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San Luis M. Grignion de Montfort y la Consagración perfecta y total

San Luis María Grignion de Montfort explica en su Tratado de la Verdadera Devoción a la Virgen María que la plenitud de nuestra perfección consiste en asemejarnos, vivir unidos y consagrados a Jesucristo.
San Luis María quiere conducirnos a la Consagración perfecta y total

El gran evangelizador francés, San Luis María Grignion de Montfort, predicó y escribió acerca de la Cruz de Cristo y de la verdadera devoción hacia la Santísima Virgen María. Gracias a su maravillosa obra el «Tratado de la Verdadera Devoción» muchas almas se han consagrado y convertido en esclavos por amor.

Cada 28 de abril la Iglesia celebra la fiesta del Maestro de la espiritualidad mariana, San Luis María Grignion de Montfort.

En su Libro de oro, el Tratado de la Verdadera Devoción a la Virgen María, nos explica que la plenitud de nuestra perfección consiste en asemejarnos, vivir unidos y consagrados a Jesucristo.

La espiritualidad de San Luis María se basa en dos fundamentos:
1-Reproducir la imagen de Cristo Crucificado en nosotros.
2-Hacerlo a través y por medio de nuestra consagración a María como esclavo de amor.
En otras palabras: vivir la Cruz Redentora a través de María.

Toda la vida de S. Luis fue centrada sobre un deseo:  La adquisición de la Sabiduría Eterna que es Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María

Optó por una condición radical de vida formulada como «La santa esclavitud» o la esclavitud voluntaria de amor a la Virgen Santísima para llevarnos a la de Cristo. A ella le entregamos cuerpo y alma para que haga con nosotros lo que quiera pues todo lo que ella quiere es de Dios. La Virgen, Gestora de Cristo, pasa a ser la que dispone de nosotros. Es una vía de perfección y unión, de ascética radical y de misticismo dentro del corazón de María Santísima. Enseña que el alma abandonada en las manos de la Madre es unida a la obediencia del Hijo.  Esta entrega es total cuando el alma se separa de todo apego terrenal y así es reengendrada en el seno de María donde se encarnó Jesús.  Llega a ser así perfecta imagen de Dios quien escogió ser obediente hasta la Cruz.

San Luis no ve en María una simple devoción piadosa y sentimental, sino una devoción fundada en teología sólida, la cual proviene del misterio inefable de lo que Dios ha optado realizar por su mediación y por su perfecta docilidad a esa obra. Esto es muy importante, ya que es este desarrollo lo que ha hecho posible la revolución teológica que causó S. Luis de Montfort.

Louis Marie de Montfort with Marie Louise Trichet in the foundation of the Daughter of the Wisdom congregation - San Luis M. Grignion de Montfort y la Consagración perfecta y total

En su maravilloso Tratado, San Luis explica que «La verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa. Es decir, te lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen y, en particular, su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega, su oración continua, su mortificación universal, su pureza divina, su caridad ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina. Estas son las diez principales virtudes de la Santísima Virgen».

Por consiguiente manifiesta que la «más perfecta de todas las devociones es, sin duda alguna, la que nos asemeja, une y consagra más perfectamente a Jesucristo». 

Ahora bien, María es la creatura más semejante a Jesucristo. Es por ello que «la devoción que mejor nos consagra y hace semejantes a Nuestro Señor es la devoción a su santísima Madre. Y cuanto más te consagres a María, tanto más te unirás a Jesucristo. La perfecta consagración a Jesucristo es, por lo mismo, una perfecta y total consagración de sí mismo a la Santísima Virgen. Esta es la devoción que yo enseño, y que consiste -en otras palabras- en una perfecta renovación de los votos y promesas bautismales».

El Santo nos invita a la Consagración perfecta y total a la Madre de Dios que es la única que puede guiarnos  con certeza hasta los brazos de su hijo.

Consagración perfecta y total

Consiste, pues, esta devoción en una entrega total a la Santísima Virgen, para pertenecer, por medio de Ella, totalmente a Jesucristo.
Hay que entregarle:
1. El cuerpo con todos sus sentidos y miembros.
2. El alma con todas sus facultades.
3. Los bienes exteriores llamados de fortuna presentes y futuros.
4. Los bienes interiores y espirituales, o sea, los méritos, virtudes y buenas obras pasadas, presentes y futuras.

En dos palabras: cuanto tenemos, o podamos tener en el futuro, en el orden de la naturaleza de la gracia y de la gloria, sin reserva alguna ni de un céntimo, ni de un cabello, ni de la menor obra buena y esto por toda la eternidad y sin esperar por nuestra ofrenda y servicio más recompensa que el honor de pertenecer a Jesucristo por María y en María, aunque esta amable Señora no fuera ⎼como siempre lo es⎼ la más generosa y agradecida de las creaturas.

Conviene advertir que en las buenas obras que hacemos hay un doble valor: la satisfacción y el mérito, o sea, el valor satisfactorio o impetratorio y el valor meritorio. El valor satisfactorio o impetratorio de una buena obra es la misma obra buena en cuanto satisface por la pena debida por el pecado u obtiene alguna nueva gracia. En cambio, el valor meritorio o mérito es la misma obra buena en cuanto merece la gracia y la gloria eterna.

Ahora bien en esta consagración de nosotros mismos a la Santísima Virgen, le entregamos todo el valor satisfactorio, impetratorio y meritorio. Es decir, las satisfacciones y méritos, gracias y virtudes, no para que los comunique a otros porque nuestros méritos, gracias y virtudes, estrictamente hablando, son incomunicables, únicamente Jesucristo, haciéndose fiador nuestro ante el Padre, ha podido comunicarnos sus méritos sino para que nos los conserve, aumente y embellezca (como veremos más adelante). Le entregamos nuestras satisfacciones para que las comunique a quien mejor le plazca y para mayor gloria de Dios.

De donde se deduce que:
1º Por esta devoción, entregas a Jesucristo, de la manera más perfecta ⎼puesto que lo entregas por manos de María⎼ todo cuanto le puedes dar y mucho más que por las demás devociones, por las cuales le entregas solamente parte de tu tiempo, de tus buenas obras, satisfacciones y mortificaciones. Por esta consagración le entregas y consagras todo, hasta el derecho de disponer de tus bienes y satisfacciones que cada día puedes ganar por tus buenas obras, lo cual no se hace en ninguna Órden o Instituto Religioso. En éstos se dan a Dios los bienes de fortuna por el voto de castidad, la propia voluntad por el voto de obediencia y, algunas veces, la libertad corporal por el voto de clausura. Pero no se entrega a Dios la libertad o el derecho de disponer de las buenas obras ni se despoja uno, cuanto es posible, de lo más precioso y caro que posee el cristiano, a saber, los méritos y satisfacciones. 

2º Una persona que se consagra y entrega voluntariamente a Jesucristo por medio de María, no puede ya disponer del valor de ninguna de sus buenas obras: todo lo bueno que padece, piensa, dice y hace pertenece a María quien puede disponer de ello, según la voluntad y mayor gloria de su Hijo. 95 Esta entrega, sin embargo, no perjudica en nada a las obligaciones de estado presente o futuro en que se encuentre la persona, por ejemplo, los compromisos de un sacerdote que, por su oficio y otro motivo cualquiera, debe aplicar el valor satisfactorio e impetratorio de la santa Misa a un particular. Porque no se hace esta consagración sino según el orden establecido y los deberes del propio estado. 

3º Esta devoción nos consagra al mismo tiempo, a la Santísima Virgen y a Jesucristo. A la Santísima Virgen, como al medio perfecto escogido por Jesucristo para unirse a nosotros, y a nosotros con Él. Al Señor, como a nuestra meta final, a quien debemos todo lo que somos ya que es nuestro Dios y Redentor.

El Santo nos invita a la Consagración perfecta y total a la Madre de Dios que es la única que puede guiarnos con certeza hasta los brazos de su hijo.

Curso Recomendado: Consagración a la Santísima Virgen María según San Luis María Grignion de Montfort

Sobre la tumba de San Luis de Montfort dice:
¿Qué miras, caminante? Una antorcha apagada,
un hombre a quien el fuego del amor consumió,
y que se hizo todo para todos, Luis María Grignion Monfort.
-¿Preguntas por su vida? No hay ninguna más íntegra,
-¿Su penitencia indagas? Ninguna más austera.
-¿Investigas su celo? Ninguno más ardiente.
-¿Y su piedad Mariana? Ninguno a San Bernardo más cercano.
Sacerdote de Cristo, a Cristo reprodujo en su conducta, y enseñó en sus palabras.
Infatigable, tan sólo en el sepulcro descansó, fue padre de los pobres, defensor de los huérfanos,
y reconciliador de los pecadores.
Su gloriosa muerte fue semejante a su vida. Como vivió, murió.
Maduro para Dios, voló al cielo a los 43 años de edad.


Con Extractos del Tratado de la Verdadera Devoción a la Virgen María.

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