que los pacientes casi nunca se dan cuenta de su condición? Es nuestro deber prepararlos para recibir ayuda religiosa oportuna. No perdamos el tiempo. Pongámonos en contacto con nuestra parroquia o con un sacerdote conocido que pueda ayudarnos a cumplir con este grave deber. Disipemos nuestra mente de las falsas preocupaciones de que la persona enferma se asustará si le hablamos de los sacramentos.

El paciente sabe muy bien, como lo demuestra la experiencia, que el sacerdote estará allí, a su lado, para cumplir con el ministerio más dulce y útil, para purificar y consolar su alma, para finalmente darle, en medio de la angustia más cruella paz y la dulzura de Jesucristo.

Por lo tanto, el primer paso a tomar cuando el paciente está en peligro de muerte es llamar a un sacerdote o confesor diocesano sin demora para la administración de los sacramentos de la confesión, la Eucaristía y la unción de los enfermos, y aplicar la indulgencia plenaria in articulo mortis.

«Es increíble la ceguera de tantas familias que dicen ser cristianas, pero cuando deben demostrar su máximo amor y prestar el mayor servicio a sus seres queridos, que es la salvación de sus almas, se ven arrebatados con tanta vehemencia por el miedo a «atemorizarlos» que no dudan en dejarlos morir privados de los santos sacramentos, que tal vez eran absolutamente necesarios para su salvación eterna. Es un crimen monstruoso que no estará exento de un gran castigo de Dios, en este mundo o en el otro, sin ser una excusa para el malentendido afecto que siente ese pariente, que no temía enterrarlo para siempre en el infierno, en lugar de darte un pequeño susto que te hubiera abierto las puertas del cielo por toda la eternidad» escribe el P. Antonio R. Marín en su Libro Teología de la Perfección Cristiana.

¡Oh Madre de Piedad, escuchad benigna las súplicas de las familias cristianas, para que ninguno muera en sus hogares sin haber recibido El Santo Viático!

Para un cristiano la enfermedad y la muerte pueden y deben ser medios para santificarse y redimir con Cristo; a esto ayuda la Unción de los enfermos.

La Unción de los enfermos es un sacramento instituido por Jesucristo, insinuado como tal en el Evangelio de san Marcos (cfr. Mc 6,13), y recomendado a los fieles y promulgado por el Apóstol Santiago: «Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados» (St 5,14-15). La Tradición viva de la Iglesia, reflejada en los textos del Magisterio eclesiástico, ha reconocido en este rito, especialmente destinado a reconfortar a los enfermos y a purificarlos del pecado y de sus secuelas, uno de los siete sacramentos de la Nueva Ley (CIC).

La gracia de una santa muerte

Este sacramento es sumamente necesario y provechoso para una buena muerte. Debe tenerse en alta estima, y se debe proponer al enfermo con gran cuidado y sin demora alguna, sin esperar al último minuto cuando la persona ya no está consciente.

Así lo establece la Iglesia en el Derecho Canónico: «Aunque este sacramento no sea en sí mismo un medio necesario para la salvación, no le es lícito a nadie descuidarlo; se deben tomar todas las precauciones necesarias para que los enfermos lo reciban mientras todavía están conscientes» (can. 944)

A ejemplo de San José, que murió entre los brazos de su Hijo Jesús y de María su esposa Inmaculada, la Buena Muerte es una gracia que debemos pedir todos los días: «Señor mío y Dios mío, desde este día y para siempre, acepto de tu mano, de buena gana y con un corazón generoso, la muerte que quieras enviarme, con todas sus angustias, todos sus dolores y penas» (San Pío X).

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ORACIÓN POR UN ENFERMO

Señor Jesús, aquel (aquella) a quien amas está enfermo (a). Tú lo puedes todo; te pido humildemente que le devuelvas la salud. Pero, sin son otros tus designios, te pido le concedas la gracia de sobrellevar cristianamente su enfermedad.

En los caminos de Palestina tratabas a los enfermos con tal delicadeza que todos venía a ti, dame esa misma dulzura, ese tacto que es tan difícil de tener cuando se esta sano.

Que yo sepa dominar mi nerviosismo para no agobiarle, que sepa sacrificar una parte de mis ocupaciones para acompañarles, si es su deseo.
Yo estoy lleno de vida, Señor, y te doy gracias por ello. Pero haz que el sufrimiento de los demás me santifique, formándome en la abnegación y en la caridad. Amén

ORACIÓN POR UN MORIBUNDO

Señor, Padre de misericordia, Dios de toda Consolación, en la inmensidad de tu amor, mira a este (a) hermano(a) nuestro(a) en su dolor.

Por la Pasión y muerte de tu Hijo Unigénito concédele la Gracia del arrepentimiento y del perdón, para que en el camino de esta vida encuentre en ti un juez Misericordioso.

Y ya purificado (a) de toda mancha Por la Sangre misma de tu Hijo, pueda así en la Entrar vida eterna.

Clementísima Virgen, Madre de Dios, consoladora De los que sufren, intercede ante tu Hijo divino por este (a) Hermano(a) nuestro (a).

Confórtalo(a) con tu maternal auxilio para que no tema las angustias de la muerte, sino que pase alegremente, guiado (a) por ti, a la patria de los bienaventurados.

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