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La importancia del Descanso Dominical

¡Acuérdate de santificar el día del Señor! El Descanso Dominical, un día dedicado a Dios. Hemos de agradecer a Dios que en medio del curso agitado de la vida nos haya obligado al descanso del séptimo día. ¡No nos pese el perder un día de trabajo! ¡No nos pese el dinero que dejamos de ganar los domingos!
El Descanso Dominical

Madrugada del domingo… Estamos en la montaña, cerca de un pequeño pueblo; nuestra mirada recorre los tejados de las casas, las calles, las praderas, todos los contornos bañados por el sol de mayo… y de repente, rompiendo la paz que nos embarga, se pone a repiquetear la campana de la iglesia del pueblo. Vuela, vuela el repiqueteo argentino, y llama en cada ventana, y de las puertas de las casitas salen las familias, y se dirigen a la iglesia. Son hombres que durante toda la semana han trabajado duro en el campo… pero hoy se han puesto sus vestidos de fiesta y se dirigen a la casa de Dios. Dios nos ha dado una gran prueba de su amor de Padre, al haber promulgado este Mandamiento del Descanso Dominical.

«Y (Dios) bendijo al día séptimo», leemos al principio de la Sagrada Escritura, y le santificó» (Gén 2,3). Y más adelante: «Acuérdate de santificar el día del sábado. Los seis días trabajarás, harás todas tus labores. Mas el día séptimo es sábado del Señor Dios tuyo. Ningún trabajo harás en él, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu criado, ni tu criada, ni tus bestias de carga, ni el extranjero que habita dentro de tus puertas» (Ex 20,8-10). He ahí la tercera Ley del Decálogo y el precepto de santificar el domingo. Este Mandamiento encierra dos disposiciones: una prohibitiva, otra prescriptiva; hay algo que debemos omitir en el día consagrado al Señor; y hay algo que debemos hacer. Lo que hemos de omitir es el trabajo duro de todos los días; y lo que tenemos que hacer es asistir a la Santa Misa del domingo.

Consagraremos el presente capítulo a la primera parte del tercer Mandamiento, o sea al estudio del descanso dominical, a su valor desde el punto de vista humano espiritual.


El descanso del Domingo desde el punto de vista material

El hombre que ansía ganar más dinero, hacer negocios, cuando oye hablar del descanso dominical mueve la cabeza con aire de protesta. No puedo consentirlo. «¿Cada día séptimo ha de perderse?», dice con indignación. No. No podemos consentirlo. ¡Cuánto tiempo y dinero perdidos! La producción no puede pararse… Sin embargo, podemos afirmar que actualmente el hombre necesita el descanso dominical más que nunca. ¡Mira al obrero, que está durante seis días sometido al ruido ensordecedor de las máquinas! Mira al director de una fábrica con el auricular del teléfono en la mano izquierda, escribiendo con la derecha y dando instrucciones al encargado que está delante de él. Mira al funcionario, sentado todo el día en la oficina, haciendo un trabajo tedioso.

El tercer Mandamiento de la Ley de Dios responde —como los demás— a las exigencias de la naturaleza humana. Todo hombre necesita del descanso. El hombre —el hombre avaro, que está siempre al acecho de la riqueza— ha querido burlar muchas veces, en el de curso de los siglos, la ley del descanso dominical, pero ha fracasado. Es natural: el que dio la ley es el mismo Dios, más sabio que el hombre. Y hoy día todo el mundo lo reconoce, no sólo los médicos. Si no queremos que las fuerzas flaqueen, que los nervios salten crispados, o perder la salud, no conviene que el hombre trabaje más de seis días seguidos.

Acuérdate de santificar el día del Señor.

¡Acuérdate de santificar el día del Señor! Todos hemos de descansar el domingo, patronos y obreros, empresarios y empleados… La postura adoptada por la Iglesia es comprensiva y no rígida. Ciertos trabajos caseros: barrer, guisar, etc., son necesarios también los domingos; por tanto, están permitidos. También es lícito hacer un pequeño trabajo manual, para pasar el tiempo, a modo de entretenimiento. Pero dedicar todo el día a la limpieza, lavar la ropa y a otras cosas semejantes, no es compatible con la santificación del domingo.

Hay empresas que no pueden pararse y trabajos urgentísimos que no admiten dilación, por el bien de la sociedad. No pueden parar las centrales eléctricas, ciertas industrias, los medios de transporte, los restaurantes, etc. Pero sí pueden cerrarse los mercados, los grandes almacenes, las tiendas, para que todos podamos descansar y cumplir con nuestros deberes religiosos.

¡No compres nada en domingo! Realmente: si los domingos no entrara nadie en las tiendas, los mismos comerciantes que ahora no conceden el descanso a sus dependientes se lo concederían. También las mamás necesitan descansar. Ellas suelen llevar el peso del hogar, y ellas también quieren asistir a Misa y disfrutar de un merecido descanso. Todo está en que les facilitemos las cosas, compartiendo los quehaceres.

Incluso los mismos partidarios del neoliberalismo capitalista se han dado cuenta de que el descanso dominical es necesario para que las empresas funcionen mejor.

El cristianismo no desdeña la actividad, el trabajo creativo. Dios prescribió el descanso; pero también prescribió el trabajo. El mismo Dios, que había dado la ley del trabajo al hombre transgresor de su ley –Con el sudor de tu rostro ganarás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de que has sido formado—, dijo en el tercer Mandamiento: Acuérdate de santificar el día del Señor. Dios condena al que trabaja en domingo; pero también condena al que no trabaja los días laborables.

¿Está la Iglesia en contra del trabajo? ¿No fue artesano su fundador, Nuestro Señor Jesucristo? ¿No quiso Jesús nacer en una familia de obreros? ¿No quiso vivir en un taller hasta los treinta años? ¿No escogió a sus apóstoles de entre la gente trabajadora? Fue el mismo Jesucristo quien enseñó con su ejemplo y su predicación el justo aprecio del trabajo corporal, completamente despreciado entonces en la sociedad pagana.

En pocas palabras: la religión católica aprecia el trabajo, el progreso materia, la técnica, pero aprecia todavía más al hombre, al alma humana

El descanso del Domingo desde el punto de vista espiritual

Recrear el cuerpo, agotado por el trabajo de toda la semana, es uno de los fines del descanso dominical. Para que tenga el cuerpo su debido descanso, se prohíbe hacer en domingo cualquier trabajo arduo y pesado.

Pero el descanso dominical tiene todavía otra finalidad. Ya que de lunes a sábado el hombre está tan agobiado por procurarse los bienes materiales que necesita para vivir, que no le quedan unos minutos para su alma, ahí está el domingo para compensarlo, para poder tener tiempo para los asuntos de su alma. De esta manera, prescribiendo el descanso dominical, la Iglesia defiende la dignidad humana. El trabajo está al servicio del hombre, no el hombre al servicio del trabajo.

Dios no se reserva para sí cada séptimo día… ¡Qué superficialidad! ¿Para sí? No reserva el domingo para sí, sino para ti, por el bien de tu propia alma. Para que por fin puedas ser tú mismo, dedicando el tiempo necesario para tu alma, tu familia y tus hijos. Porque durante la semana eres de la fábrica, de la empresa, del comercio… ¡Necesitas un día en que puedes ser tú mismo!

Acordémonos de santificar el día del Señor. Porque de esta suerte aseguramos nuestra propia vida

No sólo tú, sino también tus sirvientes y empleados tienen derecho al domingo. La Ley del Señor lo dice claramente: «Ni tu criado, ni tu criada, ni tus bestias de carga» han de trabajar (Éxodo 20,10). ¿Dónde ha de aprender mejor el obrero a ser responsable, a amar al trabajo, a cumplir con su deber, sino en la santa misa? El hombre moderno, henchido de orgullo, siente la gran superioridad de nuestra época respecto de las demás. ¡Ninguna época ha progresado tanto!

Pero se equivoca. ¿Ha empezado realmente ahora la historia humana? ¿Somos de veras nosotros los únicos que nadamos en luz, y todos los siglos anteriores iban a tientas en la oscuridad? ¿Hemos realmente progresado? Pero ¿en qué? A excepción de la técnica, hay una enorme confusión en el campo de las ideas. Son enormes los problemas no resueltos. Es enorme el terrible descontento del hombre moderno. El hombre se ha dejado dominar por la materia.

Agradezcamos a Dios el que nos haya dado una Ley que nos ayuda a ser hombres. Hemos de agradecer a Dios que en medio del curso agitado de la vida nos haya obligado al descanso del séptimo día. ¡No nos pese el perder un día de trabajo! ¡No nos pese el dinero que dejamos de ganar los domingos! No nos burlemos del mandato divino, sino con espíritu sencillo y obediente, acordémonos de santificar el día del Señor. Porque de esta suerte aseguramos nuestra propia vida, la vida más digna del hombre.

Tomado del libro «Los Mandamientos»

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