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La Presentación del Señor y la Virgen de la Candelaria

Cada 2 de febrero la Iglesia Universal celebra la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, en la que recordamos el encuentro de la Sagrada Familia con Simeón y Ana -que es también el encuentro del Señor con su pueblo-, y la purificación ritual de la Virgen María después de haber dado a luz al Salvador.
La Presentación del Señor y la Virgen de la Candelaria

Virgen de la Candelaria

La Candelaria es una de las más antiguas solemnidades marianas y tuvo su origen en el Oriente como «fiesta de la luz o de las candelas». La misma pasó a Occidente mucho antes de la conquista del Nuevo Mundo y desde comienzos del siglo XV se extendió por las Islas Canarias (España).

Cuenta la tradición que, en Tenerife, dos pastores guaches -aborígenes del lugar- cuidaban su rebaño cuando vieron aparecer a cierta distancia a una mujer que portaba en la mano izquierda una candela y con la otra sostenía a un niño, quien, a su vez, mantenía en sus manos un «pajarito de oro».  

Transcurrido el tiempo, aquella imagen fue enaltecida como María y su festividad se halla identificada universalmente con la Purificación de la Virgen y la presentación del Niño Jesús en el Templo, costumbre judía que practicaba toda madre al cumplirse 40 días del parto de un hijo varón; con esta recordación se cierra el tiempo de Adviento o ciclo de Navidad.    

La Candelaria es la principal patrona de las Islas Canarias y estas fueron una escala obligatoria de los viajeros españoles. No es ninguna novedad pues destacar la onda expansiva que pudo haber tenido dicha devoción mariana a la hora de fundar pueblos y ciudades en las tierras de ultramar. Probablemente hayan sido canarios los ocupantes más influyentes de los «amenos valles» de Capiatá y Areguá (Paraguay), que desde comienzos del siglo XVII escogieron a la Virgen de la Candelaria como augusta patrona de dichos pueblos. 

image 18 - La Presentación del Señor y la Virgen de la Candelaria

Está íntimamente unida a la Fiesta de la Presentación del Señor en el templo y la Purificación de la Santísima Virgen María. Aunque esta fiesta es principalmente de carácter Cristológico, en ella se conmemora un acontecimiento muy importante en la vida de María: su purificación y la presentación de su hijo al sacerdote en el Templo, en cumplimiento de su obligación de consagrarlo a Dios. Y más todavía porque es ésta una fiesta de la luz que es la que le da nombre.

La Fiesta de la Candelaria lleva ese nombre porque en ella se bendicen las candelas o velas que se van a necesitar durante todo el año, a fin de que nunca falte en las casas la luz tanto física como espiritual. Los fieles acuden a la Santa misa de este día con las velas, que son bendecidas solemnemente por el sacerdote y a continuación se hace una corta procesión entre dos iglesias cercanas o por el interior de la misma iglesia, con las velas encendidas. Esta fiesta tenía gran significación cuando la única luz en las casas era la de las velas y candiles.

Esta fiesta cierra el ciclo de Navidad y se celebra exactamente a los cuarenta días del 25 de diciembre. A mediados del siglo V se celebraba con luces y tomó el nombre y color de «la fiesta de las luces».

Presentación de Jesús en el Templo

Hasta el Concilio Vaticano II se celebraba como fiesta principalmente mariana, pero desde entonces ha pasado a ser en primer lugar Cristológica, ya que el principal misterio que se conmemora es la Presentación de Jesús en el Templo y su manifestación o encuentro con Simeón. El centro, pues, de esta fiesta no sería María, sino Jesús. María entra a formar parte de la fiesta en cuanto lleva en sus brazos a Jesús y está asociada a esta manifestación de Jesús a Simeón y a la anciana Ana.

Hasta el siglo VII no se introdujo esta fiesta en la liturgia de Occidente. Al final de este siglo ya estaba extendida en toda Roma y en casi todo Occidente. En un principio, al igual que en Oriente, se celebraba la Presentación de Jesús más que la Purificación de María.

No se sabe con certeza cuándo empezó a celebrarse la Procesión en este día. Parece ser que en el siglo X ya se celebraba con solemnidad esta Procesión y ya empezó a llamarse a la fiesta como Purificación de la Virgen María. Durante mucho tiempo se dio gran importancia a los cirios encendidos y después de usados en la procesión eran llevados a las casas y allí se encendían ante alguna necesidad.

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La ley de Moisés mandaba que toda mujer que diese a luz un varón, en el plazo de cuarenta días, debía acudir al Templo para purificarse de la mancha legal y allí ofrecer su primogénito a Dios. Era lógico que los únicos exentos de esta ley fuesen Jesús y María: Él por ser superior a esa ley, y Ella por haber concebido milagrosamente por obra del Espíritu Santo. A pesar de ello, María oculta este prodigio y… acude humildemente como cualquier otra mujer a purificarse.

Los mismos ángeles quedarían extasiados ante aquel maravilloso cortejo que atraviesa uno y otro atrio hasta llegar al pie del altar, para ofrecer en aquellos virginales brazos al mismo Hijo de Dios.

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Una vez cumplido el rito de ofrecer los cinco siclos legales después de la ceremonia de la purificación, la Sagrada Familia estaba dispuesta para salir del templo cuando se realizó el prodigio del Encuentro con Simeón, primero, y con la ancianísima Ana, después. San Lucas nos cuenta con riqueza de detalles aquel encuentro: «Ahora, Señor, ya puedes dejar irse en paz a tu siervo, porque han visto mis ojos al Salvador… al que viene a ser luz para las gentes y gloria de tu pueblo Israel…» Y le dijo a la Madre: «Mira, que este Niño está puesto para caída y levantamiento para muchos en Israel… Y tu propia alma la traspasará una espada…».

La fiesta de la presentación del Señor nos presenta un cuadro pintado en cuatro trazos: teológico, cristológico, mariológico y eclesiológico.

1. Teológico: hemos de tener en cuenta que es Dios el que entra en su santo templo. La fiesta de la Presentación es el solemne encuentro de Dios con su pueblo. Un hecho esperado desde siglos por generaciones de israelitas piadosos, anunciado por profetas y sibilas y anhelados por reyes. La presentación del Señor es una nueva epifanía, es el cumplimiento de la expresión lucana «Dios ha visitado a su pueblo» (cf. Lc 7,16). Dios es glorificado en la profecía de Simeón al exaltar al niño que sus brazos sostienen y sus ojos contemplan.

2. Cristológico: es el mensajero anunciado por Malaquías. Cristo es el Salvador, la Gloria de Dios (kabod Yahvé) esperada por Israel a entrar por el oriente (cf. Ez 43, 4-5) y que habría de llenar todo el templo (cf. 2 Cro 5, 14). Cristo es la luz del mundo, luz para los pueblos que yacen en tinieblas y en sombras de muerte (cf. Lc 1, 79). La Presentación es la fiesta de la oblación por excelencia: Cristo es ofrecido al Padre por manos de María y José y de Simeón, cumpliéndose así la profecía de Malaquías «Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén» (Mal 3, 4) donde Judá es significado por la Sagrada Familia, pues José era de Belén de Judá; y Jerusalén es significado por el anciano Simeón. Cristo es ofrecido en el templo como primicia a Dios del mismo modo que será ofrecido en el ara de la cruz como cordero inmaculado; y en ambas ofrendas, es María la que está presenta y la que la posibilita.

3. Mariológico: es la Virgen oferente. La Madre unida íntimamente a su Hijo desde el primer momento de su presentación pública. Aunque la piedad popular sitúa esta escena evangélica entre los misterios gozosos, realmente se trataría de un misterio doloroso, pues la pasión de Cristo es anunciada como pasión, también, de María. Es la «Mater dolorosa» que permanece en pie con el hijo en brazos. Es la Madre sacerdotal en cuanto que ofrece en sacrifico perfecto a la perfecta víctima, el Cordero inocente, al Padre eterno. María en la Presentación es ejemplo de sumisión y kénosis, pues ella, que no tenía nada de que purificarse, quiso, como su Hijo Jesucristo, someterse a la ley y cumplir con ella.

4. Eclesiológico: esta fiesta nos presenta la imagen de la Iglesia que recibe la gracia de Dios como el anciano Simeón. Es una Iglesia orante como la profetisa Ana; es una Iglesia oferente como María; es una Iglesia sacerdotal porque se une al sacrificio que supuso para María el anticipo de la Pasión. Es, por último, una Iglesia que vive de la esperanza escatológica de, como Simeón, poder ver un día al Amado que ha anhelado en este mundo.

Menudo contraste de la vida: El mismo Niño Jesús está llamado para ser Luz y Gloria y a la vez escándalo y roca dura contra la que muchos se estrellarán.

Presentación del Señor y la Purificación de la Virgen María por Benedicto XVI

La fiesta de la Presentación del Señor en el templo, cuarenta días después de su nacimiento, pone ante nuestros ojos un momento particular de la vida de la Sagrada Familia:  «según la ley mosaica, María y José llevan al niño Jesús al templo de Jerusalén para ofrecerlo al Señor (cf. Lc 2, 22)». Simeón y Ana, inspirados por Dios, reconocen en aquel Niño al Mesías tan esperado y profetizan sobre él. Estamos ante un misterio, sencillo y a  la vez solemne, en el que la santa Iglesia celebra a Cristo, el Consagrado del Padre, primogénito de la nueva humanidad.

La primera persona que se asocia a Cristo en el camino de la obediencia, de la fe probada y del dolor compartido, es su madre, María. El texto evangélico nos la muestra en el acto de ofrecer a su Hijo:  una ofrenda incondicional que la implica personalmente: María es Madre de Aquel que es «gloria de su pueblo Israel» y «luz para alumbrar a las naciones», pero también «signo de contradicción» (cf. Lc 2, 32. 34).

Y a ella misma la espada del dolor le traspasará su alma inmaculada, mostrando así que su papel en la historia de la salvación no termina en el misterio de la Encarnación, sino que se completa con la amorosa y dolorosa participación en la muerte y resurrección de su Hijo. Al llevar a su Hijo a Jerusalén, la Virgen Madre lo ofrece a Dios como verdadero Cordero que quita el pecado del mundo; lo pone en manos de Simeón y Ana como anuncio de redención; lo presenta a todos como luz para avanzar por el camino seguro de la verdad y del amor.

Las palabras que en este encuentro afloran a los labios del anciano Simeón —«mis ojos han visto a tu Salvador» (Lc 2, 30)—, encuentran eco en el corazón de la profetisa Ana. Estas personas justas y piadosas, envueltas en la luz de Cristo, pueden contemplar en el niño Jesús «el consuelo de Israel» (Lc 2, 25). Así, su espera se transforma en luz que ilumina la historia.

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2 comentarios en “La Presentación del Señor y la Virgen de la Candelaria”

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