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La asistencia a la Santa Misa dominical

Si consideramos que la Santa Misa es la renovación incruenta del sacrificio de la cruz, comprenderemos sin esfuerzo por qué la Iglesia obliga a sus fieles a participar de la misa entera todos los domingos y días festivos.
La asistencia a la Santa Misa dominical

Si consideramos que la Santa Misa es la renovación incruenta del sacrificio de Cristo en la cruz, comprenderemos sin esfuerzo por qué la Iglesia obliga a sus fieles a participar de la Misa entera todos los domingos y días festivos.

Soy cristiano, soy católico. ¿Sabes lo que significa esto? Significa que el nombre de Dios está esculpido en mi alma y yo he de procurar honrarlo y respetarlo.

La santificación del domingo tiene también una parte positiva: nos dice la que debemos hacer el domingo. La santificación completa del domingo exige, además del descanso, la participación fervorosa en la Misa dominical.

Durante siglos, en ciudades y pueblos, resonaba la campana de la Iglesia anunciando la Misa dominical, y los hombres acogían con agrado la invitación. Hoy ya no sucede lo mismo. Una gran parte de la sociedad —por desgracia— ya no quiere oírla. El ruido de las calles, los comercios, los reclamos estrepitosos de los locales de diversión, han ahogado la voz de las campanas. Y así está gente sólo celebra el domingo a medias. Observan el descanso dominical; aún más, hasta lo exigen; pero del descanso de todo el día no consagran una hora a Dios, a la Misa dominical.

Ahora deseo ponderar esta importante cuestión de la Misa dominical
I. ¿Por qué se nos obliga a asistir a la Misa los domingos?
II. ¿A qué nos obliga el mandato de participar activamente en la Misa
dominical?


¿POR QUÉ SE NOS OBLIGA A ASISTIR A MISA LOS DOMINGOS?

La Iglesia nos prescribe, bajo pena de pecado grave, oír Misa entera los domingos y fiestas de guardar.

Es un mandato, pero que nos trae grandes ventajas para el alma.

Consideremos con atención lo que significa para nosotros la santificación del domingo. No significa tan sólo que hayamos de descansar y renovar las fuerzas para la siguiente semana, sino también que debemos renovar profundamente, radicalmente, toda nuestra vida espiritual, en muchos casos, desgraciadamente, harto raquítica y anémica.

El embrutecimiento moral salta a la vista. La pérdida de los valores, el engaño, el robo, el libertinaje, embarran el mundo. Todos se quejan de que hayamos llegado a tal extremo; se tienen sesiones, reuniones, planes… Pero ¡son tan pocos los que saben por qué hemos llegado a tales extremos!

Nos lo dice el profeta OSEAS: No hay conocimiento de Dios en el país. Por eso el perjurio y el engaño, y el homicidio y el adulterio, el robo y la extorsión, se suceden uno tras otro (Os 4,1-2).

La religiosidad se ha debilitado en nuestra vida, valoramos menos la vida del alma. De ahí que necesitemos hoy más que nunca la Misa del domingo, para contrarrestar la influencia del mundo, que nos aturde con su ruido y frivolidad.

Nuestra vida corre como una película de cine. A cada instante se suscitan nuevas impresiones: una hace palidecer la otra. Cada día nos tiene reservados mil y mil impresiones; y ninguna de ellas permanece. Así se mueve agitado el hombre de la gran ciudad.

El Hijo de Dios, que murió para salvarnos, se hace presente de nuevo entre nosotros, y su sangre preciosísima alimenta nuestra alma. Tal es la bendición de la Misa dominical.

Vivimos dominados por el afán de noticias. ¡Cuántas cosas han de pasar por mi pobre cerebro! Que tal o cual «estrella» de cine se presenta ante el juez para casarse en terceras nupcias; que tal o cual famoso del deporte empieza el entrenamiento a tal hora de la mañana… Y, quieras o no quieras…, has de enterarte de todo. Y no te queda tiempo para lo importante, para cultivar la vida del alma, la vida espiritual. Y así nos volvemos superficiales.

El Hijo de Dios, que murió para salvarnos, se hace presente de nuevo entre nosotros, y su sangre preciosísima alimenta nuestra alma. Tal es la bendición de la Misa dominical. Quien participe en ella con espíritu encendido en amor de Dios, notará su influencia bienhechora durante toda la semana. Es posible que sienta como antes el peso de la vida, pero la lucha no se trocará en desesperación; es posible que sufra muchas tentaciones, pero la tentación no le hará caer. La Misa para él no es un acto aislado, sino que impregna todos los días de la semana, ya sea el trabajo, las conversaciones, todas las actividades del día. De esta manera todo el día se convierte en oración, y cada hogar en un templo, y cada vida humana en un sacrificio agradable a Dios.

Esta es la finalidad de la prescripción de asistir a Misa todos los domingos.


¿A QUÉ NOS OBLIGA EL MANDATO DE PARTICIPAR ACTIVAMENTE EN LA MISA DOMINICAL?

Si consideramos que la Santa Misa es la renovación incruenta del sacrificio de la cruz, comprenderemos sin esfuerzo por qué la Iglesia obliga a sus fieles a participar de la Misa entera todos los domingos y días festivos. No es posible celebrar el día del Señor más hermosamente que participando de la Santa Misa. El árbol frondoso de la vida devota se desplegó durante dos mil años en espléndido ramaje y de él brotaron el Santo Rosario, las Letanías, el Vía Crucis, las asociaciones piadosas, las romerías… Y la Iglesia no declaró obligatorio ninguno de estos ejercicios espirituales: cada fiel puede escoger con libertad el ejercicio que más prefiera. Sólo hizo excepción con la Santa Misa. Todo católico que haya cumplido los siete años de edad —a no ser que se vea impedido por enfermedad; por falta de iglesia o por otro impedimento insuperable— está obligado a participar de la Misa todos los domingos y días de fiesta, bajo pena de pecado grave. Y ha de ir personalmente a la iglesia; no le basta oír la Misa por la radio.

Naturalmente, la Iglesia es comprensiva. Hay obstáculos que dispensan de asistir a la Santa Misa. Estás enfermo y no puedes salir de casa; no pesa sobre ti la obligación de asistir a Misa. Tienes pequeños en casa y no sabes a quién confiarlos… La iglesia más cercana está en la aldea vecina y el camino está lleno de barro, que llega a las rodillas; estás dispensado. Sí; Dios nos dispensa fácilmente; pero nosotros no hemos de excusarnos con facilidad.

Y en estos casos; cuando es imposible ir a Misa, hagamos oración en casa durante el tiempo que dura la Misa; a los ojos del Señor, que escudriña los corazones, un domingo celebrado con este espíritu será acaso más santo que el de aquellos que asisten personalmente a la Santa Misa, pero están distraídos observando a los que entran y salen.

La Iglesia admite un motivo serio, pero no las falsas excusas. Porque si la enfermedad nos dispensa de ir a la iglesia, no nos dispensa una pequeña indisposición. «Me he sentido mal; no he ido a Misa» —dicen con toda naturalidad algunos que acuden ese mismo día por la tarde a una sala de fiestas. «En verano, hace tanto calor en la iglesia, que me siento mal. Y en invierno hace tanto frío, que tengo el riesgo de resfriarme.» «La Misa se celebra demasiado temprano; no puedo levantarme a las ocho de la mañana», dice otro, que, sin embargo, suele levantarse a las seis para hacer una excursión, y en verano se ha levantado a las cuatro para contemplar la salida del sol… Pero no puede levantarse a las ocho para ver cómo sale y llega el Sol de la Humanidad, Nuestro Señor Jesucristo…, que no otra cosa es la Santa Misa.

No puedo dejar de consignar lo declaró el célebre ginecólogo y profesor universitario, Juan Bársony, pocos meses antes de su muerte: «He ido por toda Europa, he estado en Asia y en África; pero si me es fiel la memoria, no he dejado de asistir a Misa un solo domingo.» ¡Esto es tener espíritu católico! Seamos magnánimos con Dios, y saldremos ganando. No nos dispensa de asistir a Misa aquello de que «he estado en una fiesta el sábado por la noche y ahora me siento cansado»; no nos dispensa aquello de que «es mi único día libre, y quiero hacer una excursión»; ni nos dispensa el mercado, ni el campeonato deportivo, ni ningún festejo de cualquier clase que sea. Todo lo contrario: justamente entonces hemos de mostrar el amor que le tenemos a Dios, obedeciéndole aun cuando nos exija sacrificios. Y con un poco de sacrificio casi siempre es posible cumplirla.

La Iglesia también tiene sus reglas de urbanidad, y entre ellas figura ésta: los fieles no deben ser molestados a cada momento por los que llegan tarde.

Un señor vuelve a casa después de una fiesta, hacia las seis de la madrugada. Si se acuesta a tal hora, ya no se despertará ni siquiera para la comida. ¿Qué ha de hacer? Vaya inmediatamente a Misa, a las seis de la mañana, y acuéstese después. Me replicas: «No aprovechará mucho esa Misa». Lo concedo: no es lo ideal. Pero de todos modos es mejor que si se queda sin Misa.

Un domingo por la mañana, haciendo un tiempo espléndido, te preparas para ir de excursión. Después del trabajo agotador de toda la semana, bien mereces tu descanso. Pero no vayas de excursión, dejando de ir a Misa. Levántate media hora más temprano, y salvas la Misa. ¡La Iglesia es tan solícita y atenta en este punto! En las grandes ciudades se celebran Misas a las horas más insólitas, para que nadie pueda decir que no ha podido cumplir el precepto.

Tan sólo necesitas un poco de buena voluntad para cumplir con el precepto.

La puntualidad. Hay hombres que calculan y buscan, con un esfuerzo digno de mejor causa, las partes que pueden dejar de la santa misa sin pecado propiamente dicho y las que pueden dejar sin cometer pecado grave; cuál es el momento último en que pueden llegar y cuál el primero en que pueden partir… Pues bien: este espíritu de esclavo —permitidme la expresión— no es compatible con la libertad del cristiano.

Si has llegado en el momento de la Consagración, lo repito, la Iglesia no te obliga a asistir a otra misa entera; sólo te pide que asistas a otra misa hasta la parte a que has asistido de la Misa precedente…

Pero el que mide con espíritu tan avaro hasta qué punto puede llegar sin culpa, hasta cuánto puede omitir, no tiene idea del valor maravilloso de la santa misa. Si por cualquier motivo has llegado tarde y no has estado en el principio de la Misa, ni siquiera en toda la primera parte, si has llegado en el momento de la Consagración, lo repito, la Iglesia no te obliga a asistir a otra misa entera; sólo te pide que asistas a otra misa hasta la parte a que has asistido de la misa precedente… Así es de comprensiva la Santa Madre Iglesia. Pero tú has de ser magnánimo asistiendo puntualmente, has de preferir esperar algunos minutos a llegar tarde. Si te han invitado a comer a una casa, no llegues cuando ya se está sirviendo la sopa en la mesa, sino unos minutos antes de empezar la comida. La Iglesia también tiene sus reglas de urbanidad, y entre ellas figura ésta: los fieles no deben ser molestados a cada momento por los que llegan tarde.

Al entrar en la iglesia, no en vano nos santiguamos con agua bendita. ¿Qué significa este gesto simbólico? Indica la intención de querer dejar fuera, a la puerta, nuestros pensamientos de todos los días, nuestros deseos y preocupaciones terrenas. Allá dentro, ante el altar del Señor, no debemos atender más que nuestra alma se ponga en oración

El que tenga otro espíritu no sacará de la Santa Misa fuerzas para sí mismo, y molestará, por otra parte, a los demás en su recogimiento. Por tanto, son censurables aquellos que no consideran la misa como el acto más sagrado, que merece nuestro máximo respeto. Ellos no se dan cuenta de que la iglesia es la casa de Dios, tal como se ve por su forma de proceder, distrayéndose con cualquier cosa

Molestamos también a los demás con nuestra forma frívola de vestir, no propia del acto sagrado de que vamos a participar.

Tomado del libro «Los mandamientos»

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