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¿Volveremos a la era pre-industrial?

La noticia, procedente de la más reciente literatura científica y reportada por el Newsweek y el Corriere della Sera, nos invita a unas cuantas reflexiones: una tempestad solar podría hacer volver la civilización a los inicios de los años Ochocientos.

La noticia, procedente de la más reciente literatura científica y reportada por el Newsweek y el Corriere della Sera, nos invita a unas cuantas reflexiones: una tempestad solar podría hacer volver la civilización a los inicios de los años Ochocientos.

Una tempestad solar o geomagnética es un temporario disturbio de la atmósfera terrestre causado por la actividad solar, a través de una masa de partículas de energía emitidas por la corona del sol. A este fenómeno se deben por ejemplo las auroras boreales. La más grande tempestad solar alguna vez observada por los astrónomos fue registrada en los Estados Unidos entre el 28 agosto y el 2 de septiembre de 1859. La tempestad provocó la interrupción de  las líneas telegráficas de Norteamérica y de toda Europa durante 14 horas y produjo una aurora boreal visible en diversas partes del mundo, incluso Roma. Las más grandes auroras boreales del siglo pasado fueron ciertamente la del 25 de enero de 1938 y la del 23 de agosto de 1939, conocidas como “la tormenta solar de Fátima” porque anunciaron la Segunda Guerra Mundial, como lo había previsto María Santísima a los tres pastorcitos en 1917.

El jerarca nazi Albert Speer, en sus Memorias sobre el Tercer Reich, así describe el evento del 23 agosto de 1939 : “En aquella noche estábamos con Hitler en la terraza del Berghof admirando un raro fenómeno celestial: durante aproximadamente una hora una intensa aurora boreal iluminó con una luz roja el legendario Untersberg que estaba enfrente, mientras la bóveda del cielo resplandecía con todos los colores del arco iris (…) El último acto del ‘Crepúsculo de los dioses´ no podría haberse puesto en escena de un modo más eficaz. También nuestros rostros y nuestras manos estaban teñidas de un rojo poco común. El espectáculo provocó una profunda inquietud en nuestras mentes. De repente, dirigiéndose a uno de sus consejeros militares, Hitler dijo: «Hace pensar en mucha sangre. Parece que correrá mucha sangre. Esta vez no podremos prescindir de la fuerza»”.

En años más recientes se produjo la tempestad geomagnética del 1989 (el gran black out de Quebec City) y aquella, de dimensión más modesta del 2015, unas pocas horas antes del eclipse solar perfectamente visto  por toda Italia.

Hoy, según Roger Tube, docente de Ciencias del Rochester Institute of Technology (Instituto Rochester de Tecnología) un evento del género podría tener consecuencias mucho más graves. Si de hecho la “bola de plasma” creada por la explosión en el Sol tomara la dirección de la Tierra con la potencia de aquella que golpeó el planeta en 1859, destruiría la red eléctrica y los sistemas de comunicaciones digitales y analógicos, llevando al mundo a las condiciones de la era pre-industrial.

Lo que importa destacar es la vulnerabilidad de nuestro sistema tecnológico y la falacia del mito del progreso.

 

El Corriere della Sera del 1 de abril así describe el fenómeno: «Nos quedaríamos a obscuras durante años. Sin Internet. Las industrias cerradas, el transporte bloqueado. Terminado el petróleo y  tal vez incluso el último combustible guardado en los tanques de las bombas que funcionaban a electricidad.  Los alimentos no llegarían a los negocios o a las casas. Deberíamos volver a cultivar cualquier ángulo de la tierra para conseguir comer. El agua debería ser extraída a mano de los ríos o de los pozos  y quizás descontaminada porque los sistemas de filtro no funcionarían más. No tendríamos ni frigoríficos ni neveras. Cocinaríamos sobre fuego a leña».

Poca importancia tiene el saber si cuanto es descripto en este artículo puede realmente suceder en un futuro próximo. Lo que importa destacar es la vulnerabilidad de nuestro sistema tecnológico y la falacia del mito del progreso. La civilización moderna es mucho más frágil de cuanto nos pueda parecer y la hipótesis de un  derrumbe de la modernidad y de un “regreso” a la era pre-industrial es menos extraña de cuanto pueda parecer. El hombre no tiene en sí mismo los recursos para oponerse a las convulsiones de la naturaleza. Y el Señor se sirve a menudo de las fuerzas de la naturaleza para gobernar los destinos de la historia. Las apariciones de Fátima, garantizadas por el extraordinario milagro del sol del 13 de octubre de 1917, nos recuerdan la existencia de una relación, incluso física, entre el cielo y la tierra, más estrecha de cuanto podamos imaginar. Los castigos previstos por María Santísima en Fátima irán acompañados por un caos atmosférico, como ocurrió en todas las épocas de gran crisis de la historia, y debemos estar preparados para escrutar los signos del Cielo.

 

Veronica Rasponi
es.corrispondenzaromana.it

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